Superar la prueba de las urnas le ha permitido a Morena consolidar un proyecto político basado en la justicia social, tema al que los Gobiernos previos brindaron poca atención. El movimiento obradorista no sufrió menoscabo en las elecciones del año pasado; al contrario, su votación creció 20%, al pasar de 30 a casi 36 millones con respecto a 2018. Lejos de recuperar terreno, PRI, PAN y PRD recibieron 9.3 millones de sufragios menos. El resultado es una presidenta fuerte y legitimada. Claudia Sheinbaum tiene el poder y lo ejerce para dar continuidad a un programa apoyado por una amplia mayoría. Lo mismo haría, en su lugar, cualquier mandatario de otra filiación.
Si la 4T funciona, y a pesar de los errores no ha perdido base electoral, variar el proyecto no tendría sentido. En todo caso se hacen los ajustes necesarios sin cambiar su esencia. Luego de una sucesión de presidentes débiles y cuestionados, los cuales cedían al chasquido de las élites, a la presión de los medios de comunicación, de la «comentocracia» y de otros factores de poder, lidiar ahora con quien no se somete es motivo de conflicto. Todo cambio de régimen afecta intereses y provoca reacciones para volver las cosas a su estado anterior. Si en el pasado la prensa se controlaba a través del presupuesto y de concesiones fiscales y políticas, hoy la crítica a Sheinbaum -como antes a AMLO- se ejerce con libertad y sin dobleces.
Morena llegó al poder con votos, y mientras las oposiciones no tengan los suficientes, difícilmente volverán a influir en las decisiones políticas y en la marcha del país. El primer paso para avanzar consiste en admitir la nueva realidad. No solo los partidos, sino también las élites contrarias a la 4T. Esperar que el desgaste del Gobierno, los escándalos, el ruido mediático y las redes sociales socaven los cimientos y el respaldo social que lo sustentan, no funcionó con López Obrador y tampoco ha dado resultados ahora. La desesperación de las fuerzas adversas es palpable. La presidenta Sheinbaum les preocupa más que AMLO por su liderazgo y capacidad, pero sobre todo por su voluntad de profundizar la transformación del país.
Los partidos de oposición, la ciudadanía inconforme y los grupos de interés necesitan autocrítica, revisar sus estrategias contra el obradorismo y entender que México se encuentra en un proceso de cambio pocas veces visto. El proyecto, como cualquiera, está sujeto al método de prueba y error. La presidenta lo dijo en su mensaje del 5 de octubre en el Zócalo. «Vivimos un momento histórico. Nuestro país transita por un camino de justicia social, de dignidad y de garantía de derechos sociales, libertad, democracia y soberanía». Se puede discrepar, pero la mayoría comparte esa visión.
El rompimiento entre el precursor de la 4T y su continuadora es una quimera. La presidenta Sheinbaum no pudo ser más clara al respecto en la plaza de la Constitución: «Se han empeñado en separarnos, en que rompamos. Su objetivo no es otro, más que el de acabar con el movimiento de Transformación, que nos dividamos. Pero eso no va a ocurrir porque compartimos valores: honestidad, justicia, amor por el pueblo de México». El Gobierno y Morena no son invulnerables ni imbatibles, pero sí fuertes y poderosos. La crítica sin organización, liderazgo, programa y participación ciudadana es desahogo, pero no conduce a ningún lado. Además, su efecto en las urnas es nulo como se vio en las elecciones de 2024.