De trompos y baleros a drones y consolas; los nuevos regalos de los niños en Navidad
Años atrás, bastaba un trompo que giraba en el suelo polvoriento, una muñeca de trapo con vestido sencillo o un carrito de madera para que los niños vivieran la magia de la temporada.
La ilusión no estaba en el precio ni en la marca, sino en la sorpresa de encontrar bajo el árbol aquello que habían pedido con tanta fe en sus cartas al Niño Dios.
Hace algunas décadas, las cartas al Niño Dios o a Santa Claus estaban llenas de peticiones sencillas como baleros y juegos de mesa que se compartían en la calle con los vecinos. Los vendedores de la época recuerdan que bastaba con un juguete modesto para arrancar sonrisas.
“Antes los niños se emocionaban con un trompo o una muñeca que lloraba al apretarle la panza. No necesitábamos más para vender bien en diciembre”, comenta don Ernesto, quien atiende un pequeño puesto en el Centro;“hoy los papás me dicen que sus hijos quieren drones, consolas o muñecos que hablan y se mueven. La diferencia es enorme”.
La transformación de los juguetes refleja también el cambio en la economía familiar. Los precios se disparan y los padres enfrentan un dilema cada diciembre.
“Mi hijo me pidió una consola de videojuegos que cuesta más de 8 mil pesos. Yo recuerdo que con 500 pesos, hace años, llenábamos la casa de regalos. Ahora apenas alcanza para uno”, confiesa Martín, trabajador de la zona industrial. La Navidad se convierte en un esfuerzo financiero que muchas familias apenas logran sostener.
Los vendedores coinciden en que la tecnología ha cambiado el mercado.
“Las muñecas ya no son de trapo, ahora traen aplicaciones para conectarse al celular. Los carritos ya no son de plástico, ahora son eléctricos y hasta con control remoto. Eso encarece todo”, explica María, empleada de una juguetería.
Ella recuerda que en los años noventa los juguetes más pedidos eran los juegos de mesa y las bicicletas, mientras que hoy los niños sueñan con tabletas y dispositivos digitales.
“La ilusión es la misma, pero el bolsillo de los papás ya no aguanta”, dice con resignación.
La infancia también se ha transformado. Antes, los niños jugaban en la calle, compartían sus trompos y muñecas, inventaban historias colectivas. Ahora, muchos pasan horas frente a una pantalla, inmersos en mundos virtuales que sustituyen los patios y las banquetas.
Aunque el contraste es evidente, la esencia permanece, pues los ojos del niño siguen brillando al abrir un regalo, aunque ese regalo haya pasado de ser un trompo de madera a una consola de última generación.