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El hombre entre paréntesis

Cuando el barroco cedió ante el neoclásico, las obras del mexicano, denunciantes de la hipocresía e incongruencia, fueron mejor apreciadas que las de sus contemporáneos ibéricos. Corneille y Voltaire no titubearon en mostrarle.

El hombre entre paréntesis

El hombre entre paréntesis

ANTONIO ÁLVAREZ MESTA

Uno de los mejores escritores mexicanos de todos los tiempos, el dramaturgo Juan Ruiz de Alarcón, padeció acondroplasia y cifosis, es decir, fue enano y deforme. De niño, su familia lo mantuvo oculto para evitar burlas y comentarios aviesos. Es que en el siglo XVII se aseguraba que las personas contrahechas eran consecuencia de los pecados de sus ascendientes. Juan, con sus dos corcovas (una en el pecho, otra en la espalda), patizambo, con los dedos de una mano en forma de diabólico tridente y con una dentadura mal embonada que afeaba su rostro, hacía que la familia fuera reprobada por la gente de Taxco.

En todo caso, ¿cuáles fueron los supuestos pecados familiares? Para la mentalidad de la época, los peores. Su abuelo materno era judío y su abuelo paterno fue hijo de un sacerdote y de una esclava mora, y eso merecía total repulsa. Al principio, la riqueza extraída de un par de minas de su propiedad aminoró el rechazo. Incluso permitió relacionarse con personajes poderosos en la sociedad novohispana, como los dos primeros virreyes, don Antonio de Mendoza y don Luis de Velasco.

De todos modos, la familia se vio obligada a trasladarse a la Ciudad de México cuando las minas dejaron de ser redituables. Juan estudiaría el bachillerato y cursaría la carrera de Derecho en la Real y Pontificia Universidad. Fue un estudiante aplicado, pero sus méritos académicos aumentaron la animadversión de sus envidiosos condiscípulos y le motejaron como “el hombre entre paréntesis”, haciendo referencia cruel a sus jorobas.

Cuando don Luis de Velasco retornó a España, llevó consigo a Juan Ruiz de Alarcón para que prosiguiera sus estudios en la Universidad de Salamanca. Tenía genuina vocación por las leyes y se hubiera consagrado a ellas, pero su nada agraciado aspecto le vedó oportunidades laborales; “su figura lo desayudaba”. Pero ya que tenía facilidad para escribir, incursionó en el teatro para obtener algo de dinero. Hizo varias comedias para prestigiosas compañías teatrales, entre ellas la de Diego Vallejo. Aristóteles escribió que el principal beneficio del arte teatral es la catarsis. Recordemos que la palabra catarsis significa purga y, sin duda, el teatro fue una purga emocional para el atormentado Ruiz de Alarcón.

Nunca fue bien tratado por sus colegas. Francisco de Quevedo le llamó “Corcovilla” y escribió encarnizados versos en su contra: “¿Quién, si dos dedos creciera,/ pudiera llegar a rana?/ ¿Quién puede ser almorrana de la peor rabadilla?/ Corcovilla”.

Góngora le apodó “gémina concha”, mientras que Agustín Millares Carlo le describió como “un poeta entre dos platos, zambo de los poetas y sátiro de las musas”. Dijo además que “la D de Don que Ruiz de Alarcón se empeña en anteponer a su nombre no es más que su medio retrato”. Por su parte, Lope de Vega también hizo mofa del “indiano con cara de búho y cuerpo de rana”.

En cantidad de obras jamás podría competir con los dramaturgos de su época. Publicó en dos tomos 20 comedias y un puñado más en hojas sueltas. Muy poco frente a las aproximadamente 800 de Calderón de la Barca, 400 de Tirso de Molina y 1500 de Lope de Vega. No obstante, la calidad de varias obras de Ruiz de Alarcón, como Las paredes oyen, Los pechos privilegiados, El semejante a sí mismo y sobre todo La verdad sospechosa, es equiparable a las mejores de su tiempo. Cuando el barroco cedió ante el neoclásico, las obras del mexicano, denunciantes de la hipocresía e incongruencia, fueron mejor apreciadas que las de sus contemporáneos ibéricos. Corneille y Voltaire no titubearon en mostrarle admiración.

Siguió porfiando en su carrera de abogado y en 1625 obtuvo el peleado puesto de relator de Indias y así pudo retirarse del medio teatral, siempre tan hostil. Moriría catorce años después y ni siquiera entonces le trataron bien. José de Pellicer y Tovar así dio a conocer su deceso: “Murió don Juan Ruiz de Alarcón, poeta famoso así por sus comedias como por sus corcovas y relator del Consejo de Indias”.

Ruiz de Alarcón fue el hombre entre paréntesis. Evitemos que sus obras sigan entre paréntesis y démosle por fin la lectura atenta que merecen.

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Escrito en: Teatro Góngora Alarcón Siglo de Oro

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