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El Pacífico, un barrio albiverde de fe ciega

Murales y ritmos que resisten a las derrotas

Joshua Ortiz sigue al equipo albiverde a pesar de su discapacidad visual.

Joshua Ortiz sigue al equipo albiverde a pesar de su discapacidad visual.

SAÚL RODRÍGUEZ

En 2011, la directiva del Santos Laguna dio a conocer la campaña “Si eres Santo, tu fe es ciega”, con el fin de representar en palabras el fervor de la afición albiverde. En ese entonces, el club era protagonista de la liga mexicana; hoy, sin norte fijo, pasa por el peor momento de sus 42 años de historia. Pese a esto, El Pacífico, un barrio torreonense, se niega a renunciar a la pasión que decora sus callejones, en espera de que retornen esas tardes de gloria.

Las banderas ondean en un vecindario de Torreón, colores verde y blanco en cánticos que destierran al silencio. Suena el latir del bombo, la estridencia de los platillos, el ritmo de la murga. “¡Al Corona voy a ver al campeón!”. Es la gente de un equipo mermado que se niega a sucumbir ante la amnesia. Murales sobre las casas recuerdan esos ayeres trazados con gloria. Ni siquiera la mala racha es capaz de callarlos. Los de El Pacífico apoya al Santos Laguna como si fuera el cataclismo. A fin de cuentas la vida es un esférico que gira sin cesar. “Dios es redondo”, apunta el escritor Juan Villoro; tan redondo como el sol que corona una tarde de domingo en el poniente.

El Pacífico. Un barrio bravo enclavado en la zona vieja de la ciudad, entre la avenida Allende, el bulevar Independencia y las calles Juan Antonio de la Fuente y Ramos Arizpe. Un trapecio rectangular de 12 mil 794 metros cuadrados y 217 habitantes, según datos del Instituto Municipal de Planeación y Competitividad. Este laberinto de 101 viviendas —75 de ellas habitadas— y una decena de callejones, debe su nombre al ferrocarril Coahuila-Pacífico, línea comercial inaugurada el 8 de agosto de 1901, cuando Torreón era apenas una villa, y cuya concesión pertenecía al estadounidense A. W. Lilliendahl.

El historiador Carlos Castañón narra: el ferrocarril, entonces el tercero en importancia, después del Internacional y el Central Mexicano, cubría la ruta Torreón-Saltillo. Los restos de su andén todavía se aprecian a una cuadra, en lo que hoy es la Escuela Municipal de Danza Contemporánea de Torreón. Poco a poco, los trabajadores edificaron sus hogares en esos patios. Lo hicieron de manera irregular. La empresa lo sabía. Ante el humeante aliento de las locomotoras, construyeron un mundo nuevo; sobre rieles y durmientes intentaron sostener el sueño de un futuro alentador.

“Si te fijas, El Pacífico no es la cuadrícula de Torreón perfectamente trazada, sino más bien es desordenada, porque se fue haciendo al calor de una persona que construye aquí, otra que construye allá y luego quedan unos callejones para entrar, porque nunca hubo una avenida, un trazo urbano, como sí sucedió con las otras colonias. Y fíjate en las fechas. No estamos hablando de una colonia de cincuenta años, sino que supera los cien”.

Si el trazo del barrio no tiene sentido, la devoción que aquí se profesa por el Santos Laguna tampoco. “¡Es un sentimiento, no trates de entenderlo!”. Los del Pacífico son los nadies del poema escrito por el uruguayo Eduardo Galeano: “Los nadies: los hijos de nadie, / los dueños de nada”. Viven en un lugar de nadie, en el locus neminis romano, en un barrio indómito que a la vez es de todos. Ellos son familia, son “hinchas”; es decir, apoyan a muerte a su equipo. Pertenecen al sector poniente de La Komún, barra de animación fundada en 2001 para alentar al club lagunero.

El barrio de El Pacífico se encuentra en la zona más vieja del centro de Torreón.
El barrio de El Pacífico se encuentra en la zona más vieja del centro de Torreón.

Inicia la previa, el ritual antes de un partido. La banda de El Pacífico se alista para marchar al TSM. El visitante es Chivas. Antes hay que echar algo de humo, darle un trago a la cerveza, calentar la voz, para luego liberar el alma y hacer comunión con el prójimo. Son poco más de treinta aficionados reunidos en el corazón de la colonia. También han llegado de otras barriadas como La Polvorera o La Moderna. La mayoría son hombres, desde los quince hasta los cuarenta años. Entre ellos está Abraham Álvarez Villalba, El Barbas, el referente del barrio, quien hace la punta en todo.

