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PEQUEÑAS ACCIONES CÍVICAS

A ratos volvemos la vista en torno nuestro y percibimos un mundo, hasta cierto punto, hostil; se observa poca amabilidad de unos con otros en las diversas interacciones que emprendemos. Simplemente, si analizamos el gesto que porta gran parte de las personas que nos topamos de frente, detectaremos que es serio, si no es que de fastidio o enojo. La excepción son aquellos que van por la vida con una sonrisa en el rostro. Es de esperarse, puesto que vivimos en un mundo muy complejo, en el que no tenemos tiempo para la alegría.

Cuando vemos el conjunto global de gestos y acciones, entenderemos que la suma de estos no es precisamente alentadora. Nos presenta el mundo como un desafío ante el cual hay que estar preparados en todo momento, a la defensiva, sin confiar en otros, dejando de lado las actitudes optimistas que, de entrada, prejuzgamos como cándidas y poco útiles.

Habría que revisar, entonces, qué hay detrás de esas formas de ser de personajes que demuestran que viven felices y que enfrentan cada nuevo reto como una plataforma de crecimiento personal. De qué sustancia están hechos ellos, que parecen gozar el experimentar los distintos escenarios de cada día con singular entusiasmo.

Yo diría que el principal ingrediente es que son seres humanos conscientes de vivir el presente a plenitud. No se hallan enganchados a un ayer que ya no puede regresar, ni viven con las expectativas de un mañana que aún no ha llegado. Viven el hoy de manera intensa y propositiva, poniendo en ello todo lo que son.

Otro punto importante es que se saben parte de un todo, conocen su situación en tiempo y espacio y viven la gratitud por lo que son y por lo que tienen en su persona. Identifican los elementos realmente importantes que nos dotan de identidad y permanencia, y dejan de lado aquello que no resulta esencial para la vida. Esperan poco de los demás y, más bien, se centran en desarrollar lo propio como una forma de sentirse realizados.

Esos seres humanos contentos han aprendido el disfrute de las pequeñas cosas: despertar y sentirse con vida y energía; gozar los colores de la mañana y los tonos tan variados de la naturaleza que nos rodea; aplicar la cordialidad en su trato con otros, saber conectar y perpetuar esas relaciones en un dar y recibir enriquecedor continuo.

Ellos han desarrollado la resiliencia. No se estancan frente al problema en turno, sino que utilizan su creatividad para hallar el modo de solucionarlo. Viven conscientes de que hay cuestiones en el camino que no podemos modificar, por lo que corresponde aprender a vivir con ellas de la mejor manera. Le llaman resiliencia; yo agregaría que también es sabiduría.

La inteligencia emocional nos enseña a vivir con nuestras diversas emociones, a sacar partido de cada una de ellas. Nos instruye, ante un inconveniente, a detenernos por un momento, respirar y, en vez de reaccionar de manera refleja, darnos un momento para diseñar la respuesta más apropiada ante la dificultad. No ser presa de nuestras emociones, sino maestros en el arte de conducirlas.

En esta vida todos tenemos sueños por lograr. Reconocerlo brinda una gran tranquilidad de espíritu: saber que no estamos en una competencia en la que hay que derrotar al otro para triunfar yo. Que todos tenemos la misma oportunidad, y que expresar la generosidad de reconocer y apoyar al otro hará para ambos más llevadero el camino. Tener la apertura de aplaudir los logros de los demás nos regala un mejor panorama a todos.

Un punto elemental para sentirnos contentos es rodearnos de personas positivas. No tienen que ser grandes multitudes; uno o dos amigos auténticos son número suficiente para sentir que tenemos con quién compartir lo que vivimos. Dentro de la familia siempre habrá quienes con los que nos identificamos; ellos también serán un apoyo incondicional y una fuente de alegría.

Es fundamental vivir conscientes de que cada uno es el arquitecto de su propia vida. Cuando esperamos que venga de fuera lo que necesitamos para construirla, viviremos frustrados. Nadie tiene obligación de proporcionarnos lo que a nosotros mismos nos corresponde aportar. Vivir de esa manera, esperando que todo venga de fuera, es hundirnos en un bucle de amargura que a nada lleva.

Cuando descubrimos que la persona que nos va a acompañar toda la vida somos nosotros mismos, estaremos en camino de desarrollar lo mejor con nuestros propios recursos. Aprenderemos a disfrutar todo al máximo, de modo que la respuesta lógica de nuestra actitud será una sonrisa que podremos llevar a donde vayamos, y así desarrollar esas pequeñas acciones cívicas de amabilidad y empatía que se vean reflejadas en una mejora de nuestro entorno.

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