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De regreso

Luis Rubio

Dos libros emblemáticos relatan la historia de la relación México-Estados Unidos en las últimas décadas. El libro de Alan Riding, Vecinos distantes, publicado en 1985, describía dos naciones contrapuestas que parecían incapaces de comunicarse y mucho menos de entenderse. En retrospectiva, Riding escribía justo cuando las dos naciones comenzaban a hablar y a construir el andamiaje de lo que sería una gran interacción a lo largo de las siguientes décadas. Por su parte, en 2003, el embajador Jeffrey Davidow publicó El oso y el puercoespín describiendo la complejidad de una creciente interacción entre dos sociedades que no compartían valores y perspectivas, pero que avanzaban hacia una creciente integración en buena medida sin consenso sobre lo que seguiría. Hoy, en 2025, quizá por las razones equivocadas, la relación bilateral es más intensa que nunca, pero el distanciamiento axiológico es profundo y creciente.

El eje conductor del acercamiento que tuvo lugar a partir de los ochenta respondía a circunstancias concretas que demandaban interacción. México comenzaba un giro en su economía y las exportaciones incurrían en conflictos comerciales crecientes. Por su parte, los estadounidenses veían a México como un vecino complejo que generaba problemas en materia migratoria y criminal para lo cual no existían mecanismos efectivos para resolverlos. Ambas partes, cada una por sus propias motivaciones, encontraba la necesidad de elevar el nivel y calidad de la interacción y el diálogo.

Es importante entender que México veía a su vecino norteño como enemigo al que presentaban en los libros de texto como el ladrón que se había quedado con la mitad del territorio nacional. Robert Pastor, un influyente intelectual en su momento, iniciaba sus conferencias relatando una historia del estadista francés Talleyrand como representativa de la forma de interactuar de las dos naciones. Decía que cuando le informaron al estadista francés que había fallecido uno de sus enemigos políticos, su respuesta fue "me pregunto qué quiso decir con eso". Muchas cosas sugieren que estamos de vuelta en esa lógica perversa, excepto que ya no es posible regresar.

Lo que siguió fue infinitamente más ambicioso y profundo de lo que cualquiera de las dos naciones anticipaba, pero también más conflictivo de lo que se buscaba. México propuso lo que acabaría siendo el TLC como mecanismo para consolidar y hacer irreversibles las reformas que se habían emprendido a la fecha. Para los americanos, el TLC constituía un enorme regalo que le estaban confiriendo a México para que se transformara y pasara a formar parte de las naciones desarrolladas. Es decir, las semillas de un conflicto futuro quedaron sembradas desde el primer día: uno veía al TLC como el fin de un proceso, el otro como el comienzo de una nueva era. Riding describía bien la distancia conceptual, en tanto que Davidow la explicaba en tiempo real. A pesar de las limitaciones y complejidades, el resultado lo podemos ver en dos dimensiones: por una parte, las dos sociedades y economías están cada vez más integradas y el proceso de integración, formal e informal, es imparable. Por otro lado, la falta de proyecto de desarrollo en México llevó a que el país se partiera en dos, tal y como lo describe Claudio Lomnitz: un México exitoso ligado al TLC, otro perdedor, distante de esa modernidad y sujeto a la violencia permanente, pero ambos conviviendo en el mismo espacio geográfico.

En lugar de construir la oportunidad de un país moderno, los gobiernos mexicanos que siguieron aprovecharon la migración hacia el norte como una excusa para no llevar a cabo reformas de fondo en seguridad, educación, infraestructura, salud y gobernanza en general y a las exportaciones como justificación para no tener que reformar a la economía, dado que, por primera vez en la historia, el país contaba con fuentes estructurales de divisas que resolvían los perennes problemas de la balanza de pagos. O sea, México navegó de muertito, aparentemente sin costo. Eso funcionó hasta que llegó AMLO a cambiar el paradigma, haciendo todo lo posible para revertir las ventajas del TLC, y Trump a poner en duda la racionalidad de un esquema político-comercial que, a su juicio, era desventajoso para Estados Unidos.

Y ahí estamos hoy. Una creciente integración de facto, pero con un incremental distanciamiento ideológico. Para Morena la integración es anatema y hace lo posible por meterle zancadillas en la forma de obstáculos, regulaciones y violaciones al tratado. Para Trump, México se ha vuelto un país corrupto, ingobernable y dominado por el crimen organizado. La paradoja es que el distanciamiento conceptual viene acompañado de una creciente imposición de condiciones sobre todo en materia de corrupción y seguridad.

A pesar de las presiones, el gobierno mexicano pretende que nada ha cambiado, lo que le lleva a intentar modular el activismo del gobierno estadounidense, en lugar de procurar aprovecharlo para construir las capacidades necesarias para pacificar al país y ofrecerle seguridad a la población. Para los americanos lo relevante es lo que cruza la frontera; para los mexicanos lo crucial es el amago de la extorsión y del crimen organizado. La única forma de salir adelante es atendiendo los dos a una misma vez.

@lrubiof

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Escrito en: Pavimentación

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