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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

Andrés Manuel López Obrador es el peor presidente que México ha tenido después de Antonio López de Santa Anna. No incurro en mentira al decir eso: la verdad lo dice. Bajo el inicuo gobierno del cacique morenista nuestro país retrocedió en todos los órdenes, que bajo su gestión fueron desórdenes: la seguridad, la salud, la educación, la economía, la legalidad, el ejercicio democrático, la impartición de la justicia, el prestigio nacional. La decantada disminución de la pobreza, propalada como éxito principal del régimen, deberá ser sometida a análisis: la pobreza sólo se abate con empleos y trabajo, no con decretos y dádivas. Están apareciendo ya las corrupciones y corruptelas del sexenio obradorista: el caso de Segalmex, impune estafa la mayor que aquí se ha registrado; la cuestión del huachicol fiscal; los negocios con que se han hecho ricos los protegidos del caudillo y algunos de sus parientes. En esta abreviada nómina de males no ha de faltar la aviesa forma en que AMLO corrompió a las Fuerzas Armadas. Hizo de ellas su instrumento político, para lo cual les dio ocasiones de enriquecimiento. Así desvirtuó sus funciones en violación flagrante de la ley constitucional. Los efectos de ese pésimo gobierno, ineficaz y caprichoso, empiezan a surgir. El descarrilamiento del Tren Interoceánico es resultado de los malos manejos en la realización de la obra, y de la negligencia e ineptitud en la administración del tal ferrocarril, encomendado -habrase visto- a la secretaría de Marina. Dicho tren fue uno de los varios gajes y prebendas recibidos de manera ilícita por esa corporación, antes respetable y respetada. Nadie escapa, sin embargo, al juicio de la Historia, empecinada maestra que tiene ojos de lince, oídos de tísico y olfato de sabueso. Las malas obras de Obrador terminarán por ser su condena. El tiempo, dice la canción, es justiciero y vengador. Aligeraré con el relato de algunos cuentecillos el peso de la anterior catilinaria.

“Quiero otra vez”. Eso le dijo en la suite nupcial la insaciable recién casada a su exhausto maridito en el segundo día de la luna de miel. “Pero, mi amor -opuso con feble voz el agotado mancebo-. Lo hemos hecho ya 12 veces”. “¿Y qué? -replicó ella-. ¿Eres supersticioso?”. No terminan las desventuras conyugales de don Cucoldo. Oyó ruidos extraños en el clóset de la alcoba. “Son el eco” -explicó, nerviosa, su mujer. Se puso frente a la puerta don Cucoldo y dijo: “Ah”. Se escuchó desde el clóset: “Ah”. Hizo el señor: “Eh”. Y adentro: “Eh”. Dijo entonces don Cucoldo: “Anticonstitucionalísimamente”. Y el eco: “¿Qué?”. Babalucas, tonto de capirote, le pidió a una sexoservidora que le informara el monto de sus honorarios, tarifa o arancel.

Respondió la mujer: “Depende del tiempo”. Precisó Babalucas: “Digamos, con sol y calorcito”. (Nota al margen. José Alvarado, gran escritor y hombre íntegro, llamaba a las prostitutas “distraídos ángeles”).

Don Chinguetas, marido tarambana, no tiene remedio. Este último domingo llegó a su casa a las 7 de la mañana oliendo a licor caro y a perfume barato; el cuello de la camisa con manchas de colorete, pintalabios o bilé. Su esposa, es de entenderse, lo recibió hecha una anfisbena. Un momentito, por favor. Voy a ver qué es eso de “anfisbena”. Define la Academia: “Serpiente mítica con una cabeza delante y otra en lugar de la cola”. La mujer de don Chinguetas le preguntó, furiosa: “¿De dónde vienes?”. Respondió el casquivano: “Del trabajo”. Esa monumental mentira enardeció más a la señora. Exclamó con iracundia: “¡Eres un descarado!”. “No lo soy -opuso don Chinguetas-. Si lo fuera te diría en verdad de dónde vengo”. FIN.


               
               

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