Este amigo mío se declara “un heterodoxo nostálgico de la ortodoxia”. Sus opiniones, lo confieso, me escandalizan a veces, siendo que con la vida que he llevado, y con los años que me llevan, pocas cosas deberían escandalizarme ya. Dice mi amigo, por ejemplo, que el mundo sería un mejor mundo si en él no hubiera religiones. Los credos religiosos, juzga, no sirven para unir, sino para separar. Añade que la religiosidad extremada es por lo general fruto de la ignorancia. Ésta conduce al fanatismo, y en algunos casos a la violencia. Reconoce, sin embargo, la necesidad de la religión: “El mito es tan necesario a la especie humana como el chupón a los bebés”. La fe, admite, proporciona consuelo y esperanza a miles de millones de seres humanos, y les da un asidero para mantenerse en pie cuando llegan los días de tormenta. Yo lo oigo como quien no oye llover. Educado en colegio católico; hijo, nieto, bisnieto, tataranieto y chozno de católicos, llevo lo religioso en mí como un tatuaje imposible de borrar. Ciertamente nunca fui asaltado por tentaciones levíticas, como lo fue López Velarde, pero sin darme cuenta van en mí todavía hojas del catecismo y páginas del santoral. Me interesó por eso la noticia en el sentido de que en San Pedro de Roma oraron juntos, bajo los frescos de la Capilla Sixtina, el Papa León, cabeza del catolicismo, y el rey Carlos de Inglaterra, jefe supremo de la Iglesia Anglicana. Ese acto ecuménico rompe un distanciamiento de 500 años, y su simbolismo hace concebir esperanzas, siquiera sean leves, en un futuro mejor para la humanidad, más allá de las barreras que imponen los credos religiosos. Por mi parte procuraré no escandalizarme ya con las opiniones de mi amigo. Bastante me escandalizo a veces con mis propias opiniones. El paciente se veía exhausto, exinanido, exánime, al borde del desfallecimiento. Le dijo con voz feble al médico: “Creo saber la causa de mi debilidad: hago el sexo todos los días de la semana, sin faltar ninguno”. “¡Qué barbaridad! -exclamó el facultativo-. Más temprano que tarde eso acabará con usted. Descanse por lo menos el domingo”. “Imposible, doctor -manifestó el sujeto-. Ése es el día que lo hago con mi esposa”. Un ángel y una angelita se encontraron en una nube del cielo. Ella le comentó a él: “Te dije que mi marido ya se las olía”.
La linda Susiflor le dijo a su amiga Rosibel: “Cada día cuesta más trabajo conseguir un marido”. “Es cierto -confirmó Rosibel-. Sus esposas los celan mucho”. Lerina les contó a las socias del Club de Costura: “Por fin mi hijo decidió casarse. Parece que ya está harto de tanto sexo, y quiere irlo dejando poco a poco”. La dinosauria le dijo al dinosaurio: “Hoy no puedo. Estoy en mis tres siglos”. Doña Clorilda charlaba con la vecina del 14: “No encuentro una postura cómoda para dormir. Si me acuesto bocabajo se me sube el estómago. Si me acuesto sobre el lado derecho se me sube el hígado. Si me acuesto sobre el lado izquierdo se me sube el riñón”. Inquirió la vecina: “¿Por qué no te acuestas boca arriba?”. Contestó doña Clorilda: “Se me sube mi marido”. El encargado de la tienda de mascotas le dijo a la mujer: “Es cierto, señora: una anaconda puede tragarse a un hombre entero. Pero aquí no las vendemos”. Don Algón, señor sexagenario pero aún no ajeno al sexo, le regaló un anillo de brillantes a Floreta, linda muchacha de 20 años. “¡Caramba, don Alguito! -exclamó ella, feliz-. ¡Usted sí que sabe cómo cruzar la brecha generacional!”. Llena de angustia la madre del pequeño le informó al doctor: “¡Mi hijo se tragó una bala!”. Le indico el galeno: “Veré qué puedo hacer. Por lo pronto ponga al niño con el culito hacia la pared”. FIN.