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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

“Cuando Pedrillo llega a ser don Pedro, ¡uy, qué miedo!”. El antiguo proverbio castellano alude a quien después de estar en posición modesta se ha visto encumbrado, generalmente por obra de otro, y tiene ahora dinero, aunque quizá eso sea lo único que tiene. Se vuelve entonces soberbio y arrogante; menosprecia a los demás y no le importa la opinión ajena. Nuevos ricos son ésos, y se les nota desde lejos.

Les faltan libros; les falta buena educación: les falta roce. Tal es el caso de Andy -el que ahora no quiere que le digan “Andy”- y José Ramón López Beltrán-, vástagos de López Obrador. Con ambos se podría usar la frase que decía aquel recordado eslogan del radio y la televisión: “¿Pos cómo le haces?”. A los dos se les ha visto en tiendas y restoranes de gran lujo en ciudades extranjeras, con lo cual se apartan visiblemente, descaradamente y ostensiblemente de la prédica paterna que incita a vivir en una honesta medianía juarista y a practicar una austeridad republicana. Transcribo a la letra la contundente y lapidaria definición que la Academia da de la palabra “rastacuero”: “Vividor o advenedizo. Persona inculta, adinerada y jactanciosa”, Y más no digo. Después de lo que dice la Academia ¿qué puedo decir yo?... Jamás acabarán los devaneos eróticos de don Chinguetas, que es un vivalavirgen, o sea un calavera, un irresponsable, un zascandil. La expresión “vivalavirgen” viene de antiguo. En los navíos españoles se pasaba lista a los marinos, y el último en ser citado era el grumete, generalmente un muchachillo travieso y descarado. A él le correspondía gritar al final del enlistado: “¡Viva la Virgen!”, jaculatoria usada en las galeras cristianas para distinguirlas de las turcas.

Pero advierto con alarma que estoy divagando, movido por mis aficiones filológicas, Vuelvo al relato.

Doña Macalota, la esposa de Chinguetas, recelaba de él, y siempre le tenía puesto un ojo. Debería haberle puesto los dos, pues el tarambana aprovechaba todas las oportunidades para incurrir en sus deslices de carnalidad y de fornicio, contrarios tanto a los ordenamientos canónicos como a la legislación civil.

La otra tarde la señora regresó de un viaje antes de lo previsto y encontró a su marido en el lecho conyugal entrepernado con una lujuriosa fémina de larga cabellera bruna, ojos zarcos, labios de tentación (Nota. Nuestro estimado colaborador se extiende por 12 fojas útiles y vuelta en la prolija descripción de la antemencionada fémina, descripción que, aunque interesante, nos vemos en la penosa necesidad de suprimir por falta de espacio). Al ver a su consorte en esa comprometida situación la señora prorrumpió en dicterios de gran peso, el más ligero de los cuales fue “cabrón”. A ellos replicó don Chinguetas en la siguiente forma: “Qué lástima que me hayas interrumpido, Macalota. Te extrañaba, y me hacía la ilusión de que eras tú la mujer con la que estoy”. Pepito le preguntó a su tía recién casada: “¿Vas a tener bebés?”. “Sí -sonrió ella-. Espero que la cigüeña me los traiga”. Le ofreció Pepito: “Por 100 pesos te diré un método infalible para tenerlos sin necesidad de la cigüeña”. Babalucas quiso saber: “¿A qué estamos hoy?”. Le sugirió su esposa: “Mira la fecha en el periódico”. “De nada servirá -replicó el tonto roque-. El periódico es de ayer”. En el Ensalivadero, solitario paraje al que acuden por la noche en automóvil las parejas en trance de ardimiento, el anheloso galán le dijo con vehemente expresión a su dulcinea: “¡Susiflor! ¡No encuentro palabras para expresarte mi amor!”. Acotó ella: “Y ahí donde tienes la mano menos las vas a encontrar”. FIN.

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