ÁTICO
El PAN se perdió cuando dejó de ventilar su diversidad y se dejó secuestrar por una camarilla. Penoso espectáculo.
El fallido relanzamiento del PAN subraya la crisis de los liderazgos en la oposición. El problema del anuncio no es simplemente la vacuidad de la propuesta sino la nulidad de sus promotores. Difícil tomar en serio la renovación cuando ésta es encabezada por la misma camarilla que ha llevado a la ruina al PAN desde hace más de una década.
Un cambio es ya notable en Acción Nacional. La organización que fue un espacio deliberativo es hoy una estructura vertical que ha sofocado toda disidencia. El PAN se ha presidencializado y esa es su gran claudicación histórica. Queda el recuerdo de un partido que discutía intensa y civilizadamente. Un partido de vocación parlamentaria que ventilaba públicamente sus desacuerdos. Desde su fundación fue encuentro de perspectivas distintas sobre los ideales que había que defender; sobre el camino que debía seguir para combatir a un régimen autoritario; sobre los dirigentes que debían representarlos. Tomándose en serio sus propias reglas, confiados en la virtud de la confrontación de ideas formó liderazgos que fueron nutriendo ayuntamientos, congresos y gobiernos. Hoy habla por el PAN una sola voz. Así quedó demostrado en el evento público reciente. El presidente del partido habla y los panistas aplauden. El presidente anuncia una decisión y los panistas hacen malabares para acompañar la decisión.
La antigua deliberación no era solamente muestra de salud interna, reflejo de convicción pluralista. Darle salida pública al desacuerdo era una prudente preparación para la siguiente batalla, un seguro ante la posibilidad del fracaso futuro. Eso fue lo que cancelaron, primero Calderón y después Anaya. Ambos sometieron a su partido a una disciplina que era totalmente ajena a su tradición. La conducción vertical del partido, el hostigamiento a las voces discrepantes, la marginación de los críticos condujo a la salida de cuadros importantes y a la anulación de las alternativas de renovación. El relanzamiento retrata los efectos que tiene el sofocar la vida interna de un partido. El dirigente no convoca a un debate. No se hacen públicas posiciones distintas. La tribuna se le abre solamente a quienes no hacen sombra al dirigente. Ninguna discrepancia se expone. No se ventilan desacuerdos sobre las responsabilidades recientes. No se confrontan ideas ni estrategias. El presidente del partido toma decisiones y los panistas deben acomodarse a lo resuelto. Penoso espectáculo.
Hoy la dirigencia del PAN decide abrir las candidaturas. No es una decisión menor ni está libre de riesgos. Sin duda es una sacudida importante. Pero ese salto al futuro no se acompaña, sin embargo, del rescate de un pasado esencial: la recuperación de una cultura del debate. Hablo de ello a partir de la relectura de los trabajos de Alonso Lujambio sobre la historia de ese partido. El politólogo, en diálogo fructífero con Soledad Loaeza, subrayaba la importancia de los liderazgos en las distintas etapas de Acción Nacional. Las discusiones en el momento mismo del nacimiento del partido, los debates sobre el modo de confrontar al autoritarismo, la complejísima relación con un régimen que usaba las elecciones como un mecanismo de legitimación que no ponía en riesgo su mando marcaron su identidad más que sus documentos de "doctrina".
Quienes apostaban por la formación de un partido tuvieron que confrontar a quienes suspiraban por un caudillo. Quienes decidían jugar en la pista electoral discutieron intensamente con los abstencionistas que querían mantenerse al margen de una farsa. En ocasiones ganaron los participacionistas, en otras quienes se negaban a hacerle el juego al régimen. El sitio de la fe en la organización fue también núcleo de polémicas intensas dentro del PAN. Había corrientes, ideas. Personajes que representaban posiciones intelectual y estratégicamente distinguibles. Hoy lo único que cuenta ahí dentro es la política de camarilla.
La tradición que los panistas dejaron morir es la médula de su crisis. La identidad que borró el poder y que destruyó la derrota no es esencialmente ideológica ni estratégica. El PAN se perdió cuando dejó de ventilar su diversidad, cuando olvidó el ánimo que inyectaban sus polémicas, cuando se dejó secuestrar por una camarilla.