Carlos Manzo, el alcalde de Uruapan que fue asesinado hace unos días, denunció el abandono del gobierno del estado de Michoacán y del gobierno federal. Lo hizo por todos los medios a su alcance. Lo hizo a lo largo de muchos meses y en todos los tonos posibles. Pedía respaldo al gobierno del estado, reclamaba el apoyo de Claudia Sheinbaum y de su secretario de seguridad. El apoyo nunca llegó. El alcalde suplicaba que la presidenta viajara al municipio, que conociera directamente el drama que ahí viven y que, con su presencia, enviara un mensaje de solidaridad. La presidenta nunca pisó el municipio. Desde que asumió la presidenta ha visitado varias veces el estado, pero no puso un pie en Uruapan.
Manzo había llegado a la presidencia municipal como candidato independiente derrotando al partido oficial. No dudó en señalar las complicidades de los gobiernos previos con los criminales. Si un alcalde no pacta con los delincuentes queda solo, abandonado a su suerte. En sus entrevistas hablaba del vacío. El municipio, el poder más débil de la república, encuentra vacío cuando suplica el respaldo de las fuerzas locales y federales. Si el vacío se prolonga, advertía el alcalde en sus últimas declaraciones, no habrá otra salida que tomar las armas para defender a nuestro municipio. El abandono nos deja sin alternativa.
La firmeza con la que confrontaba a los criminales y denunciaba la complicidad de los gobiernos lo convertía en un político extraordinario. Hoy no podemos dejar de verlo como un héroe. ¡Cuántos valientes en el México de hoy pagan su osadía con la muerte! En su valentía, es cierto, se percibía temeridad. ¿Quién en su sano juicio, se enfrenta solo a los bárbaros? No lo intimidaban las amenazas. Reconocía el miedo, pero oponía una fuerza superior: la responsabilidad. Había que recuperar Uruapan. Sabía perfectamente que enfrentaba enemigos despiadados. Pidió ayuda. No la recibió. Lo que encontró fue el vacío.
"Vamos por el camino correcto," dice la propaganda oficial. Por el radio escuchamos una y otra vez los mensajes del gobierno presumiendo una disminución significativa de homicidios en el país. Hay buenas razones para dudar del camino o de los avances en esa ruta. Si es cierto que se ha roto con la política del gobierno anterior y que hay algunos resultados alentadores, encontramos al mismo tiempo evidencias de que la implantación territorial del crimen sigue intocada. Zonas donde el Estado no ejerce la soberanía; espacios donde las guerras entre bandas criminales se prolongan durante meses; regiones donde el poder es esclavo o socio de los bandidos. En las últimas semanas se han acumulado crímenes que dejan constancia de que seguimos sin encontrar el camino correcto para la restauración del Estado. La violencia no cede en Sinaloa. La matazón se hace costumbre. La extorsión es regla en cientos de municipios del país. Los delincuentes exprimen negocios amenazando con los más crueles castigos a quienes no "pagan piso." Hay carreteras intransitables. Quienes levantan públicamente protesta ante la extorsión que el gobierno no combate, son ultimados. El asesinato de Bernardo Bravo, líder de los limoneros de Michoacán, tampoco fue una sorpresa. Otro mexicano valiente abandonado a su suerte. Denunció la extorsión, recibió amenazas, fue asesinado. De nuevo, el vacío, la ausencia de Estado.
El camino del que habla la presidenta, más que una ruta, es un personaje. El gobierno federal ha apostado al liderazgo del secretario de seguridad como la carta de salvación nacional. Se le ha convertido en un ídolo, a pesar de que seguimos viendo en el país las consecuencias del desgobierno. Muchos comentaristas caen en la misma trampa de la devoción. En el secretario radica la esperanza. Conoce el problema, tiene experiencia, la presidenta confía en él, se entiende con los Estados Unidos. Estamos ante una fuga de fe: la estrategia de García Harfuch, conducida por García Harfuch, explicada por García Harfuch. Todas las fichas puestas en un hombre que planea, ejecuta y comunica. La confianza ciega que se deposita en un hombre parece, por lo menos, imprudente. Esa personalización de la política de seguridad no puede más que estimular preocupación. Esa película ya la vimos y acaba mal.