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El perdón

J. SALVADOR GARCÍA CUÉLLAR

En los evangelios encontramos con frecuencia alusiones al perdón; Jesús de Nazareth nos invita a perdonar setenta veces siete, lo que significa que siempre debemos tener esa actitud de indulgencia hacia nuestros semejantes, incluso los enemigos.

El perdón no es un simple "borrón y cuenta nueva" como lo decimos entre nosotros, los mexicanos del siglo veintiuno, es una forma de salud mental liberadora de los atavismos que acompañan a las ganas de venganza. El perdón va más allá del olvido, y podemos considerarlo como el modo en que nos sacudimos los resentimientos nocivos.

En su sentido más hondo, el perdón es una decisión íntima que alivia a la persona del peso del rencor, aunque no despoja a la justicia de su deber. Es una forma de sanación que no borra la memoria, pero sí transforma los efectos del daño. Quien perdona lo hace en favor del otro, pero además se beneficia a sí mismo; es una forma de cerrar heridas que, de otro modo, seguirían abiertas. No se trata de negar el daño, sino de impedir que nos defina. El perdón no borra nuestro pasado, más bien impide que las heridas determinen nuestro futuro.

Cuando alguien nos hiere, deja una marca, a veces visible, otras veces invisible, pero siempre real. El dolor puede convertirse en resentimiento, y el resentimiento en prisión emocional. En ese encierro, el ofensor sigue teniendo poder sobre nosotros, no porque lo merezca, sino porque se lo permitimos. El perdón, entonces, es una forma de suprimir ese vínculo tóxico. No se trata de reconciliación -que requiere voluntad de ambas partes- sino de liberación personal.

Perdonar no es una muestra de debilidad, sino de fortaleza. Al perdonar, rompemos el ciclo de odio y rencor, y recuperamos el control sobre nuestras emociones. Es un acto de autonomía que promueve la paz interior y la dignidad personal. Cuando perdonamos, generosamente repartimos beneficios en la sociedad: a quien nos causó el daño, a quienes rodean tanto al ofendido como al ofensor, y en general a toda la sociedad porque estamos construyendo un mundo en el que se puede vivir en paz.

Las anteriores consideraciones podrían hacernos pensar que perdonar es encerrarse en sí mismo y olvidarse de todo lo relacionado con la ofensa, pero no es así, porque el perdón es una relación del ofendido con el ofensor, y el primero tiene que encontrarse con el segundo en una actitud de generosidad y clemencia, independientemente del arrepentimiento del ofensor. El perdón es un encuentro con quien nos ofendió para iniciar el camino hacia la paz interior.

El perdón no implica la renuncia a que el agresor enfrente las consecuencias de sus actos. Podemos perdonar para no vivir encadenados al odio, y al mismo tiempo exigir que el delito sea juzgado por las autoridades competentes. La justicia tiene su propio camino, su tarea no es sanar, sino reparar, no busca la paz interior, sino el restablecimiento del orden social. Es lícito y razonable perdonar para no vivir encadenado al odio y al mismo tiempo exigir que el delito sea sancionado por la autoridad.

Confundir el perdón con la impunidad es peligroso. Hay quienes, en nombre de la paz, piden a las víctimas que callen, que no denuncien, que "dejen pasar". Pero eso no es perdón, es negación. El verdadero perdón no silencia la verdad, la ilumina. No encubre el daño, lo reconoce, y no exime al culpable de su responsabilidad ante la sociedad.

En un proceso legal, el perdón se otorga ante una autoridad (como el Ministerio Público o un juez) y tiene el efecto de extinguir la responsabilidad penal del acusado. Este tipo de perdón no se aplica a delitos graves o de acción pública, como el homicidio o el secuestro, ya que estos afectan a la sociedad en su conjunto y no solo a la víctima directa, por lo que las autoridades tienen la obligación de sancionarlos.

No siempre que perdonamos lo hacemos por motivos religiosos, esta acción es positiva aun entre quienes no tienen una determinada fe. Los humanos tenemos la capacidad de perdonar y a todos nos beneficia hacerlo, sin importar la religión que profese quien perdona por humanidad o para sentirse libre de las ataduras que ocasionan el rencor y el odio.

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