
(ARCHIVO)
A los pies del Cerro de las Calabazas, descansa uno de los principales pulmones verdes de Gómez Palacio. Desde hace 91 años, en sus faldas se ha tejido una historia de visión y comunidad.
Un grupo de hombres se reunió por allá de 1933 con un propósito claro: impulsar el primer campo de golf de La Laguna y, al mismo tiempo, crear un espacio para la recreación y el descanso.
Así nació el Centro Campestre Lagunero, hoy conocido como Club Campestre de Gómez Palacio: un patrimonio social que ha resistido crisis económicas, escasez de agua, la disminución de socios e incluso hasta una pandemia. Sin embargo, sus bases fueron tan sólidas que hoy permanece estoico y dispuesto a evolucionar para adaptarse a los nuevos tiempos.
A lo largo de los años, innumerables familias han hecho suyo este espacio, mientras cientos de socios han contribuido con ideas para fortalecerlo y varias generaciones de deportistas han hallado en sus canchas un lugar para entrenar, competir y convivir.
Actualmente, el club enfrenta nuevos desafíos, y el equipo que lo administra trabaja para combinar tradición y modernidad. Bajo esa idea cincela propuestas que respondan a las necesidades de las nuevas generaciones, esto sin perder la esencia que lo convirtió en un referente de convivencia, deporte y recreación, y no sólo para Gómez Palacio, sino también para gran parte de la Comarca Lagunera.
¿CÓMO EMPEZÓ TODO?
La historia del Campestre de Gómez Palacio indiscutiblemente está ligada a la de este diario. Antonio de Juambelz y Bracho, fundador de El Siglo de Torreón, fue uno de los hombres entusiastas que impulsaron la creación de este espacio.
Él, junto al ingeniero José F. Ortiz, el general Eulogio Ortiz, José de la Mora, Luis J. Garza, Salvador Valencia, entre otros, promovieron su construcción en el hoy conocido como el Cerro de la Estrella, famoso por albergar las letras luminosas de la ciudad.
La elección de la zona donde se levantaría el proyecto no fue inocente. De alguna manera se decidió edificarlo ahí, en lo que ahora es Campestres de Gómez Palacio, con la intención de abatir las fronteras entre Durango y Coahuila, ubicando al club en medio de los centros históricos de Gómez Palacio, Torreón y Lerdo.
"¡La Laguna es una!, no importa si es en Durango o en Coahuila; todos somos laguneros, el río en vez de dividirnos nos une; nuestra cohesión no la rompe la frontera de la división política”, fue la frase que, según el libro El flamboyán lagunero: crónica de la fundación del Centro Cultural de La Laguna de Alberto González Domene, lanzaron los iniciadores del club cuando lograron solidificar su sueño.
En el Ensayo sobre la fundación y desarrollo de la ciudad de Gómez Palacio escrito por Pablo Machuca Macías, se menciona que el antes llamado Centro Campestre Lagunero fue inaugurado el 24 de diciembre de 1934. Sin embargo, este diario, en su edición del 23 de diciembre de 1934, reportó que la apertura había ocurrido la noche anterior, es decir, el día 22.
Ese detalle lo confirma el maestro Roberto Martínez García en su texto El Campestre Lagunero: Ejemplo de cohesión, publicado en El Siglo de Torreón, donde retrata con vivacidad aquella noche:
“La fecha tan largamente soñada llegó el domingo 22 de diciembre de 1934. La fiesta empezó a las ocho y media de la noche. Para asistir no se habían enviado invitaciones, de tal manera que las expectativas de asistencia fueron superadas fácilmente. Eso sí, quien quisiera asegurar una mesa, tenía que separarla por la cantidad de cuatro pesos. Entonces, las mesas eran sólo para cuatro personas; como es de suponer, hubo que aumentar el espacio para baile y cena. 300 parejas asistieron fácilmente esa noche de inusitado esplendor para los altos círculos sociales de la región. A pesar de las tradicionales posadas que se realizaban en toda La Laguna, la fiesta fue brillante. Se pudieron admirar los grandes candiles de celofán colocados discretamente y las pinturas de Pedro Guzmán León, célebre pintor potosino que tuvo a su cargo la decoración del inmueble. En la chimenea monumental estuvo el escudo del Centro Campestre con su lema: ‘Alma Sana, Cuerpo Santo (sic)’”.
