
Corridos tumbados y comida chatarra: síntomas de una resistencia cultural más profunda
En una reciente editorial publicada en el Diario de Yucatán, la exgobernadora Dulce María Sauri Riancho reflexiona sobre dos fenómenos sociales que, aunque en apariencia distantes, revelan un mismo patrón de fondo: el rechazo social hacia normas impuestas desde el Estado.
Por un lado, la polémica en torno a los corridos tumbados, una versión moderna de los narcocorridos con influencias del rap y reguetón, ha provocado cancelaciones de conciertos y sanciones por parte de las autoridades.
"La reacción oficial se ha justificado con el argumento de que estas expresiones musicales promueven la violencia, exaltan al narco y contribuyen a la normalización de estilos de vida delictivos. Por su parte, los defensores del género apelan a la libertad de expresión y sostienen que los corridos no crean la realidad: la narran".
Por otro, resurge con fuerza el problema de la venta de comida chatarra en escuelas, pese a su prohibición desde 2010 como parte de la estrategia nacional contra la obesidad infantil.
Ambos casos, señala Sauri, revelan una cultura que se resiste a cambiar cuando la regulación no viene acompañada de educación, alternativas viables o legitimidad social. Para muchos jóvenes, los productos prohibidos —ya sean canciones o botanas— no solo son objetos de consumo, sino símbolos de identidad y rebeldía frente a un sistema que perciben ajeno o indiferente a sus realidades.
La editorial destaca que estas resistencias no son nuevas: México ha mantenido históricamente una relación ambigua con la ley, respetándola solo cuando resulta conveniente. Sin una transformación cultural profunda, las prohibiciones tienden a fracasar e incluso a provocar el efecto contrario: lo regulado se evade, lo censurado se exalta y lo prohibido se vuelve más atractivo.
"Más preocupante aún es que esta resistencia se reproduce en una cultura cívica que no valora el largo plazo ni siente el peso de las consecuencias futuras. En una sociedad donde prevalece la satisfacción inmediata, la norma sin convicción no solo fracasa: genera el efecto contrario".
Sauri concluye que la cultura no se impone por decreto, sino que debe transformarse desde dentro. Y en ese proceso, el Estado debe dejar de limitarse a sancionar y comenzar a construir —desde la educación, el arte, la nutrición y el ejemplo— nuevas formas de convivencia social.
"La prohibición de corridos tumbados no ha venido acompañada de una reflexión cultural más amplia sobre las causas del narco como aspiración social. Tampoco la restricción de comida chatarra se ha traducido en una transformación efectiva de los entornos alimentarios escolares. En ambos casos, el Estado regula, pero no educa; impone, pero no transforma; prohíbe, pero no propone"