La nueva maniobra geopolítica de Donald Trump, al imponer a Rusia un ultimátum de "10 o 12 días" para detener el conflicto en Ucrania, no representa un esfuerzo por alcanzar la paz, sino un gesto de arrogancia diplomática envuelto en oportunismo electoral. Esta declaración, hecha desde su propiedad en Escocia, es tan simbólica como peligrosa: reduce un conflicto complejo, arraigado en décadas de tensiones regionales, intereses de seguridad y disputas históricas, a una simple transacción política controlada desde Washington. Es el reflejo más claro de una visión imperialista de la política internacional, en la que Estados Unidos pretende dictar los términos de la paz mientras alimenta la guerra con armamento, sanciones y retórica hostil.
Desde el inicio del conflicto en 2022, Occidente ha presentado a Rusia como el único actor responsable de la crisis, ignorando deliberadamente las provocaciones previas: la expansión de la OTAN hacia el este, el armamento creciente de Ucrania desde 2014, la marginación de las poblaciones rusoparlantes del Donbás y el fracaso en implementar los Acuerdos de Minsk. Esta versión sesgada de la historia ha servido de base para justificar una política de presión total contra Moscú, disfrazada de defensa de "la democracia". Sin embargo, la realidad es que Estados Unidos y sus aliados han convertido a Ucrania en un campo de batalla geopolítico, armándola masivamente, incluso con misiles de largo alcance y sistemas avanzados que han sido utilizados para atacar territorio ruso.
Desde 2023, Ucrania ha intensificado ataques dentro de Rusia -en regiones como Bélgorod, Kursk o Crimea- con el uso de drones y armamento suministrado por Occidente. Estos ataques han causado la muerte de civiles, destrucción de infraestructura civil y un aumento significativo en el clima de inseguridad entre la población rusa. Para Moscú, esto no es simplemente un conflicto local: es una guerra híbrida en la que Estados Unidos y la OTAN participan activamente.
Ante este panorama, Trump presenta su ultimátum como una oferta de "paz", cuando en realidad es una amenaza diplomática. No propone un acuerdo, no abre canales de diálogo genuino, no reconoce las preocupaciones de Rusia. Solo impone condiciones, fija plazos y sugiere nuevas sanciones si no hay obediencia. Esta lógica no se parece en nada a una diplomacia responsable. Es, más bien, una prolongación de la guerra por otros medios: la imposición unilateral, el castigo económico, y la manipulación mediática. El llamado cese al fuego no implica negociación ni reconocimiento mutuo; es simplemente una pausa táctica diseñada para favorecer los intereses de Trump.
No es casual que, mientras el conflicto se prolonga, las industrias armamentistas estadounidenses registren ganancias récord. Solo en 2023, el presupuesto militar de Estados Unidos superó los 880 mil millones de dólares, el mayor en su historia. Empresas como Lockheed Martin, Raytheon y Northrop Grumman han visto dispararse sus ingresos por la venta de misiles, sistemas antiaéreos y munición suministrada a Ucrania. Según el Departamento de Defensa, más de 44 mil millones de dólares en armamento han sido enviados directamente al frente desde 2022. Esta guerra, que para Europa significa crisis energética, inflación y desplazamiento masivo, para Washington representa una oportunidad estratégica: debilitar a Rusia, afianzar su influencia en Europa del Este, y revitalizar su complejo militar-industrial. En ese tablero, la paz no es una urgencia: es un obstáculo para el negocio.
Lo más alarmante es que esta postura no reconoce la existencia de víctimas del otro lado. Mientras Occidente se indigna por cada ataque en territorio ucraniano -muchos de ellos trágicos, sin duda- ignora por completo las vidas rusas perdidas, los niños muertos por drones ucranianos, los pueblos fronterizos evacuados, la vida cotidiana alterada por una guerra que Rusia no buscó, sino que se vio obligada a enfrentar. ¿Dónde están los llamados a la moderación cuando se trata de Kyiv? ¿Por qué se celebra el envío de armas, pero se condena la respuesta de Moscú?
Trump no está liderando un proceso de paz. Está construyendo una narrativa electoral que le permita mostrarse como "el único que puede detener la guerra", cuando en realidad contribuyó -como parte del sistema político estadounidense- a su gestación. Su estrategia no es neutral ni constructiva: es una forma de presión encubierta, sin garantías de justicia, de respeto a la soberanía ni de equilibrio geopolítico.
La paz verdadera no nace de ultimátums. Nace del reconocimiento mutuo, del respeto entre naciones, del diálogo sin condiciones impuestas por intereses hegemónicos. Si Estados Unidos y sus aliados realmente quisieran una salida diplomática, no estarían armando a Ucrania hasta los dientes ni celebrando ataques dentro de Rusia. Estarían construyendo puentes, no fijando plazos.
Una vez más, se repite la lógica imperial: dividir, armar, sancionar… y luego exigir rendición en nombre de la paz. Rusia no ha sido un país que se rinda fácilmente. Y la historia demuestra que las potencias que buscan imponer su visión del mundo a la fuerza, tarde o temprano enfrentan las consecuencias. Porque la paz no es un decreto. Es una construcción. Y no puede surgir mientras uno de los bandos se cree con el derecho de dictarla.