Posteriormente, el 25 de diciembre, en una de sus páginas, el defensor de la comunidad anunció el arranque del Gran Torneo Internacional de Tennis en las mesas del Centro Campestre Lagunero. Marcando así el inicio de la actividad deportiva de un club que alcanzaría su esplendor por allá de la década de 1950.
Como dato, escribió Pablo Machuca en su ensayo, que el terreno donde se levantó fue donado por la viuda de don Julio Luján, y el Banco de La Laguna prestó el dinero para la obra. Inicialmente se pusieron a la venta 500 acciones con valor de 100 pesos cada una, y se inscribieron 70 socios.
En el marco de su aniversario número 91, este diario con la intención de rescatar un poco más de la historia de este lugar emblemático, se dio a la tarea de rastrear publicaciones y documentos, asimismo, escarbó en su propia hemeroteca y por último entrevistó a Arturo Francisco Ávalos Longoria, actual presidente del Consejo de Administración para conocer qué problemáticas enfrenta hoy el club, pero sobre todo hacía dónde dirige la mirada.
UN CLUB CON UN FIN COMÚN
Aunque, como ya se escribió, el recinto social se inauguró en 1934, desde un año antes: el general Eulogio Ortiz, el ingeniero José F. Ortiz, los señores Heliodoro Dueñes, Agustín Zarzosa junior, José de la Mora, Carlos Franco, Salvador Valencia, Pedro Torres Sánchez, José Rendueles, José Cueto, Albert J. Halbert, Dutton Pegram y don Antonio de Juambelz y Bracho ya habían constituido el Centro Campestre Lagunero como una Sociedad Civil.
Sobre este inicio, el investigador e historiador Enrique Sada Sandoval escribió en su texto titulado Un sitio entre historias: el Campestre Lagunero, que “todos se manifiestan unánimes al momento mismo de denominar al club como lagunero (…) lo cual nos habla de un sentimiento de identidad regional plenamente asimilado a consciencia en la mentalidad del común de quienes habitaban en las tres ciudades hermanas desde aquel entonces”.
El acta fundacional subrayaba objetivos ambiciosos: “impulsar los deportes en general; establecer centros recreativos para fomentar el cultivo moral, intelectual y físico de los socios; y desarrollar la cultura física, la ilustración y el espíritu de sociabilidad”. Para Sada Sandoval, eso reveló “un espíritu humanista y cosmopolita que no deja de resaltar incluso para aquel entonces”.
Con una inversión inicial de 6 mil 500 pesos, el proyecto dio vida a un espacio con campo de golf, canchas de tenis, alberca, lagos y salones para reuniones. Poco después de su apertura la gente lagunera comenzó a adoptar al Campestre como un referente cultural y social.
El maestro Roberto Martínez García puntualizó en su escrito El Campestre Lagunero: Ejemplo de cohesión, que por motivo de las Fiestas Patrias, el domingo 16 de septiembre de 1934, se inauguraron, de manera informal, los campos deportivos que ya se habían establecido como el campo de golf y las cuatro canchas para jugar tenis, las que estaban sobre gruesa capa de piedra; asimismo el campo de tiro y la alberca.
El lugar alcanzó relevancia nacional en 1936 el presidente Lázaro Cárdenas eligió sus instalaciones para coordinar el reparto agrario en La Laguna. Décadas más tarde, figuras como el golfista internacional Elías Óscar Vicenzo, el actor Sean Connery y hasta el presidente Miguel Alemán Valdés, cruzaron sus puertas.
“La culminación del campo de golf como uno de los principales atractivos fuera de la región llegó a oídos incluso del presidente Miguel Alemán Valdez quien no escatimó tampoco en aprovechar para jugar una buena partida de golf, durante una visita realizada, compitiendo con el gobernador de Coahuila Raúl López Sánchez y nada menos que con uno de los miembros fundadores: el banquero José F. Ortiz”, escribió Enrique Sada. Sobre el momento antes descrito, este diario conserva una fotografía en la que el hombre que gobernó México de 1946 a 1952, posa junto al Dr. Efraín López Sánchez, el ingeniero José F. Ortiz, don Domingo Valdés Villarreal, y también junto a don Antonio de Juamblez y Bracho.
Al final de su texto, Sada Sandoval describió al club como “un gran sitio construido entre historias y que por sí mismo se conserva honrosamente como patrimonio de esta región”.
Con estos cimientos, fue así que el Club Campestre de Gómez Palacio se convirtió en mucho más que un espacio deportivo o de recreación: fue escenario de decisiones políticas, encuentros sociales y visitas ilustres que le dieron renombre dentro y fuera de la región. Poco a poco, su vida cotidiana empezó a brillar con torneos, bailes y reuniones memorables que marcaron una época dorada, cuando el espacio social vivió sus años de mayor resplandor.
