Andrés Manuel López Obrador ha respetado el silencio que ofreció guardar para que su sucesora, Claudia Sheinbaum, gobierne sin interferencias. Luis Echeverría recibía en su casa de San Jerónimo a comisiones políticas después de dejar la presidencia. Para quitárselo de encima, José López Portillo le dio una embajada en las antípodas. Carlos Salinas quiso establecer un maximato, pero abandonó el país cuando Ernesto Zedillo encarceló a su hermano Raúl por el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu y enriquecimiento ilícito. Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto se conforman con publicar videos de sus años de poder y algunas banalidades. El único de los predecesores de AMLO que radica en el país es Fox.
Poco antes de terminar su mandato y de emigrar a su quinta de Palenque, Chiapas, AMLO pidió a sus seguidores y colaboradores: «No intenten buscarme (…) no quiero ya aparecer. No hay nada, ya cumplí mi ciclo y me voy contento (…). Primero porque (...) se dio a conocer el dato del Banco Mundial (de) que se redujo la pobreza en el tiempo que estuvimos en el Gobierno como no sucedía en décadas, se redujo la desigualdad. Segundo porque es un gran honor, un timbre de orgullo, haber gobernado un país con un pueblo tan bueno, noble, trabajador, fraterno, excepcional. Y lo tercero, que le dejo la banda presidencial a una mujer con mucho conocimiento, experimentada, sensible, honesta, que va a ser, sin duda, una muy buena presidenta, y en poco tiempo, ese es mi pronóstico, se va a convertir en la mejor presidenta del mundo.
»Tiene todo para lograrlo. Yo ya termino mi ciclo, considero que cumplimos y agradecerle muchísimo a la gente (…). Es inmensa la bondad del pueblo de México. Es un pueblo muy bueno, muy solidario, muy fraterno. Lo constaté desde niño, pero cuando empecé en el servicio público, cuando fui director del INI (Instituto Nacional Indigenista), me acuerdo, un indígena chontal se pegó en el pie un hachazo y tuvieron que sacarlo en hamaca, así se acostumbraba porque no había otra forma, y yo andaba metido en las comunidades. Me acerqué y alcancé a ver cómo llegaba la gente más pobre y sacaba 20 centavos, un peso y se lo dejaban en la hamaca. Todos, porque sabían que lo iba a necesitar. Y aquí se ve todavía, en el Metro, en todos lados, la gente ayudando. Aquí hay mucha solidaridad» (conferencia del 09.09.24).
Pocos mandatarios tuvieron contacto así con la gente, le hablaron con esa familiaridad, y, menos aún, labraron su trayectoria desde puestos políticos modestos. La carrera presidencial empezaba en la alta burocracia, en los circuitos del poder económico, y terminaba en Los Pinos. El último dedazo lo dio Salinas con Luis Donaldo Colosio, pero el delfín se le salió de control. Tenía que deslindarse -«veo un México con hambre y sed de justicia», dijo 18 días antes de su asesinato- de un sistema agotado y de un presidente autoritario. Era la única manera de generar confianza. Zedillo le hizo justicia a Colosio, de alguna manera: encarceló a Raúl Salinas y forzó el exilio del «villano favorito de los mexicanos».
Conocedor de la historia, AMLO pidió respetar su retiro en Palenque para no escuchar quejas ni solicitudes de recomendación para la presidenta Sheinbaum. Su última aparición pública fue el 1 de junio para votar en la elección judicial que renovó la Suprema Corte de Justicia de la Nación y el sistema de justicia federal en conjunto. Los grupos de interés que lo presentaron como «un peligro para México» jamás perdonarán que un sureño de su condición los haya vencido. Son los mismos que hoy lo atacan con el mismo resultado: ninguno.