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¿De quién es realmente la cumbre anual del clima?

Odette N. Ferrer Aldana

El 20 de noviembre, en Belém, Brasil, a unas horas de que terminaran las negociaciones de la cumbre anual del clima, hubo una plenaria que no estaba en el programa oficial, pero que dijo más sobre la crisis climática que muchos discursos diplomáticos.

Fue la Plenaria de la Gente (People's Plenary), dentro de la COP30 -la conferencia de las partes (los países) de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. En plena Amazonía, tomaron el micrófono los pueblos indígenas, las juventudes, los defensores de los derechos humanos, las mujeres -las de América Latina y el Caribe alzaron la voz frente a desastres climáticos, pobreza y violencia. Primero se escucharon los gritos, las lágrimas y las historias reales; después los discursos de los gobiernos.

Esta conferencia fue bautizada como la COP de la verdad, la COP de la implementación, la COP de las personas. Durante dos semanas el ambiente fue más bien de espera tensa. Afuera se hablaba de justicia climática; adentro, de "opciones de lenguaje". En la Plenaria de la Gente, la distancia entre esos dos mundos se hizo evidente. Los grupos de la sociedad civil cantaban: "Los pueblos unidos jamás serán vencidos".

Quienes le apuestan a "soluciones de mercado" se topan con que no hay solución verdadera al cambio climático si no se cuestiona también el modelo capitalista y patriarcal que lo produjo. La "innovación" y las "compensaciones" fueron señaladas como falsas soluciones que desplazan a comunidades, pero no reducen emisiones.

Y, quizá lo más grave, la obligación de movilizar 300 mil millones de dólares al año queda en formulaciones vagas, sin calendario claro ni mecanismos que aseguren que ese dinero llegue realmente a los países y comunidades que más lo necesitan.

Colombia anunció una "COP paralela" para discutir el fin de los combustibles fósiles. No hay salida sin tocar de frente el petróleo, el gas y el carbón que prolongan el problema. Sin embargo, Brasil, país anfitrión, no la respaldó formalmente: hacerlo sería reconocer que las negociaciones oficiales no estuvieron a la altura. Mientras tanto, en la Amazonía sigue ocurriendo el genocidio indígena: el extractivismo avanza sobre territorios que sostienen más del 80 % de la biodiversidad del planeta. En la COP se habla de "resolver la crisis climática"; en los territorios, se defiende la vida frente a oleoductos, carreteras, minas y deforestación.

Esta es la pregunta que no cabe en ningún párrafo negociado: ¿de quién es realmente la COP? ¿de los Estados que siguen evitando nombrar el fin de los fósiles, o de los pueblos que ya están pagando el costo del calentamiento global?

Si algo dejó claro Belém es que la legitimidad del sistema climático no solo se juega en las plenarias oficiales, sino en responder a la pregunta ¿está el mundo dispuesto a escuchar -y no solo fotografiar- a quienes han sido, a pesar de todo, las verdaderas guardianas y guardianes de la Tierra?

La mirada ahora se dirige a la COP31 en Antalya, Türkiye (Turquía), una cumbre que enfrenta la tarea incómoda de responder a todo lo que Belém no resolvió. Más que otra sede en el calendario, será la prueba de si el sistema está dispuesto a cambiar de verdad o si seguiremos, una vez más, en modo espera.

@pormxhoy

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