 —Yo nací en Guadalajara. Aquí llegué a los 18 años. Mi familia siempre ha sido de aquí, siempre lagunera. Siempre me gustó el ambiente de aquí del barrio. Los papás de antes siempre nos llevaban al estadio a todos, al Corona.

El Barbas nació en 1982, es padre y hoy se dedica al comercio informal. Su familia es de El Pacífico. Llegó a Torreón en la década de los 2000. Poco a poco se ganó un lugar en la barra por medio del aguante, ese concepto que los investigadores han definido como “manifestación festiva y defensa de lo propio”. Por eso envuelve su voz en nostalgia. Se recuerda en las gradas del viejo Corona. Vuelve a sentir el sol quemándole la piel, el olor de humos raros, la cerveza lloviendo y los cánticos cuando un gol albiverde desbordaba las pasiones.

—Era otro pinche pedo. Llegaba la pipa y a aventar el agua. Estaba mamalón. ¡Cómo se calentaba! Te quemabas o llevabas tu tapetito. Llegaba el momento de gol y todos los tapetes pa’ dentro de la cancha. Los aventabas a las mallas, cosa que ahorita ya no.

Hoy le toca dirigir a la gente de El Pacífico, conseguir los boletos, rentar el autobús para ir al ahora lejano TSM, organizar la salida y el regreso de los suyos. Aquí los cursos de logística están de más, se aprende en la marcha. A prueba y error se gana el respeto. Lo dicen otros hinchas: el Barbas es quien resuelve. Y él asegura no bajar bandera. A pesar de las circunstancias, de extrañar los campeonatos y a esos jugadores que daban todo por el club, los colores son lo que importa. Y mientras doña Luz, una vecina, sale a recoger los botes de cerveza vacíos, hay que aceptar la realidad: los números desfavorables que, como al viejo Corona, amenazan con demoler lo edificado.

—Nosotros sólo vamos por el amor al equipo. Desgraciadamente muchas veces llegamos con la idea de “híjole, vamos a perder”. ¿Por qué? Porque vamos muy mal. Y ya vamos con la idea de no salir goleados y con eso estamos felices. Pero como dice la canción: “¡Si vas perdiendo! ¡Si vas perdiendo! ¡Es un sentimiento no trates de entenderlo!”. Nosotros siempre vamos a estar apoyándolo, aunque estemos hasta mero abajo.

Continúa el carnaval, continúan cantando: “¡Una gitana loca tiró las cartas, me dijo que el albiverde sale campeón!”. Le han cambiado la letra a la canción del grupo argentino Katunga. Han desplegado un “trapo”, un enorme trozo de tela con la palabra “Poniente”. Unos portan playeras del Santos, otros se descubren el dorso y la piel; como lienzo exhiben sus tatuajes. “¡Pasan y pasan años, no pasa nada, pero yo sigo siendo un guerrero!”. El club no levanta un campeonato desde 2018. No ha llegado a una final desde 2021 ni calificado a liguilla desde 2023. Durante más de 365 días ha sido el peor equipo de la liga mexicana. Entrenadores van y vienen. Tan sólo unos jugadores como el portero Carlos Acevedo se salvan del reclamo. La directiva niega la crisis. Pero el seguidor guerrero no se rinde, se abraza al discurso de la región que supuestamente venció al desierto, a una esperanza que vibra como el paso de un tren.

(Imagen: Enrique Castruita)
(Imagen: Enrique Castruita)

ARTE DESDE LA PANDEMIA

Lo narra el poeta Virgilio en La Eneida: el héroe troyano Eneas llega a Cartago y en el templo observa un mural sobre la guerra de Troya: el rey Príamo, el príncipe Héctor y él mismo protagonizan la derrota de su pueblo ante Grecia. Esa imagen es un poema que le duele. La emoción lo invade, se le escapa por los ojos. Entonces, Eneas dice a su compañero Acates: “Hay lágrimas en las cosas y lo mortal conmueve el alma”.

Al Barbas también lo invade la emoción, pero ante él no ve una derrota, sino una victoria. En uno de los callejones de El Pacífico está plasmada la imagen de Jared Borgetti, anotando el gol del triunfo contra Necaxa en la final del Invierno 1996. Fue el primer campeonato del club. El 58 flota en el aire con la mirada fija en el balón que rematará de cabeza. Ese movimiento eterno fue tomado de la icónica fotografía de Ramón Sotomayor, publicada en El Siglo de Torreón dos días después del partido, como regalo de Navidad para los lectores.