AÑOS DORADOS Y MOMENTOS DE CRISIS
Durante la década de 1950, el Centro Campestre Lagunero vivió su periodo más brillante, confirmándose como el escenario predilecto para eventos golfísticos y sociales determinantes en la Comarca Lagunera.
Su infraestructura (campos de golf, alberca, salones decorados con buen gusto) ya consolidada por los esfuerzos fundacionales de las décadas anteriores, propició que fuera un punto de reunión obligado para la élite regional.
En la hemeroteca de este diario, se encontró el registro de aquella época, por ejemplo, anuncios de grandes bailes, fotografías de destacados golfistas que eligieron el campo lagunero para realizar sus hazañas e invitaciones a grandes eventos sociales.
En aquel entonces, Torreón experimentaba una transformación urbana notable, con la edificación de hoteles y espacios culturales, lo que generó un entorno favorable para el Campestre como foro de eventos relevantes (desde torneos de golf hasta celebraciones sociales) que, en conjunto, le valieron el reconocimiento como centro de referencia deportiva y cultural de la región.
Con el paso de las décadas, el club mantuvo su prestigio, ampliando en los años setenta su campo de golf a 18 hoyos. Sin embargo, el esplendor inicial fue dando paso a nuevos retos. A partir de 2012, comenzó a enfrentar problemas financieros severos.
La membresía, que en su momento llegó a superar los mil socios, descendió a menos de 400, en parte por una administración cuestionada y por la competencia de otras opciones recreativas en la región.
A esta situación se sumó, desde 2014, una crisis hídrica que deterioró hasta un 75 por ciento de sus áreas verdes, obligando a implementar medidas urgentes, como la construcción de una planta tratadora que inició operaciones en 2019, aunque apenas alcanzó el 24 por ciento de su capacidad.
Y cuando parecía haber margen para recuperarse, llegó la pandemia de COVID-19, provocando una nueva caída en la membresía y una reducción drástica en la actividad social y deportiva.
Sin embargo, pese a los embates del tiempo, el Club Campestre de Gómez Palacio permanece en pie: guarda la nostalgia de sus años dorados, pero también carga con la urgencia de reinventarse para seguir siendo un espacio vigente y abierto a LAS nuevas generaciones.
UN RECORRIDO OBLIGADO
Para dar cuerpo a este reportaje, este diario recorrió los pasillos y jardines de un espacio que, lejos de apagarse, se reinventa y trabaja con empeño para llegar con vida plena a su primer centenario.
Desde el carrito de golf que me trasladó por sus veredas, comprendí pronto que el corazón del Club late en su campo de golf, diseñado con la singularidad de abrazar el terreno y la vista del Cerro de las Calabazas.
No se levantó sobre un espacio artificial, sino que se adaptó al entorno natural, lo que le otorgó un carácter único: incluso existe un hoyo donde el jugador debe cruzar literalmente el cerro con la pelota. De las 30 hectáreas que conforman el club, 18 están destinadas al campo de golf.
Entre sus anécdotas más entrañables figura la del primer carrito de golf que llegó a La Laguna, propiedad de Antonio de Juambelz y Bracho, que tiempo después fue donado al club. Esa memoria, junto con el paso de familias que crecieron entre sus instalaciones, sigue viva en cada recorrido por sus senderos.
El agua es uno de los retos más apremiantes. Mantener las áreas verdes y los lagos implica un esfuerzo constante, sobre todo en una región marcada por la escasez hídrica. Actualmente, el club prioriza el cuidado de los greens, apoyándose en una planta tratadora y en las lluvias, que son siempre un respiro para que el campo se mantenga en condiciones óptimas.
Más allá del deporte, el Campestre es también un refugio natural. Patos, tortugas, lubinas y peces de colores habitan sus lagos, mientras árboles de más de 60 años cobijan a quienes recorren sus veredas.
Novios, familias y quinceañeras continúan eligiendo este entorno para inmortalizar sus momentos más especiales, arropados por el paisaje verde y la memoria centenaria de los árboles que dan al lugar un aire de celebración y permanencia.
Con el paso del tiempo, el club amplió su vida social y deportiva: hoy cuenta con gimnasio, alberca, spa, canchas de tenis de arcilla, además de áreas de práctica de golf. Los lunes, el campo cierra para dar mantenimiento, aunque el gimnasio permanece abierto.
