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El camino a través del bosque

RUTH CASTRO

Los cuentos de hadas nos han acompañado desde hace siglos. Están tan presentes en nuestra memoria cultural que a veces olvidamos que nacieron mucho antes de las versiones de Disney y que, en su origen, fueron relatos para adultos: historias transmitidas de boca en boca, llenas de violencia, deseo, miedo y esperanza. La tradición sobrevivió porque habla, en clave simbólica, de lo que nos ocurre a todos: crecer, perderse, enfrentar peligros y encontrar el camino de regreso.

María Tatar lo recuerda en su libro Los cuentos de hadas clásicos anotados. Allí subraya que los cuentos “cuentan a los niños lo que ellos ya saben de un modo inconsciente –que la naturaleza humana no es innatamente buena, que los enfrentamientos son reales y que la vida es difícil antes de llegar a ser feliz– y, de ese modo, los tranquilizan con respecto a sus miedos y su sentido de la identidad”. Es decir, no esconden la dureza de la vida, pero ofrecen una estructura narrativa donde el mal se puede enfrentar y donde el final feliz a veces es posible.

Ese enfoque dialoga también con el libro Psicoanálisis de los cuentos de hadas, de Bruno Bettelheim, quien veía en estos relatos una forma de terapia simbólica: al escuchar sobre brujas o lobos, los niños procesan sus propios miedos en un espacio seguro. Al otro extremo, James Finn Garner en Cuentos infantiles políticamente correctos se divierte reescribiéndolos para burlarse de nuestras nuevas obsesiones culturales. Y, sin embargo, en ambos casos se confirma que los cuentos de hadas siguen siendo terreno fértil para pensar quiénes somos.

María Tatar lo resume en otra frase luminosa: “los cuentos de hadas nos resultan cercanos y personales, nos hablan de la búsqueda del amor y la riqueza, del poder y los privilegios y, sobre todo, del camino a través del bosque, de regreso a la seguridad del hogar”. Quizá ahí radica su magia. El bosque oscuro no es solo escenario: es metáfora de la vida. Todos debemos entrar en él, perdernos un poco, luchar con nuestros propios ogros y aprender a salir.

Los cuentos de hadas, con su sencillez engañosa, nos siguen enseñando eso: que el miedo existe, que la pérdida es real, pero que siempre hay una salida. Y que, cuando la encontramos, regresamos distintos. Tal vez por eso volvemos a ellos, a los cuentos, una y otra vez, y siguen pasándose infinitamente, de una generación a otra.

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