El Pacífico está cubierto por murales que le dieron visibilidad ante el mundo. El Negro los pintó entre 2020 y 2021, durante la pandemia por covid-19. En México, los estadios quedaron vacíos. ¿Cómo se profesa la fe si no hay templo? Los santistas se unieron, le hablaron al Negro —entonces vivía en La Rosita—, y aceptó ser el artista. Había que cooperar, ir por pintura y cal, brochas, rodillos, negociar con las señoras del barrio y hacerles ver que aquello no era malandreo, sino la expresión naciente de un sentimiento incomprendido.

El Negro, quien ahora vive en Canadá, se plantó ante los muros y con los carbones restantes de las discadas comenzó a delinear. Es similar a jugar futbol con una botella de plástico y un par de ladrillos como portería; la idea late y hay que usar lo que sea para que no se desvanezca. Entonces, tan enorme como un astro, el escudo del Santos Laguna apareció sobre una casa. En otra pared emergió la calavera de un hincha agitando banderas albiverdes. Al costado, el contorno de un corazón humano con las siluetas de un padre y su hijo dentro. En la explanada del barrio, la frase “Un guerrero nunca muere” y el año de fundación del club: 1983. Encima, el letal delantero ecuatoriano Christian ‘Chucho’ Benítez, fallecido en 2014, con el 11 en los dorsales y sus manos al cielo.

En la entrada de un callejón, el Negro intentó plasmar los goles definitorios de cada uno de los seis campeonatos. Ahí está Jared Borgetti, suspendido en el aire, decidido a tocar la eternidad. ¿Qué importa su posición adelantada? El sinaloense es un héroe griego ante las puertas del Olimpo. Pero la acción no está concluida, el gol del triunfo es la imagen que falta, pues como escribe Pascal Quignard: “El arte busca algo que no está ahí”.

Mural de Jared Borgetti inspirado en el gol del campeonato contra Necaxa en el Invierno 96. (Imagen: Enrique Castruita)
Mural de Jared Borgetti inspirado en el gol del campeonato contra Necaxa en el Invierno 96. (Imagen: Enrique Castruita)

UN HINCHA DE FE CIEGA

Jeshua Ortiz Gallegos también busca algo: caminar sin que nada le estorbe. Para ello usa su bastón de aluminio, tantea el suelo cada que se mueve de lugar. Bajo su gorro tiene la vista nublada, pero sonríe cuando escucha los cánticos de sus amigos. Entonces se une al coro. Él también canta. Él también alienta. Él también agita la mano en el aire y brinca para mostrar su aguante. “Jeshua sabe un chingo de futbol”. Dicen que a sus 18 años es toda una enciclopedia, que consume partidos de ligas exóticas, que ha investigado a los hooligans y barras bravas, que alguna vez propuso hacer un trapo en braille, que juega de defensa en Murciélagos —un equipo local para invidentes—, donde ya salió campeón, que desea estudiar la universidad y ser periodista deportivo.

—Yo empecé a ver futbol hace como siete años, cuando vivía en Querétaro. No sé si te acuerdes de la final contra Toluca en 2018. Ahí empecé a ver más futbol y a seguir al Santos. Mi familia no es muy santista, tengo tíos que le van al Santos, pero nomás por ser de la ciudad. Recuerdo que donde vivíamos en Querétaro, en la colonia había una vecina que era de Chávez. En mi casa no había luz y quería ver la final. Nos tuvimos que ir con la vecina, pero no vi la final. Y empecé a ver la liga hasta el siguiente torneo, cuando todavía estaban el Morelia y el Veracruz. Jugábamos a las siete en domingo. Todavía nos pasaba TV Azteca.

Su ceguera no es oscuridad total; se guía por el mundo gracias a luces de tonos desconocidos. Eso le permite “ver” los juegos, percibir que algo se mueve en la pantalla de la televisión, del teléfono celular o en el mismo estadio. “Vivo entre sombras luminosas y vagas”, escribe Jorge Luis Borges en un poema. “Mi condición fue una negligencia”, remite Jeshua.

—El oxígeno de la incubadora me desprendió la retina. Entonces, tengo retinotopía, pero tengo grado cinco, que es el máximo grado. Nada más una esquinita de la retina se quedó pegada y por eso veo luces de cerca. Si tú me pones la luz en el celular sí la veo. No sé qué colores, pero sí veo la luz. A veces sé que hay algo enfrente, pero no sé qué es. Puede ser una pared o un poste, y ya me quito porque voy a chocar.

