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El bromista digital

JUAN VILLORO

Las protestas contra el autoritarismo de Donald Trump recibieron la más disparatada de las respuestas. En un video hecho con inteligencia artificial el presidente de Estados Unidos aparece como un piloto que porta una corona y rocía excrementos sobre los manifestantes.

Max Weber desplazó la noción de "carisma" de la religión a la política para analizar a los líderes reverenciados por causas irracionales y emotivas; sin embargo, en su vasto análisis sociológico no tomó en cuenta una variante del comportamiento que debuta en la arena mundial, la del líder que hace bromas pesadas.

Desde que asumió la Presidencia, Trump se ha servido de la inteligencia artificial para convertirse en guitarrista de rock, quarterback de futbol americano o estatua de oro en Gaza. El inquilino de la Casa Blanca usa su investidura para celebrar un Halloween de su invención, con disfraces y chistes macabros. Su sentido del humor es bastante básico, no muy distinto al de quien coloca un "cojín pedorro" en una silla. Aun así, el descaro con que se burla de todo lo que se le antoja tiene un alto peso simbólico. El mandatario no aspira al respeto o al prestigio, valores desdeñados por la era de TikTok, sino a la fanfarronada de quien se orina en el kool-aid sin sanción alguna.

¿Qué sentido político tiene esto? En su debate con Kamala Harris, Trump dijo que los inmigrantes haitianos comían gatos y perros. El dislate no lo perjudicó gran cosa porque en los tiempos que corren lo decisivo no es que algo sea verdadero, sino que sea viral. Para realzar la irrealidad, el difamador posteó imágenes en las que era aclamado por gatos.

Durante décadas, Trump tomó malas decisiones empresariales, pero fue un maestro del branding (la percepción de la marca); cada bancarrota era relevada por un nuevo proyecto que prometía riqueza y elevaba rascacielos con paredes doradas. Su trabajo consistía en tener éxito sin otro sustento que la promoción misma del éxito. Maestro de la publicidad y la autopromoción, encarnó el sueño americano de llegar a la cima. Una vez ahí, demostró que el Vengador Anónimo ha dejado de ser el héroe de la sociedad contemporánea para ser sustituido por el Guasón. En la lógica gamberra nada supera al que hace una broma atroz y queda impune.

¿Qué tanto le debe a sus avatares digitales? En otro artículo comenté que en 2022 Yoon Suk-yeol ganó la Presidencia de Corea del Sur gracias a Al Yoon, avatar que lo superaba en carisma y capacidad de respuesta. Aunque la falsificación era obvia, mostraba las posibilidades de un líder opaco. En la espectral dinámica de las redes, lo decisivo no es quién eres para el registro civil, sino en quién te puedes convertir. Suk-yeol no cautivaba como persona, pero Al Yoon cautivó como alias. El reflejo era superior a su modelo. Una vez empoderado, el ganador se transformó en autócrata y fue destituido.

Trump utiliza la inteligencia artificial de un modo completamente distinto, no carente de astucia. No pretende mejorar su imagen; al contrario, la caricaturiza en tal forma que, en comparación, su actuación real casi parece moderada. Liz Huston, que pertenece al equipo de prensa de la Casa Blanca, dijo al New York Times: "Ningún líder ha usado las redes sociales de manera tan creativa y definitiva para comunicarse con los estadounidenses como Donald Trump". En efecto, en la era de la posverdad, el presidente de pelo tubular informa sin base alguna que un medicamento produce autismo y publica un video truqueado en el que arresta a Obama en la Casa Blanca. En ese contexto, la verdad es una reliquia difícil de hallar.

En su primer periodo, Trump no completó el muro que promovió en la frontera. En su segunda etapa, su ejercicio de la ficción ha sido muy superior: crea noticias que no producen realidades. Anunció su deseo de quedarse con Groenlandia, anexar Canadá, fundar un resort en Gaza y subir o bajar aranceles en todas las economías. Ante cada una de esas iniciativas los periodistas de la fuente se vieron obligados a cubrir hechos imaginarios.

Las bromas de Trump pertenecen a la rama más curiosa de la dominación carismática. Suficiente gente se ríe de ellas pero, sobre todo, demuestran que ejercer un poder omnímodo significa salirse con la suya.

En medio de todo esto, ¿dónde queda la realidad? Todo indica que se ha convertido en un secreto de Estado.

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