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Desestigmatizar los psicofármacos

La desinformación ha hecho que los medicamentos psiquiátricos todavía se asocien con una debilidad mental o de carácter, cuando en realidad pueden marcar la diferencia entre la mera supervivencia y una vida digna.

Imagen: Unsplash/ little plant

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PRISCILA CASTAÑEDA

En la conversación cotidiana, pocas palabras generan tanta incomodidad como “psiquiatra”. A pesar de los avances científicos y delcreciente acceso a información, persiste una nube de estigmas, mitos y temores alrededor de la psicofarmacología. ¿Es realmente necesaria? ¿No es mejor “echarle ganas”? ¿Acaso no genera adicción? Estas preguntas, aunque comunes, reflejan una profundadesinformación que puede poner en riesgo la salud mental de miles de personas.

¿QUÉ ES?

La psicofarmacología es la rama de la medicina que estudia el uso de medicamentos para tratar trastornos mentales. Desde los antidepresivos hasta los estabilizadores del ánimo, estos compuestos han transformado la vida de millones de individuos, permitiéndoles recuperar funcionalidad, bienestar y autonomía. No son una cura mágica, pero sí una herramienta poderosa cuando se usan de manera ética, informada y acompañada de profesionales capacitados.

En México y muchos países de América Latina, el uso de psicofármacos suele asociarse con debilidad, locura o dependencia. Quienes los requieren usualmente son objeto de críticas o comentarios despectivos a sus espaldas, invalidando sus capacidades por “estar medicados”. Esta narrativa, profundamente arraigada en prejuicios culturales y religiosos, ha contribuido a que muchas personas eviten buscar ayuda profesional, optando por soluciones caseras, consejos bienintencionados o incluso automedicación, lo que provoca resultados contraproducentes.

En la práctica clínica, es común encontrarnos con casos como el de Mariana, una joven universitaria que comenzó a experimentar ataques de pánico que afectaban su sueño, concentración y vida social. Tras varios intentos de manejar el problema con técnicas de respiración y consejos de su entorno, acudió finalmente a un psicoterapeuta para luego complementar su tratamiento a través de un psiquiatra. Estos le explicaron que su sistema nervioso estaba respondiendo de forma desregulada al estrés: su amígdala —una estructura cerebral clave en la detección de amenazas— se activaba de manera excesiva, mientras que su corteza prefrontal, encargada de regular las emociones y tomar decisiones racionales, no lograba modular esa respuesta.

Además, había un desequilibrio en neurotransmisores como la serotonina y el GABA, fundamentales para mantener la calma y el bienestar emocional. Para explicarlo de forma sencilla, el especialista utilizó una analogía: “Imagina que tu cerebro es como una ciudad. La amígdala es la alarma de incendios, y la corteza prefrontal es el cuerpo de bomberos. En tu caso, la alarma se activa constantemente, incluso sin fuego real, y los bomberos están agotados o descoordinados.

El medicamento que te propongo no apaga la ciudad ni te convierte en otra persona. Sólo ayuda a que la alarma deje de sonar sin motivo y que los bomberos puedan hacer su trabajo con calma”. Gracias a este tratamiento, Mariana comenzó a dormir mejor, recuperar su concentración y sentirse más segura. El medicamento no “la cambió” —como es un temor recurrente al hablar de apoyo farmacológico—, sino que le permitió recuperar el equilibrio necesario para enfrentar los desafíos de su vida con mayor claridad.

La medicación puede ayudar a las personas a reconectar con sus seres queridos y con las actividades que considera significativas. Imagen: Unsplash/ Nonresident.
La medicación puede ayudar a las personas a reconectar con sus seres queridos y con las actividades que considera significativas. Imagen: Unsplash/ Nonresident.

Historias como la de Mariana son más comunes de lo que creemos. Según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT, 2021), menos del 10 por ciento de quienes tienen síntomas depresivos en México recibe atención especializada. El miedo al juicio social y la falta de información son factores que perpetúan esta crisis de salud mental.