(Imagen: Enrique Castruita)
(Imagen: Enrique Castruita)

El Barbas es quien más se preocupa por Jeshua, cuya madre se lo encarga cada que hay partido. Por eso lo trae de aquí para allá, lo apoya, le ayuda a conseguir un boleto, pero también lo regaña cuando cree que debe llamarle la atención. Jeshua no vive en El Pacífico, sino en el oriente, en Joyas del Desierto. Suele ayudar a su familia vendiendo pays en las fayucas. Hay jornadas en que se deprime. Por eso se abraza al balón y cada día de cancha acude a El Pacífico, para encontrarse con los suyos y evitar que, como escribe el lagunero Jaime Muñoz Vargas, la realidad acabe por golearlo.

—Ahora ya anda en eso de que quiere buscar jale— dice el Barbas al hablar de su amistad con Jeshua—. Me pide: “¡Hey! Búscame un jale”. Pero, ¿pues en dónde lo van a contratar? Yo sinceramente no sé. Y supuestamente iba a estudiar, pero no sé qué haya pasado. Pero él es como todos, él también trae sentimiento guerrero. Cayó aquí porque quería hacer algo con su vida, como es invidente, es diferente para él.

—¿Y qué quieres estudiar, Jeshua?

—Yo voy a estudiar para ser periodista. Quiero estudiar periodismo y comunicación. No sé de qué voy a vivir. No sé cómo. Christian Martinoli dijo una vez que ya estudiando la carrera, por lo menos tienes la base. No vas a salir a narrar televisión, obviamente, pero pues sí. De hecho tengo un proyecto con varios ciegos de Colombia, un canal de YouTube que se llama La mirada deportiva, donde a veces narramos partidos.

—¿Cómo?

—Lo que hacemos es pegarnos a la transmisión de un canal que lo esté pasando. Si tú los escuchas no te das cuenta de que son ciegos.

—¿Y qué onda con el trapo que querías hacer en braille?

—No lo he hecho porque no sé quién me pueda ayudar a pintar. Mi idea es comprar una tela, pintarla, dejar un espacio y poner mica. La verdad es muy duro escribir en mica, pero sí se puede. Una vez que tenga quién me pueda ayudar a pintar el trapo, yo creo que sí se hace.

Llega la hora de partir. El Barbas indica al barrio: hay que caminar, el autobús está afuera del Museo Arocena. Recogen las banderas, los trapos y el bombo. Jeshua sale disparado por un callejón, pero el Barbas lo alcanza, lo toma del hombro. Parecen dos hermanos, dos cómplices vestidos con los mismos colores. Toman la Allende, luego la Morelos, la Valdez Carrillo y la Juárez. Suben a la unidad del Torreón-Gómez ya invadida por santistas. Cuando el motor arranca, la pasión se enciende: “¡Del poniente vengo! ¡Ay, qué pedo tengo! ¡Al Corona voy a ver al campeón!”. Adentro se canta. “¡Chala la la lala, borracho! ¡Chala la la lala, borracho! ¡Del poniente soy!”. Jeshua está en uno de los asientos y saca su rostro por la ventanilla. Él también canta, también se emociona, y a veces cierra los párpados como si soñara.

—Santos es un amor muy grande —se sincera Jeshua—. Irle a Santos es otra cosa. Es complicado de explicar, es la vida, son los colores. A veces ha sido mi refugio. No te digo que te dé la solución a todas las cosas, pero te ayuda a calmar un poco las aguas. Yo siempre lo digo: yo estaré con Santos, así se vaya a la B, a la C o la D. Puedes cambiar de todo, pero no de equipo.

Morales Pérez asegura que hay varias respuestas sociológicas para explicar la unión santista en El Pacífico, pero una de ellas tiene que ver con la edad del barrio y su arraigo. (Imagen: Enrique Castruita)
Morales Pérez asegura que hay varias respuestas sociológicas para explicar la unión santista en El Pacífico, pero una de ellas tiene que ver con la edad del barrio y su arraigo. (Imagen: Enrique Castruita)

CULTURA DE BARRIO

A principios del siglo XX, en Montevideo, Uruguay, Prudencio Miguel Reyes hinchaba los esféricos con el aire de sus pulmones para el club Nacional. Era el propio Prudencio quien animaba a su equipo, siempre a la raya de la cancha. Desde ese momento, en Sudamérica se llamó “hincha” a todo aquel que acompañaba y alentaba a un club de futbol. El término llegó a México en los 2000, con el arribo de las barras, y se emplea para definir a aquel aficionado capaz de “dejar más que el alma por su equipo”.

