Cuando el duelo también migra
En medio del flujo migratorio que atraviesa diariamente La Laguna, un equipo de psicólogos decidió fijarse en quienes casi siempre pasan desapercibidos: las niñas y niños migrantes.
A través de la Asociación Lagunera de Tanatología (Alatac), Imanol Covarrubias y Juan Pablo Sánchez, originarios de Francisco I. Madero, Coahuila, desarrollaron un protocolo de intervención emocional diseñado para acompañar el duelo que los menores enfrentan durante su tránsito por México.
Todo comenzó cuando notaron un incremento inédito en la llegada de familias migrantes. "Hubo un crecimiento significativo aquí en La Laguna. Y cuando empezamos a revisar los datos, nos dimos cuenta de algo muy fuerte: uno de cada tres migrantes es un niño o adolescente", explica Juan Pablo. La pregunta que detonó todo el proyecto fue sencilla pero urgente: "¿Quién atiende a esos niños? ¿Quién les da acompañamiento?"
Una vulnerabilidad que no se ve
Aunque existen colectivos y grupos ciudadanos que brindan alimento, ropa o un lugar para descansar, la atención emocional suele quedar fuera de la agenda.
"Hay comida, hay vestido, hay dónde bañarse. Pero ¿y la parte emocional? ¿Quién trabaja eso?", cuestiona Juan Pablo, quien recalca que la vulnerabilidad emocional puede ser tan grave como la física.
Imanol lo resume en una frase: "Los niños no tienen las herramientas necesarias para afrontar todo lo que están pasando".
Ambos trabajaban con niños y adolescentes en un colegio, donde utilizaban la terapia de juego como eje. Ahí encontraron la clave para desarrollar su modelo: actividades breves, simbólicas y altamente significativas que ayudaran a los menores a reconocer emociones, regularlas y encontrar un sentido de esperanza.
Un duelo silencioso: miedo, incertidumbre y desarraigo
En su trabajo dentro de Alatac, los psicólogos descubrieron que los niños viven un duelo profundo y complejo.
"Es un proceso de duelo, una tristeza… una angustia tremenda porque no saben qué va a pasar ni a dónde se dirigen", describe Imanol.
Juan Pablo agrega que muchas veces se asume falsamente que los niños "no sienten" o "no entienden", lo cual agrava su situación: "Se piensa que el niño no va a sentir o que no sabe. Como cuando fallece la abuelita y dicen: 'déjalo, que no se dé cuenta'. Pero sí siente. El niño migrante vive la misma incertidumbre y duelo que sus papás, y a veces más".
Por su parte, la psicóloga Beatriz Acosta explica que desde el punto de vista del desarrollo infantil, la migración irrumpe en etapas fundamentales, especialmente en la de confianza básica.
"Una familia migrante deja al niño sin esta seguridad de crecer con bases estables, porque en el tránsito se pierde todo: nombre, patria, hogar, trabajo, identidad", señala.
Un protocolo de 90 minutos para cuando el tiempo apremia
A diferencia de otros procesos terapéuticos, este modelo solo permite una sesión por niño. La razón es simple y dura: la movilidad constante.
"No podemos darnos el lujo de hacer 3 o 4 sesiones. Es una intervención única de 90 minutos, si la dinámica del migrante lo permite", detalla Juan Pablo.
Pero la brevedad no impide el impacto. Una de las actividades más fuertes es el "superpoder", donde al niño se le entrega un objeto simbólico -una pulsera o un dije- que representa fortaleza para su camino.
"Lo atesoran demasiado, como si ese superpoder les diera la fuerza necesaria para llegar a donde van", relata Imanol.
Juan Pablo recuerda un momento que lo marcó: "Intervenimos con un niño hondureño. Cuando terminamos, nos dijo: 'Para que no olviden hacer esto por personas como yo'. Y nos dejó su pulsera. Ese gesto nos atravesó el alma."
El dolor emocional del que nadie habla
Los riesgos psicológicos más comunes en los niños migrantes, explica Beatriz, son la violencia y el abandono. "Y no solo físico, también emocional. Los padres ya vienen devastados, sin herramientas afectivas para brindarlas a sus hijos".
En municipios como Francisco I. Madero, donde los psicólogos viven y trabajan, notaron otra problemática: la falta de apoyo institucional.
"No hay quién atienda a los migrantes. Madero está en pañales en atención a migrantes. No hay lugares ni personas para acompañarlos emocionalmente", lamenta Juan Pablo.
Imanol resume el objetivo del protocolo de forma clara: "Que sigan su camino con esperanza, sabiendo que siempre se van a topar con alguien que pueda ayudarlos, no solo con comida o abrigo, sino también emocionalmente".
Por su parte, Juan Pablo ha transformado su experiencia en una convicción personal: "El migrante mueve el cuerpo. El duelo mueve el corazón. Y todo corazón merece ser acompañado".
Beatriz considera que este proyecto es apenas el inicio: "Me parece fantástico lo que están haciendo. Hay que visibilizar el duelo infantil y adolescente, porque todavía existe el mito de que los niños no sienten".
Más allá de la práctica profesional, acompañar a estos niños ha sido un aprendizaje humano. "A mí me dejó la tarea de acompañar", dice Juan Pablo. "Y entender que también existen migrantes dentro de nuestra propia comunidad, personas que migran de familia, de entorno, de vida".
Imanol reconoce que uno de los retos más grandes fue diseñar las actividades para que alcanzaran a cubrir todas las áreas emocionales en tan poco tiempo: "Teníamos que hacerlas ágiles, precisas y significativas. Y además nunca sabíamos cuántos niños iban a llegar".
Aun así, el equipo coincide en que vale cada minuto: cada mirada que se ilumina, cada niño que sale con un poquito más de esperanza, cada pulsera que simboliza fuerza para continuar.