En años recientes, la administración ha impulsado una apertura mayor a la comunidad, con talleres para niños, actividades familiares y se piensa también, por ejemplo, en espacios de networking para empresas, un guiño para mantener vivo el espíritu de convivencia que lo ha caracterizado a través de poco más de nueve décadas.
UN CLUB ABIERTO PARA TODOS
Este espacio, casi centenario, no sólo guarda la memoria de sus fundadores, los personajes que lo procuraron, ni los momentos que marcaron una era de bonanza, sino que actualmente respira un presente que busca renovarse sin romper su origen, ni dejar de lado el deporte en el que se enraíza su tradición: el golf.
Así lo comparte para este reportaje Arturo Francisco Ávalos Longoria, presidente del Consejo de Administración, quien prácticamente creció visitando al club:
“Toda la vida he estado vinculado al Campestre; desde que me acuerdo ya venía aquí. Formalmente soy socio desde 1997, y presidente desde 2024. Aquí también pasaron mis hijos, porque el espíritu familiar siempre fue la esencia del mismo”, me comparte dentro de una de las oficinas administrativas.
Para Ávalos Longoria, el Campestre es único en la región: “Fue el primer campo de golf en La Laguna y el segundo en el norte de México, después de Tampico. Además, somos los únicos que tenemos canchas de arcilla, algo muy tradicional en el tenis. Y lo más valioso: cuando uno camina por el campo de golf aquí, está en contacto directo con la naturaleza. A diferencia de otros clubes, aquí no ves casas alrededor; es un concepto distinto, particular”.
Reconoce, sin embargo, que el club enfrenta el reto de actualizarse: “siendo muy honestos, nos hemos ido quedando. El Campestre no ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos y eso es lo que buscamos cambiar. Queremos reposicionarlo en el gusto de la sociedad lagunera, sobre todo en un radio de cinco kilómetros que conecta Lerdo, Gómez Palacio y Torreón”.
Y subrayó una idea central: “Estos clubes son primero sociales y después deportivos. La gente viene a convivir, y el deporte es una forma de socializar. Pero necesitamos reforzar la parte social: que la gente venga porque le gusta encontrarse con otros, y luego, si juega golf o tenis, o disfruta de la alberca, sea una manera más de convivir”.
En ese sentido, Ávalos celebró que “el campo de golf es el principal pulmón verde de Gómez Palacio. Logramos un convenio para regarlo con agua tratada, manteniendo viva esta área que no sólo es del club, también es de la ciudad. Incluso el pozo que antes era del Campestre fue donado para suministrar a la población. Son sinergias importantes: aunque somos un ente privado, estamos integrados a la sociedad”.
El presidente insistió en que la percepción cambie: “Queremos que la gente de Gómez Palacio, Lerdo y Torreón vean al club como algo propio, no como algo ajeno ni exclusivo. No es un lugar exclusivo, queremos que se sienta como un espacio al que todos pueden pertenecer”.
Hoy, el golf sigue marcando la identidad del Campestre. “Nació siendo un club de golf y eso no lo olvidamos, aunque con los años se sumaron otras actividades. Estoy convencido de que el golf es lo que le da identidad al club. Tenemos dos torneos anuales, en Semana Santa y en septiembre, los cuales ya son parte de la tradición lagunera”.
Actualmente, informó, el club cuenta con 290 socios registrados (190 usuarios y 100 socios plenos), y la meta es crecer a 600. También se han abierto programas como el curso de verano, que en este 2024 reunió a más de 140 niños durante cinco semanas.
Para finalizar, Ávalos resumió el espíritu del club en tres palabras: “convivencia, deporte y naturaleza”. Y lanzó una invitación para todo aquel y aquella que lea este reportaje: “Vengan, conózcanlo. Queremos que la gente sienta al Club Campestre de Gómez Palacio como parte de la sociedad y no como algo ajeno”.
Es así que a las puertas de su primer siglo, este patrimonio social encara el desafío de seguir siendo más que un recinto deportivo: un espacio vivo donde se entrelazan historia, naturaleza y convivencia en medio de una ciudad en transformación. Sus árboles centenarios y su campo de golf aguardan a nuevas generaciones dispuestas a darles sentido. Porque la permanencia de este corazón verde y social no descansa sólo en la memoria de su pasado, sino también en la voluntad de una comunidad que lo abrace como suyo en el futuro.

Club Campestre Gómez Palacio



















