
Esperar que el otro adivine las necesidades propias es poco realista. Imagen: Freepik
Hay una forma de sufrimiento que no grita, no reclama, no exige. Se instala en los gestos cotidianos, en las tareas que se repitensin reconocimiento, en el cansancio que se acumula sin nombre. Es el sufrimiento de quienes no saben —o no se permiten— pedir ayuda. De quienes esperan que el otro adivine lo que necesitan, que el amor se manifieste en forma de intuición perfecta.Y cuando eso no ocurre, llegan el resentimiento, la frustración y el agotamiento.
Este fenómeno es especialmente visible en vínculos cercanos: parejas, familiares o amistades profundas. Personas que cuidan, que sostienen, que acompañan, muchas veces desde el silencio. No porque no tengan necesidades, sino porque han aprendido a reprimirlas. A veces por miedo, a veces por lealtad, a veces por una idea profundamente arraigada de que pedir es molestar.
EL MITO DEL SACRIFICIO DESINTERESADO
En muchas relaciones, se espera que el otro “se dé cuenta” de lo que nos hace falta. Se da por hecho que, si nos ama, lo sabrá. Que, si nos ve cansados, brindará ayuda. Que, si estamos tristes, tratará de descubrir lo que ha sucedido. Pero esta expectativa,aunque comprensible, es también una trampa, porque delega al otro la responsabilidad de leer entre líneas, de interpretar silencios y traducir gestos. Y cuando eso falla, no sólo no se recibe el apoyo esperado, sino que se vive como una traición.
Esta dinámica genera un círculo vicioso: quien necesita ayuda no la pide, quien podría ofrecerla no sabe qué requiere hacer, y ambos terminan frustrados. En el caso de las personas cuidadoras —madres, terapeutas, docentes, acompañantes—, esto puedederivar en lo que se conoce como burnout emocional: el cuerpo y la mente se agotan de sostener una carga sin ser, a su vez, sostenidos adecuadamente.
Este fenómeno no es casual. Muchas personas han crecido en contextos donde expresar necesidades era visto como debilidad, egoísmo o falta de gratitud, especialmente en culturas donde el sacrificio se valora como virtud y el rol de “dar sin esperar” seromantiza. En estos escenarios, pedir se convierte en una transgresión. Y así, se aprende a callar.
También influye el género. Las mujeres, por ejemplo, han sido históricamente asignadas a labores de cuidado, a priorizar al otro y ser “buenas” en función del servicio que brindan a los demás. En ese guion, el autocuidado queda relegado. Se esperaque el amor sea entrega total, incluso a costa del propio bienestar.
Hay una narrativa cultural que glorifica el sufrimiento silencioso. Lo vemos en películas, canciones, redes sociales: el personaje que lo da todo, que no se queja, que sufre por amor, por lealtad y vocación. Esta romantización puede ser peligrosa porque invisibiliza el costo real de ese sacrificio. Lo vuelve estético, admirable, incluso deseable.
En el ámbito clínico, esta tendencia dificulta el acceso a ayuda. Personas que no se permiten reconocer que la están pasando mal porque “así debe ser”. Y cuando finalmente colapsan, el entorno se sorprende: “Pero si nunca dijiste nada”. Y es así como igual desorpresivos son los casos de suicidio, cuando alguien que nunca pudo decir lo que le dolía intentó sobrevivir aislado en un mundo ajeno al dolor mismo.
APRENDER A PEDIR COMO ACTO DE VALENTÍA
Pedir ayuda no es debilidad. Es un acto de honestidad, de confianza y de cuidado mutuo. Implica reconocer que no podemos con todo, que somos humanos, que dependemos de los demás; pero también implica aceptar que el otro está en su derechode decir que no, que no siempre podrá o que no siempre sabrá cómo.
En las relaciones sanas, pedir no es exigir. Es abrir un espacio de diálogo y encuentro. Es decir:“Esto necesito, ¿puedes acompañarme?”. Y si no le es posible, buscar otras redes de apoyo, otras formas, sin caer en la fantasía de que el amor verdadero siempre adivina o todo lo puede.
Desde la perspectiva de la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT, por sus siglas en inglés), expresar nuestras necesidades no es solo un acto comunicativo, sino un modo radical de asumir la responsabilidad sobre nuestro bienestar. ACT nos invita a reconocer que el malestar emocional que solemos evitar a toda costa —como la incomodidad de solicitar ayuda, el miedo al rechazo o la vergüenza de mostrarnos vulnerables—, debe ser habitado con conciencia. En lugar de quedarnos atrapados en estrategias que perpetúan el silencio y el sacrificio, la propuesta es abrir espacio a esas emociones difíciles, aceptarlas como parte legítima de nuestra experiencia humana y actuar en función de lo que realmente valoramos.
Manifestar lo que requerimos, entonces, se convierte en un acto de coraje ético: no para manipular al otro ni para garantizar una respuesta específica, sino para afirmar nuestra agencia personal. Es decir: “Esto es esencial para cuidar de mí, y me hago cargo de decirlo”. En este marco, el pedir es una expresión de compromiso con una vida más plena, coherente y conectada con lo que importa. Es también una manera de salir del rol pasivo que muchas veces impone la cultura del sacrificio, y de construir vínculos donde el cuidado no se da por sentado; por el contrario, se negocia y se sostiene desde la autenticidad.
Este enfoque es especialmente transformador en contextos clínicos y formativos, donde el silencio suele confundirse con fortaleza, y donde el pedir apoyo a veces se vive como una amenaza al rol profesional o al vínculo terapéutico. La ACT nos recuerda que elsufrimiento no debe ser heroico para ser legítimo, y que el autocuidado empieza por reconocer que tenemos derecho a necesitar, a ser sostenidos también.
Algunas acciones concretas a tomar en cuenta son:
• Revisar nuestras creencias: ¿Qué aprendimos sobre solicitar ayuda? ¿Qué juicios tenemosal respecto?• Practicar la expresión emocional, nombrando lo que sentimos, lo que deseamos, lo que nos duele.• Fomentar vínculos donde se pueda hablar: espacios seguros, sin juicios, donde el pedir no sea visto como carga y donde tengamos apertura a escuchar para entender, no para responder.• Acompañar sin asumir, es decir, no dar por hecho lo que el otro necesita. Preguntar, escuchar, respetar.• Romper con la idealización del sacrificio, reconociendo que el cuidador también precisa cuidados.
En un mundo que a veces premia el silencio, aprender a hablar de lo que necesitamos es un acto de resistencia. No para exigir, sino para construir vínculos más humanos, más reales, más sostenibles. Porque nadie debería agotarse por cuidar y porque el amor, para ser pleno, requiere también palabras.
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