En Torreón, el fenómeno social de La Komún ha sido estudiado desde 2008 por el doctor José Alfredo Morales Pérez, investigador de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UAdeC. Ha hecho trabajo de campo con la barra desde que estaba recluida en la “jaula” del viejo estadio Corona —una estrecha área de 40 metros de largo por 10 de ancho—, hasta ahora en la zona 24 del TSM, conocida popularmente como “la rebanada de pizza”. También ha viajado a juegos de visita. Ha visto cómo los jóvenes se convierten en adultos y luego en padres de familia, contabilizando hasta 700 integrantes. En la barra, los hinchas le conocen como el ‘Profe’.

Morales Pérez asegura que hay varias respuestas sociológicas para explicar la unión santista en El Pacífico, pero una de ellas tiene que ver con la edad del barrio y su arraigo. Quienes lo habitan reflejan una identidad latente, manejan sus propios códigos. “Ser parte de esas barriadas es aguantar, resistir y pertenecer”. Y como el futbol es una cultura de barrio, un deporte democrático en su formato más rupestre, lo que gira a su alrededor también desemboca en elementos expresivos. Por eso en los cánticos destaca una carga de virilidad: “¡Pongan huevos, vamos Santos, pongan huevos!”. Dentro de este fenómeno, el investigador señala que los hinchas van al estadio a pesar de la economía. En algunas ocasiones ni siquiera tienen para el boleto y deben “talonear” o ver quién “les haga el paro” para completarlo.

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El Barbas lo confirma de viva voz. Algunos integrantes de El Pacífico tienen sueldos que no superan los dos mil o tres mil pesos por quincena, y una simple ida al estadio puede costar más de 500 pesos incluyendo el transporte, la entrada y el consumo. El problema crece cuando no tienen en qué regresarse al barrio, las tarifas de los taxis y ubers desde el TSM al poniente de Torreón pueden alcanzar hasta los 400 pesos. Por eso cuando al Barbas se le cuestiona el motivo de tal sacrificio, a pesar de que el equipo pasa por malos momentos, acude a otro cántico de la barra: “Es un sentimiento, no trates de entenderlo”. Entonces recuerda a la plantilla que en 2007 se salvó del descenso y un año después levantó la tercera copa: Matías Vuoso, Daniel Ludueña, Oribe Peralta, Christian Benítez, etcétera. Y piensa que precisamente eso, el hecho de que la liga suspendiera el descenso desde 2020, abona a que el equipo no levante.

—En el equipo del descenso todos le echaban pasión —platica el Barbas—. Era el amor a la camiseta y el equipo. Todos se ganaban a la gente. Ahorita el único que se quiere ganar a la gente es Acevedo. ¿Por qué varios equipos, no nada más Santos, no le echan ganas? Porque no hay descenso. Mientras no haya descenso les va a seguir valiendo. ¿Qué tiene? Pagan cierta multa y con puro patrocinio ellos van generando. Se olvidan de la misma afición, no nada más de la porra. No saben lo que dejas por ir a un partido. No nomás es lo de la pura entrada. Pero pues ojalá que la gitana tire las cartas y el albiverde salga campeón.

Oscurece en el TSM. Es la jornada 4 del Apertura 2025. Los de El Pacífico ingresan a la zona donde sólo se permiten miembros de La Komún; la directiva los ha aislado y les prohíbe el consumo de cerveza. En el resto de la grada hay demasiados seguidores de Chivas. Parece mal presagio. Pero al minuto 23 de la primera mitad, se pita falta en el área visitante. El árbitro demora otros tres minutos en revisar y tomar una decisión. Al estadio lo cubre la incertidumbre. Entonces la euforia rompe el silencio. ¡Penalti a favor del Santos Laguna! El chileno Bruno Barticciotto, el jugador favorito de Jeshua, toma el balón y lo coloca en el manchón penal. Observa en silencio la soledad del portero. Espera al silbante. Tira hacia la esquina izquierda y pone el esférico pegado al poste, donde ningún dios puede llegar. ¡Gol! Los jugadores guerreros se abrazan. Los aficionados albiverdes también. Por algunos instantes brota la ilusión de que el equipo vuelve a ser ese equipo, el equipo de todos.

srodriguez@elsiglo.mx

(Imagen: Enrique Castruita)
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