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Divergencias

LUIS RUBIO

Moynihan, un estudioso y diplomático americano, escribió que "la verdad elemental es que es la cultura, no la política, la que determina el éxito de una sociedad". La política puede cambiar a la cultura y ese es el reto de cualquier gobierno que pretenda mejorar la calidad de vida y prosperidad de su población. Lamentablemente, la política mexicana en las últimas décadas se ha concentrado en excluir más que en construir y sumar, por lo que la cultura ha respondido a eso con la polarización que se ha vuelto el tono cotidiano. Por sobre todo, como escribió Max Weber, nos acosa "ese clerical vicio de querer tener siempre razón".

En términos prácticos, la polarización se ha traducido en una política de imposición. En esto las formas han cambiado entre la era del PRI y la de Morena, pero no lo sustantivo: las decisiones gubernamentales se acatan e imponen como si no existieran alternativas o posturas divergentes. Pero la forma de hacer política ha cambiado de manera radical. La gran virtud de la primera etapa de las reformas económicas, que no a todos gustaban, era que había claridad meridiana sobre los objetivos que se perseguían y los medios que se adoptarían para lograrlos. Sin duda, había imposición producto de los números legislativos, pero también había explicación y debate. Más al punto, aunque había divergencias respecto a los objetivos que se buscaban, nadie tenía duda sobre lo que se pretendía alcanzar.

En la era de Morena el debate y las explicaciones son innecesarios. Aunque la presencia mediática del gobierno es infinitamente mayor -de hecho, ubicua- que en el pasado (comenzando por las mañaneras), el público objetivo es su propia base política y no hay ni la menor intención o deseo por informar, ya no digo capturar la atención o incluso aprobación del resto de la sociedad. Solo importan quienes se identifican con la causa. El Congreso, esa "capilla de la democracia" diseñada para el debate, la discusión y el acuerdo, no es hoy un espacio para el diálogo y la deliberación, sino para la imposición bruta. Una mera oficialía de partes.

Para los observadores políticos el camino es claro: paso a paso, Morena ha ido construyendo el andamiaje de un nuevo régimen político. El régimen semiliberal que se intentó construir a partir de las reformas electorales y de la Suprema Corte en los noventa ha experimentado una gradual demolición que se aceleró y formalizó a partir del primer mes del actual Congreso. Pero es patente la ausencia de un discurso claro, no difamatorio, sobre el puerto al que los gobiernos de Morena pretenden llegar, lo que crea un espacio infinito para la especulación.

¿Se pretende una dictadura? ¿El intento por crear un partido hegemónico va de la mano con la exclusión de quienes no comulgan con ese partido? Cuando la presidenta postula que el suyo es el régimen más democrático del mundo, ¿dónde deja a quienes votan por otras opciones políticas? ¿La democracia es un mero asunto de los números de un día o es pura fachada? ¿Facilitarán el camino para el registro de nuevas organizaciones políticas, más frescas y, potencialmente, atractivas para la ciudadanía? ¿Democracia?

La política de la exclusión y ausencia de información lleva a la especulación, el peor medio para preservar la paz y la legitimidad de un gobierno. En 1751 David Hume escribía que "la especulación puede parecer ventajosa para la sociedad, pero, en la práctica, es totalmente perniciosa y destructiva".

Hace algunas semanas vi un tweet que -si bien pertenecía a una cuenta paródica-, al poner de cabeza la forma de concebir a la política mexicana del último siglo, ponía de manifiesto el sentir de la base morenista y, en ese sentido, era más relevante que todas las mañaneras de 2018 a la fecha. El tweet, enviado por "juventudes obradoristas" (@agriochairo), decía: "Y quién está pidiendo un país rico de primer mundo? Nadie de los 30 millones lo queremos ni lo hemos pedido, si lo quisiéramos hubiéramos votado por los partidos neoliberales, al contrario queremos igualdad, que los ricos YA NO SEAN RICOS y todos sean humildes por igual" (sic).

El postulado explica fehacientemente la visión morenista respecto al crecimiento económico, la distribución del ingreso, la desigualdad, los resentimientos, el futuro, la vida misma y el objetivo de la actividad gubernamental. De paso, ilustra las fisuras dentro de Morena y con la presidenta Sheinbaum, toda vez que niega validez a los esfuerzos que la presidenta ha realizado para avanzar su Plan México. Es plausible que la propia presidenta reconozca la contradicción al interior de Morena, pero no me queda duda que entiende la contradicción entre las transferencias sociales que sostienen al proyecto con la ausencia de crecimiento económico y de ahí el Plan México. La gran pregunta es cómo se concilian las dos cosas.

La única forma de darle vuelta al entuerto sería una política de la reconciliación que tanta falta le hace al país. Thomas Mann lo definió mejor que nadie y de manera directamente relevante al momento mexicano actual: "Ias contradicciones pueden converger. Únicamente los mediocres y las medias verdades no pueden armonizarse". O, como escribió hace poco Rolando Cordera, "Nos urge una política de la verdad que nos permita, a todos, volver a vernos a los ojos".

ÁTICO

¿Es necesaria la política de la exclusión sistemática? ¿No sería más productiva para la presidenta una política de reconciliación?

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