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Economía de la atención

Juan Villoro

En 1946, fiel a su oficio, el ingeniero automovilístico Louis Réard inventó un recurso para detener el tráfico: el bikini. El nombre de la prenda provenía del atolón donde se probaron las bombas atómicas. En un mundo dominado por hombres, se atribuía una explosiva condición al cuerpo femenino.

La publicidad aprovechó al máximo el bikini para atraer a los consumidores masculinos, demostrando que se deja de pensar y de parpadear por razones primitivas. Las mujeres, entendidas como "amas de casa", recibieron otras "ofertas de interés": los electrodomésticos. El cine, la radio, la industria del disco y la televisión habían tenido tal efecto distractor que la publicidad exploraba nuevas formas de llamar la atención.

Ochenta años después, la revolución digital ha creado personas cuya normalidad consiste en estar distraídas. Si alguien visita una página web durante dos minutos es un éxito para los programadores. Los contenidos se han vuelto efervescentes.

El más reciente libro de Yanis Varoufakis, ex ministro de Economía de Grecia, aborda un tema singular: la riqueza generada por la atención. Tecnofeudalismo: El sigiloso sucesor del capitalismo postula que hemos pasado a otro modo de producción, que no depende del control de los bienes, sino de las rentas que se pagan por tener acceso a la nube.

En una espléndida entrevista con el periodista venezolano Boris Muñoz, Varoufakis afirma: "Todas las tiranías empiezan con una promesa de liberación". Internet surgió como un medio para democratizar la información y poco a poco convirtió a los usuarios en mercancías.

Empresas como General Electric o Exxon-Mobil destinaban el 80 por ciento de sus recursos a salarios; hoy, las compañías de Big Tech sólo destinan el uno por ciento por la sencilla razón de que la mayor parte del trabajo la hacemos nosotros, aportando contenidos y aumentando el valor estadístico de las plataformas.

Ningún gobierno puede prescindir de Google o YouTube. Esto otorga un poder inmoderado a los consorcios digitales: "El capital siempre ha hecho que los gobiernos bailen a su son", afirma Varoufakis, y agrega que la nube "puede controlar directamente nuestras mentes en nombre de sus dueños".

Adam Smith se refirió a la "mano invisible" que regula el mercado. Esa divinidad del liberalismo ha sido sustituida por otra: el algoritmo. Las máquinas saben lo que deseamos. La nueva economía deriva de controlar el comportamiento de los demás.

De acuerdo con el ex ministro griego, la expansión de las Big Tech fue posible gracias a dos fenómenos: se apoderaron de la identidad de los usuarios y se beneficiaron del colapso financiero de 2008 (ante una economía paralizada, buena parte de los 700 mil millones de dólares que el gobierno de Estados Unidos creó como fondo de rescate fue a dar al desarrollo tecnológico). De este modo, los recursos públicos impulsaron a un sector que hoy es más poderoso que el gobierno.

La pandemia enfatizó la dependencia tecnológica. De acuerdo con Medscape, el tiempo en pantalla aumentó en 52 por ciento entre los usuarios más activos: los menores de 18 años.

"Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo", dijo de manera célebre Fredric Jameson, crítico literario y teórico marxista. Varoufakis procura imaginar ese fin: la libre empresa ya es dominada por un puñado de señores tecnofeudales. Sin embargo, también vaticina el fin de esta nueva era: "El capital en la nube no origina ningún producto tangible"; opera en forma parasitaria, alimentándose de la conducta colectiva, y acabará cuando no tenga más clientes que explotar. Morirá "por lo mismo que un virus letal muere cuando acaba con todos sus huéspedes".

Mientras tanto, ¿qué puede hacer el desprevenido ciudadano que ya le confió sus sueños a su sistema operativo? En sintonía con Condorcet, Varoufakis comenta que el secreto del poder no está en la mente de los opresores sino en la de los oprimidos. La era digital ha generado una peculiar sumisión feliz, donde la esclavitud se vive como una diversión. Salir del círculo vicioso implica pensar por cuenta propia.

El gran botín planetario es la atención humana. La especie que en la era atómica se dejó cautivar por el bikini y la lavadora automática vive en estado de enajenación permanente, viendo gatitos en TikTok.

En este entorno, quien todavía logra concentrarse, califica como disidente.

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