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El diálogo

J. SALVADOR GARCÍA CUÉLLAR

El diálogo es una forma de encuentro y una herramienta fundamental para la convivencia pacífica. No se trata solo de palabras que se cruzan, sino de voluntades que se acercan. Puede buscar acuerdos, pero también puede simplemente explorar pensamientos compartidos en un ambiente de respeto y apertura. Aun cuando no haya intención de conciliar posturas, el diálogo auténtico permite que las diferencias se escuchen con generosidad, y que, por pura voluntad de comprensión mutua, emerja un consenso inesperado.

La palabra proviene de la preposición griega "Día" (a través) y "Logos" que tiene múltiples significados; entonces podemos decir que es la expresión verbal de ideas. Por tanto, el propósito del diálogo es alcanzar la verdad a través de la conversación, como lo hacía Sócrates cuando enseñaba conforme a su método mayéutico, o cuando los interlocutores de los Diálogos de Platón llegaban a establecer una verdad irrefutable a través de una plática razonada.

La discusión, en contraste, nace de la confrontación. Es un terreno donde dos perspectivas antagónicas chocan, y donde el entendimiento inmediato resulta difícil. Para avanzar, se requiere aplicar el método dialéctico: de la oposición surge una tercera posibilidad, una síntesis que trasciende las propuestas iniciales que se enfrentan. Si representamos estos modos en clave judicial, podríamos decir que el diálogo se asemeja a la etapa de conciliación, mientras que la discusión recuerda el juicio, donde una parte gana y otra pierde. El diálogo reparte razonablemente las ganancias; la discusión puede sembrar rencores y culpas.

Pero la vida cotidiana no transcurre bajo el escrutinio de jueces; el mundo no es un tribunal. Entonces, el diálogo se construye en cafés, universidades, lugares de trabajo, pasillos, parques y hasta en el interior de los hogares; se trata de espacios donde amigos, compañeros y familiares intercambian ideas, inquietudes y valores. En estas conversaciones, donde entran en juego la emoción y la razón, la madurez tiene un papel esencial. Quien dialoga debe poseer equilibrio entre inteligencia y afecto que le permita escuchar y considerar al otro sin caer en combates innecesarios.

El diálogo implica desarrollar respeto mutuo para construir relaciones sustentables, se centra en aclarar tanto las similitudes como las diferencias entre dos personas y construye puentes entre sujetos diferentes.

Discutir con alguien que no es capaz de aceptar otras perspectivas es un ejercicio estéril. Hay quienes escuchan solo para responder, porque están atrapados en su visión del mundo. Este fenómeno no es nuevo, en el siglo XX, los fascistas, comunistas y otros, enfrentaban sus ideas no para comprenderse, sino para imponerse por la fuerza. Un ejemplo fueron los Camisas Negras de Mussolini, cuyas razones eran los garrotazos, y cuyas palabras los balazos.

En cambio, dos mentes abiertas se enriquecen con el intercambio, aunque no lleguen a compartir todas sus ideas y convicciones. Si uno de los interlocutores pretende imponer su visión como única verdad, el diálogo colapsa, y el coloquio se convierte en dos monólogos paralelos.

La persona madura no insiste en ganar una discusión, pues sabe cuándo no vale la pena asumir un conflicto que desembocará en la nada. El hombre maduro prioriza la paz interior sobre la necesidad de persuadir o "convertir" al otro; comprende que no todos están listos para escuchar, y que los mejores argumentos se pierden cuando no hay disposición de la contraparte.

Cuando dos personas asumen que el otro tiene algo valioso que decir, la conversación se transforma en una experiencia fértil, placentera y luminosa.

Para dialogar no necesitamos una técnica, sino apertura de mente y disposición para escuchar. Pero también se requiere de claridad y firmeza en las ideas, de modo que podamos explicar nuestra posición a quien nos arguye con argumentos falaces o trata de hacernos imposiciones absurdas.

Es triste ver que actualmente estamos regresando a la confrontación a pesar de las heridas históricas de la Segunda Guerra Mundial. Estamos viendo polarización no solamente en nuestro país, sino en el mundo entero. Estamos siendo enfrentados por la política y los intereses globales, que han llevado a algunos hasta al asesinato. Por eso el diálogo debe mantenerse como la herramienta más noble y eficaz para cultivar la concordia entre individuos, grupos y naciones.

Elegir el diálogo sobre la confrontación es fruto del equilibrio entre razón y afecto, lo que nos hace dignos constructores de paz.

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