Imagen: Unsplash/ Klara Kulikova
En un mundo que aún arrastra los ecos de siglos de desigualdad de género, criar a una niña con autonomía y deseo de incidir en su entorno es, en sí mismo, un acto revolucionario. No basta con decirles que “pueden ser lo que quieran ser” si seguimos educándolas para complacer, para agradar o para no incomodar. La educación tradicional de las mujeres —ya sea bajo el mandato del “ser servicial” o el disfraz de la “princesa pasiva”— ha tenido un objetivo común: inhibir la iniciativa.
Históricamente, las niñas han sido formadas para esperar, no para actuar. Se les ha enseñado a ser buenas, cuidadosas, delicadas, modestas. En el mejor de los casos, se les ha premiado por su obediencia; en el peor, por su belleza. Ambas formas —la que sirve y la que adorna— son expresiones distintas de una misma pedagogía de la pasividad.
Como señala un artículo del blog del Centro de Pediatría, los estereotipos de género en la educación limitan la confianza de las niñas en sus propias habilidades, especialmente en áreas como las matemáticas o la ciencia. Esta limitación no es casual: es estructural. Se refuerza desde los juguetes, los cuentos, los uniformes escolares, las expectativas familiares y los silencios institucionales.

AUTONOMÍA COMO SEMILLA REVOLUCIONARIA
Criar con perspectiva de género no es solamente evitar frases sexistas. Es permitir que las niñas tomen decisiones, se equivoquen, exploren o lideren. La autonomía infantil es clave para el desarrollo emocional, social y cognitivo. Implica enseñar a confiar en el juicio propio, expresar ideas, resolver conflictos y participar activamente en el entorno.
El Sistema Nacional de Protección de Niñas, Niños y Adolescentes (SIPINNA) insiste en que la participación infantil no es un favor, sino un derecho. Promoverla fortalece la democracia, la empatía y la justicia social.
EDUCACIÓN CON PERSPECTIVA DE GÉNERO
Cuando las niñas educadas en autonomía llegan a la adolescencia y la adultez, se enfrentan a un mundo que aún no está listo para ellas. En México, solo el 30 por ciento de las personas egresadas de carreras STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas)son mujeres, y apenas el 12.9 por ciento de los empleos en estos campos están ocupados por ellas. Estas brechas empiezan desde temprana edad, como lo muestra un informe citado por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef): a los 15 años, únicamente el 9 por ciento de las mexicanas quiere estudiar ciencias o ingeniería, frente al 28 por ciento de su contraparte masculina.
Esto no es falta de capacidad, sino de estímulo. Por eso, iniciativas como “Conectadas”, impulsada por Kyndryl y Papalote Museo del Niño, buscan acercar a las jóvenes a la robótica y la tecnología, porque no se puede desear lo que no se conoce.
Asimismo, el modelo educativo de la Nueva Escuela Mexicana propone estrategias institucionales e individuales para aumentar la participación de las niñas: desde visibilizar referentes femeninos hasta modificar los materiales didácticos y capacitar al personal docente en perspectiva de género. Esto transforma el aula en un espacio más justo para todas las personas.
Es vital que todo alumno de enseñanza básica aprenda que, a pesar de los obstáculos, muchas mujeres han dejado huella en la ciencia, la cultura y la historia. Desde Lise Meitner, quien descubrió la fisión nuclear, hasta Elena Garro y Rosario Castellanos, que revolucionaron la literatura mexicana, han demostrado que la iniciativa no es una excepción, sino una potencia contenida.
Muchas de ellas fueron invisibilizadas por sus colegas varones, pero su impacto es innegable. Reconocerlas es también una forma de educar: mostrar que las niñas no solo pueden participar en el mundo, sino transformarlo. La presencia de estas pioneras en sus ramos es un argumento para actuar en pro de la equidad.

IMPACTO PSICOLÓGICO
La invisibilización histórica de las mujeres y el maltrato sistemático han dejado huellas profundas en la salud mental femenina, que la psicología clínica ha documentado con contundencia.
Desde una perspectiva clínica, la violencia de género —incluida la invisibilización— produce consecuencias cognitivas, afectivas y relacionales que afectan el desarrollo psíquico de las mujeres. Un artículo de la revista Ansiedad y Estrés, publicado por investigadores de la Universidad Camilo José Cela, señala que el tipo de maltrato influye directamente en la aparición de síntomas de ansiedad, depresión, disociativos y de baja autoestima. Estas secuelas no solo se manifiestan en contextos de violencia explícita,sino también en dinámicas sutiles como el gaslighting —forma de manipulación en la que una persona lleva a otra a dudar de su percepción, memoria o juicio con el objetivo de ejercer control o poder sobre ella—, la desautorización constante o la negación delogros, y estas a su vez erosionan la percepción de realidad y la confianza en sí mismas.
La naturalización de los micromachismos y la exclusión simbólica del género femenino en espacios de poder y conocimiento perpetúan relaciones asimétricas que afectan la identidad desde la infancia. En consulta clínica, esto se traduce en cuadros de indefensión aprendida, dificultad para tomar decisiones, miedo al conflicto y una tendencia a minimizar el propio sufrimiento. Muchas mujeres llegan a terapia con la sensación de que “no tienen derecho” a sentirse mal, a exigir respeto o a ocupar espacio.
Además, la invisibilización histórica de las mujeres en la ciencia, el arte y la política limita sus oportunidades externas y restringe sus modelos internos de identificación. La ausencia de referentes femeninos en los relatos sociales empobrece el imaginario de lo posible, lo deseable y lo legítimo. En este sentido, la psicología clínica no sólo atiende los síntomas, sino que también puede contribuir a la reconstrucción de narrativas identitarias más justas, donde las mujeres se reconozcan como sujetas de deseo, de saber y de poder.

CULTURA, ARTE Y REVOLUCIÓN COTIDIANA
En el arte y la cultura, las mujeres han sido creadoras, gestoras, críticas y protagonistas. En México, su participación ha sido clave para construir una identidad cultural diversa. Sin embargo, aún enfrentan barreras de reconocimiento y financiamiento.
Criar niñas con sensibilidad artística, pensamiento crítico y libertad expresiva es una forma de resistencia ante estas limitaciones. Educar para la autonomía, el juicio crítico y la participación no es una mera apuesta pedagógica: podría verse incluso como una declaración política.
Es decirle al mundo que no aceptamos más generaciones de mujeres silenciadas, decorativas o complacientes. Es sembrar la posibilidad de una sociedad más justa, donde las niñas no tengan que pedir permiso para existir, crear o liderar. Porque una niña que se sabe capaz, que se siente escuchada y que ha sido criada para incidir, no solo cambia su destino, sino que es capaz de cambiar el mundo.
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