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El historiador del pueblo

ENRIQUE KRAUZE

En estos diez años han muerto un millón de personas, víctimas sobre todo del COVID y de la criminalidad tolerada. Han muerto sin conciencia de la razón de su desgracia, creyendo que ha sido algo natural como los huracanes o los terremotos. Su tragedia recuerda otra: hace cien años, durante la revolución, un millón de mexicanos perdieron la vida bajo distintas circunstancias. A ellos quiso dar voz el gran historiador Luis González.

"Sabemos lo que pensaban de la Revolución los revolucionarios, pero no lo que pensaban 'los revolucionados'", solía decir el maestro, crítico de la mitología revolucionaria, recordando que, en 1915, momento álgido de la Revolución mexicana, en un país de quince millones de personas hubo quizá ochenta mil hombres en pie de lucha. Frente a la versión oficial, don Luis documentaba la vejación, el despojo, el terror, el pillaje, la violación, el sadismo, la profanación, la xenofobia, el asesinato que caracterizó a todas las facciones revolucionarias, sin excepción.

"Los historiadores tenemos el alma vieja", decía el maestro, que había crecido como hijo único entre viejos venerables, hijos a su vez, y nietos de los fundadores de San José de Gracia, Michoacán, donde nació el 11 de octubre de 1925. Nunca dejó de ser un hombre del pueblo, sencillo, amable, irónico. Desbordaba inteligencia, humor, curiosidad y, ante todo, sabiduría.

Formado con historiadores célebres en El Colegio de México y luego en París, abordó cada etapa en obras y ensayos originales con temas variadísimos: religión, magia, evangelización, ilustración, insurgencia, liberalismo, indigenismo, revolución. Se concentró sobre todo en la era moderna y contemporánea.

Cuando lo conocí, en 1968, acababa de publicar Pueblo en vilo, la historia de aquel pueblo suyo, que fue traducido al inglés y al francés y se volvió un clásico. Con esa obra, la historia local se elevaba a la condición de historia universal. Hilando la ronda de las generaciones, echando mano de todas las fuentes imaginables (historia oral, recortes de periódico, archivos familiares guardados en baúles), abarcaba todo el tejido de la vida pueblerina: modos de nacer y morir, la alimentación, el ocio y el negocio, fiestas, mentalidades, tradiciones. La llegada del progreso, la luz, el teléfono, la Revolución, el tifo y la Influenza española, la Guerra Cristera. Ese pueblo de rancheros industriosos y combativos, intrascendente pero típico, era una metáfora de México.

Pueblo en vilo puede leerse como una saga bíblica: la memoria del Génesis y del paraíso perdido; los horrores del crimen, la peste y el hambre; el dolor del exilio (que don Luis vivió de niño) y, finalmente, la vuelta y la reedificación de la tierra prometida. De esa experiencia, estoy convencido, extrajo su vocación constructora. El hombre apacible y bueno que había visto crecer y multiplicarse a su progenie y a su pueblo desde las cenizas, solo podía concebir la vida para celebrarla, respetarla, enriquecerla, recrearla. Por eso don Luis objetó la periodización de nuestra historia en la Independencia, las guerras del siglo XIX entre conservadores y liberales, la Revolución. No negaba la realidad de la violencia (sobre todo la defensiva, algunas veces justificada) pero sobre ella reivindicaba la reforma y la concordia. Su teoría era distinta: "México -nos decía- es una construcción milenaria". Su clave para entender la historia era la cultura vista como conjunto de valores materiales, vitales, intelectuales, estéticos, éticos, religiosos, a través del tiempo. Y para don Luis, el crisol donde se formó nuestro país fueron los tres siglos virreinales que la vieja (y nueva) historia oficial querría borrar, pero que están grabados en nuestra vida cotidiana.

Era una delicia convivir con don Luis en su casa ancestral, con su gran patio, el pozo centenario y la clavellina floreciente. Comer quesos, corundas, chongos, uchepos. Charlar con Armida, su virtuosa e inteligente mujer, y sus seis brillantes hijos. Todavía extraño visitar su biblioteca, caminar por la tarde en la plaza, hablar del pasado. Fue un privilegio ser su discípulo y amigo.

Aquel pueblo, como todo México, ya no está en vilo. Está en llamas, como hace cien años. ¿Dónde está ahora el historiador que narre su sufrimiento y documente la responsabilidad del régimen actual en esta tragedia? Ya llegará. Porque igual que entonces, en la ronda de las generaciones, ambos, pueblo y país, renacerán.

ÁTICO

Homenaje a Luis González, que dio voz al pueblo, en el centenario de su natalicio.

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