El destino en la sociedad del fracaso
En la literatura clásica griega, los personajes principales tienen marcado un destino que debe ser aceptado. Sucumbirán trágicamente si luchan contra él, si se le rebelan. En La sociedad del fracaso, de Enrique Hernández, obra que el autor califica como novela corta y memorias infecciosas, el protagonista Macario Pantoja descubre en su infancia lo que será su destino al encontrarse una anormalidad en el pene. Su historia es la del intento de modificarlo. Pero el destino es inexorable.
Enrique Hernández nació en Gómez Palacio, Durango, en 1963. Es autor de varias colecciones de cuentos; también de Los que se quedaron, opúsculo acerca de los mascogos, pobladores de origen africano que, provenientes de Estados Unidos, se radicaron en el norte de Coahuila; algunos afrodescendientes terminaron en la Comarca Lagunera.
Los padecimientos a causa de la deficiencia genética de Macario Pantoja reniegan y plañen con patetismo hasta casi la mitad de la historia. En la segunda mitad se moderan, pero no desaparecen; lo acompañan hasta el final. La novela termina en la página 108 y es en la 52, en el capítulo “El CTF”, donde el trabajo asalariado —un trabajo con sueldo apreciable para Macario— redime un tanto la amargura que lo acompañó.
Allí atrajo mi atención el que precisamente el trabajo, como garantía de supervivencia, aligerara durante un tiempo la amarga vida de Macario. La narración hace notar el motivo del alivio. El narrador deja que los hechos hagan su magisterio. De cualquier modo, es “El CTF” el capítulo más largo. Conviene prolongar el comentario acerca de esta parte.
CTF son las siglas del Comité de Trabajadores de la Frontera. Su propósito es organizar sindicatos. Macario se incorpora al que funciona en La Laguna, donde “venían unos gringos a dar pláticas para capacitar a los futuros organizadores”. La obra, en este capítulo, revela la preocupación de Estados Unidos por nuestro proletariado. Los lectores podemos pensar que la historia nos aconseja alertarnos por ese interés norteamericano en la clase trabajadora mexicana.
Por su parte, Macario dice: “El problema que yo veo es que estos sindicatos los están promoviendo entidades gringas […]”. Personal de la embajada estadounidense visitaba a los contactados o hasta los llevaban a “visitar” al embajador en México.
Más adelante narra la intervención del CTF en una maquiladora instalada en Nazas, Durango, donde trabajaban principalmente mujeres; y “el sindicato que se formó en Nazas forma parte de la liga obrera mexicana (LOM)”. Entre los padecimientos de su salud y sus observaciones de organizador, Macario comenta: “creo que la liga obrera mexicana [sic] al ser un organismo que está bajo control de los gringos, no es una opción auténtica para los trabajadores mexicanos”.
El protagonista llena las siguientes páginas con sinceridad de confesionario, así hasta la última, donde lo vemos fiel a su destino en tanto sabe que los padecimientos de su salud se agravan por el recidivante alcoholismo y, sin embargo, se abandona. De ese modo dicta sus postreras palabras donde dice que se dedica “a beber de vez en diario […] ya no me importa, ya sólo espero el final como un miembro más que soy de la sociedad del fracaso”.
Enrique Hernández narra con estilo sencillo, sin miedo a los lugares comunes —urticaria de la literatura—, y con voces de timbre rural como “mal de orín”; pero también emplea enunciados urbanos de nuevo cuño, como el eufemismo “tus partes”, expresión para nombrar los órganos genitales externos; igualmente dice “al interior de la fábrica” en vez de en el interior.
La sociedad del fracaso, de Enrique Hernández, es una obra que reúne en su ficcionar padecimientos no ajenos a muchos de “los que menos tienen”. Se puede leer como escuchar la sabrosa plática del pueblo.
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