Los hombres cuentan con derechos y capacidades que les dan un valor como persona. Nos diferencian de la cosa y del animal. Aun así, existe el riesgo de que algo nos prive de esos derechos y nos rebaje, en cuanto a nuestros valores, a la condición de cosa o animal. Casos abundan; la esclavitud fue uno de ellos. El hombre convertido en cosa, obligado a trabajar hasta el extremo. Era propiedad de alguien, y la ley protegía esa propiedad. Atenta en contra de la dignidad humana.
¿Cuál es el valor de la vida humana? En otras palabras: ¿para qué vives?
Lo hacemos en contra de nuestra voluntad. Nos dieron la vida nuestros padres. Algunos siguen viviendo por inercia, y otros toman en sus manos la responsabilidad de vivir. En ello hay muchos matices. Se le llama darle sentido a la vida; hacer que valga la pena, sin que siempre exista la necesidad de realizar grandes proezas. Vivir con dignidad consiste en eso: tener una razón de ser y un valor. El valor del esclavo es ser cosa, sujetarse a la voluntad de otros. ¿Esa es su razón de ser o su valor?
Los hombres nos hemos convertido en destructores de los valores humanos. De mil maneras acabamos con la dignidad humana, o simplemente no nos importa verla destruida, incluso mediante actos cotidianos que ya nos parecen naturales.
Drogarse es una de ellas. Como negocio, deja muchos dividendos, pero ha acabado con la estabilidad social, destruyendo a la persona dependiente y reduciéndola a su condición animal. Todos conocemos las consecuencias de esta industria: corrupción que genera inseguridad. Se pierde el sentido de la vida. Se destruye la dignidad.
Esto hace que nuestra sociedad deje de ser digna, aunque abunden los millones.
La política, un laberinto de engaños, se ha convertido en refugio de personas mediocres que buscan posición social, sin asumir responsabilidad alguna. Se malgasta el dinero: se tira a la calle o se usa en beneficio personal. No hay representatividad real. Nos piden el voto para volverse en contra de quienes representan, quienes cada vez tienen menos herramientas para defenderse, incluso con la ley de amparo. Algunos actos llegan hasta la ofensa, como hacer campaña regalando productos innecesarios -escobas o trapeadores- como mensaje subliminal: "tu casa está sucia". Sería más sencillo investigar las necesidades reales de la colonia e invertir ese dinero en solucionarlas. Pero eso es lo que menos importa; se gasta para que el político se luzca, aunque ofenda. Eso es jugar con la dignidad humana.
Si realmente se preocuparan por lo que predican, hablarían de fenómenos que rebajan la dignidad, como los desempleados que se dedican a actividades varias para sobrevivir, como los limpiaparabrisas. Peso a peso, van acumulando ingresos; si les da más que el salario mínimo, ¿para qué ir a una fábrica? La dignidad es lo que menos importa.
Más triste aún es ver a niños indígenas haciendo malabares en las calles. Su propia familia ha descubierto la productividad de la función que realizan. Su futuro es ese; no hay más opciones. Se encontró el "filón de oro" y todo el mundo prefiere vivir en la ignorancia, limpiándose de culpas al darles una moneda, difícilmente un billete.
Es aquí donde los políticos desaparecen. Eso es lo que les importa: la dignidad del ciudadano. La realidad no se arregla con discursos.
Existen otras maneras de atentar contra la dignidad y la especie. El aborto se ha puesto de moda. La mujer lucha por tener derecho a no asumir la responsabilidad de su actividad sexual, al igual que el hombre, y para ello exige la legalización del aborto bajo la premisa de que es su cuerpo. Por ley, está prohibido mutilarse una pierna o un brazo; no veo la razón de no incluir a un feto. El gozo sexual se ha separado de las consecuencias que vienen después, y eso atenta contra nuestra especie. La dignidad de la mujer se rebaja a ser meramente sexual en lugar de madre. Perdón por la palabra, pero nos estamos dejando llevar por el placer y rechazamos el deber. Las consecuencias son evidentes.
La sociedad en su conjunto está perdiendo su razón de ser.