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En busca del padre perdido

Abusando del lenguaje inclusivo, me permito llamar pa-madres a esas intrépidas mujeres que en principio padecen el escándalo social que sigue causando el embarazo de un padre fantasma.

En busca del padre perdido

En busca del padre perdido

ADELA CELORIO

“Vine a Comala porque me dijeron que aquí vive mi padre, un tal Pedro Páramo”, es una de las citas mejor conocidas de la célebre novela de Juan Rulfo. Y “no tengo papá” es la sentencia que el mundo intenta normalizar, pero que sabe a vinagre en el paladar de una niña, cuenta Alma Delia Murillo en la magnífica novela La cabeza de mi padre.

Es vieja y recurrente la historia del padre desaparecido. Los machos se van, abandonan sin volver la mirada, sin enterarse siquiera de la responsabilidad que la paternidad impone. Albert Einstein abandonó a sus hijos. El filósofo Jean Jacques Rousseau, quien escribió un tratado sobre la crianza y educación de los niños, mandó a los cinco suyos a un orfanato. “Aquella mañana de noviembre de 1935, se despidió como un marido cariñoso de su esposa embarazada de cinco meses. Nunca más la llamó ni escribió ni dio señales de vida hasta once años después”, cuenta Vargas Llosa en su novela autobiográfica El pez en el agua.

Todo este preambulo es sólo para poner en claro que abandonar a la cría es índole del macho de cualquier raza, creencia y clase social. Son muchos los progenitores que viven sin cargo de conciencia el abandono de sus hijos. “Yo soy tu padre” no tiene ningún sentido paternal ni se dice para proteger, sino para imponer superioridad, poder arbitrario, voluntad sin freno y sin cauce.

Millones de niños en el mundo llevan en el corazón la herida del abandono del padre, a quien, en su ausencia, imaginan generoso y protector.

Pasados once años, el padre de Vargas Llosa volvió a casa. “Y entonces, junto con el terror, me inspiró odio”, escribió. “Odiar a mi papá y desear que se muriera para que yo y mi mamá volviéramos a tener la vida de antes”. Se estima que en México existen alrededor de cuatro millones de madres solteras que no reciben manutención ni apoyo para la crianza de sus hijos. Está padrísimo, ¿no? Abusando del lenguaje inclusivo, me permito llamar pa-madres a esas intrépidas mujeres que en principio padecen el escándalo social que sigue causando el embarazo de un padre fantasma. No tienen más apoyo que el familiar, si es que la familia no las rechaza: “Ahora ve a que te ayuden allá donde te hicieron al chamaco”.

En una sociedad que les ofrece poca o ninguna ayuda, las pa–madres se inventan a sí mismas para alimentar, cuidar de la salud y dar educación a sus chiquillos, hasta donde sus recursos lo permiten. Tempranito llevan a su criatura limpia y peinada a la guardería. Corren por las calles cargando mochilas y jalando a sus chiquillos entre los autos, las manifestaciones que impiden el paso, y hoy no hay metro porque se descompuso y hágale como quiera. Y a seguir corriendo para llegar a la escuela donde, con suerte, hoy los maestros no están en huelga. Y a correr de nuevo a realizar trabajos que si bien no siempre son bien remunerados, al menos permiten poner tortillas en la mesa, pagar la renta y comprar lápices y cuadernos a sus chiquillos. Terminado el trabajo remunerado, a correr de nuevo para recoger a los niños en la escuela y emprender el regreso a casa.

A seguir limpiando, multiplicar los panes y los peces en la cocina, lavar y planchar porque mañana temprano hay que volver a empezar. Y ojalá los chiquillos no se enfermen, porque conseguir medicinas en Dinamarca está en danés.

Es por eso que en este mes que se festeja a los padres, siento el deber de expresar a las pa–madres mi reconocimiento y mi abrazo, que no les sirve ni les aligera siquiera un poco la vida, pero al menos las visibiliza. ¿Y por qué no?, vaya también mi reconocimiento para usted, pacientísimo lector, que encara con responsabilidad las obligaciones que impone la paternidad y se regocija con el cariño de sus hijos.

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