ENTRE LA ESPERANZA Y EL RIESGO: USOS Y ABUSOS

Como toda herramienta poderosa, los psicofármacos pueden ser mal utilizados. El abuso de benzodiacepinas (como el clonazepam), por ejemplo, ha crecido alarmantemente en adolescentes y adultos jóvenes, muchas veces sin prescripción médica. El uso recreativoo prolongado de estas sustancias suele generar dependencia, tolerancia y efectos secundarios graves. Por otro lado, también existe el fenómeno contrario: personas que necesitan tratamiento, pero lo rechazan por miedo a “volverse adictas” o “perder su esencia”.

Aquí es donde la figura del psiquiatra se vuelve indispensable porque no sólo prescribe medicamentos, sino que evalúa integralmente al paciente, considerando factores biológicos, psicológicos y sociales para diseñar un plan de tratamiento personalizado. Además, se coordina con psicólogos y otros profesionales de la salud para ofrecer una atención interdisciplinaria.

Es fundamental entender que no todos los malestares emocionales requieren medicación, pero cuando sí lo hacen, el tratamiento adecuado puede marcar la diferencia entre sobrevivir y vivir plenamente.

Acudir a un profesional asegura un tratamiento personalizado y, por lo tanto, más efectivo para los
padecimientos del individuo. Imagen: Freepik
Acudir a un profesional asegura un tratamiento personalizado y, por lo tanto, más efectivo para los padecimientos del individuo. Imagen: Freepik

EL RESPALDO DE LA CIENCIA

Numerosos estudios han demostrado la eficacia de los psicofármacos en el tratamiento de trastornos como la depresión mayor, la bipolaridad y la esquizofrenia. Por ejemplo, el Instituto Nacional de Investigación en Salud de Oxford realizó un metaanálisis (2018) con más de 500 estudios, concluyendo que los antidepresivos son significativamente más eficaces que el placebo para tratar la depresión. De igual forma, el Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos ha documentado que los estabilizadores del ánimo reducen notoriamente los episodios maníacos y depresivos en pacientes con trastorno bipolar.

Estos datos no implican que los medicamentos sean la única solución, pero sí que pueden ser parte esencial de un abordaje integral de la salud mental.

Romper el estigma no es sólo una tarea clínica, sino también cultural, ética y educativa. Implica transformar la manera en que hablamos de la salud mental, dejar de ver los psicofármacos como símbolos de debilidad, miedo o dependencia, y empezar areconocerlos como herramientas legítimas que, en 

muchos casos, permiten al individuo recuperar su funcionalidad, dignidad y calidad de vida. No se trata de promover el consumo indiscriminado de medicamentos, sino de fomentar decisiones informadas, acompañadas por profesionales capacitados, en contextos de respeto y cuidado.

La psicofarmacología no es enemiga de la voluntad, ni sustituto de la terapia, ni una sentencia de por vida. Es una aliada potencial en el proceso de recuperación, especialmente cuando se integra con la psicoterapia, las redes de apoyo y las estrategias deautocuidado. En manos expertas, ayuda a restaurar el equilibrio neuroquímico, reducir el sufrimiento emocional y abrir espacio para que la persona reconecte con sus valores, metas y vínculos.

Ha aumentado alarmantemente el uso recreativo de benzodiacepinas y otros psicofármacos entre adolescentes y
adultos jóvenes. Imagen: Unsplash/ Matteo Badini.
Ha aumentado alarmantemente el uso recreativo de benzodiacepinas y otros psicofármacos entre adolescentes y adultos jóvenes. Imagen: Unsplash/ Matteo Badini.

Ignorar esta posibilidad por miedo o prejuicio puede tener consecuencias graves: desde el deterioro funcional hasta el riesgo suicida. Por eso, acudir a un médico psiquiatra no debe verse como un último recurso, sino como un acto de responsabilidad y autocuidado.Consultar a un especialista es una forma de decir: “Mi salud mental importa, y merezco atención profesional”.

En tiempos donde el malestar emocional se ha vuelto parte del paisaje cotidiano, necesitamos construir una cultura que no sólo tolere la vulnerabilidad, sino que la acompañe con conocimiento, compasión y rigor. Porque cuidar la mente no es un lujo, es unanecesidad. Y hacerlo con información y respaldo profesional es, sin duda, un acto de valentía.

marteda@gmail.com

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