(FOTOGRAFÍAS: RAMÓN SOTOMAYOR)
Giselle baila en una aldea en medio del bosque con su inocencia incorrupta. Tiene el alma libre. Su naturaleza es frágil y surca los aires con cada movimiento. La música que muestra su leitmotiv también refleja alegría. La iluminación es la de un sol en plenitud. Parece que la campesina brillará a perpetuidad, hasta que a un hombre se le ocurre enamorarla.
Este miércoles 29 de octubre, en el Teatro Isauro Martínez, tuvieron lugar las dos funciones (16:30 y 20:30 horas) de la producción Giselle a cargo del Ballet de Monterrey, en lo que marcó el inicio del Festival del Mitote Lagunero, organizado por el Ayuntamiento de Torreón a través del Instituto Municipal de Cultura y Educación (IMCE).

Para esta empresa, el Ballet de Monterrey dispuso de dos elencos encabezados por los bailarines Andrea de León y Laura Rodríguez (Giselle), Marco Cantú y Eduardo Diez (Albrecht). La dirección corrió a cargo del maestro Yovanis Ramos, artista consciente de lo que representa montar un ballet tan importante para el repertorio mundial desde su estreno en 1841. El libreto mantiene la esencia de Théophile Gautier y Jules-Henri Vernoy, y la música de Adolphe Adam.
El primer acto presenta a Giselle, una joven campesina que es enamorada por el duque Albrecht. Pero el hombre la engaña, le hace creer que es un guardabosques y se cambia el nombre a Loys. A pesar de estar comprometido con la princesa Bathilde, Albrecht pretende a Giselle; esconde su espada, le promete el mundo en sus manos y ella cae.
Por supuesto hay quienes se oponen al romance. El más afectado es Hilarion, también enamorado de Giselle, quien al ser rechazado jura venganza. Mientras que la madre de la protagonista le advierte a Giselle sobre las wills, espectros de mujeres que habitan en el bosque y que han muerto sin contraer matrimonio.
Pero nada parece evitar que el amor de Giselle y Albrecht se manifieste. El pas de deux de ambos disfraza un encuentro entre la ingenuidad y el abuso, y lo dota de tintes románticos. Hasta que la princesa Bathilde aparece e Hilarion aprovecha para delatar a Albrecht. Entonces, acontece una de las escenas más intensas del ballet.
Giselle pierde la razón, no lo puede creer, siente como si una lanza le atravesara el pecho. Entre saltos y caídas, muestra el derrumbe de su mundo. En un momento se detiene el tiempo y su leitmotiv resuena en la nostalgia de cuando bailaba siendo ella misma. Entonces parece recobrar la razón, pero sólo es un delirio. Giselle corre hacia su amado y muere en sus brazos; ha caído como cae el sol al final del día.
En el segundo acto del ballet, el lenguaje poético y fantástico aumenta. El día se convierte en noche brumosa. La escenografía muestra un cementerio en el bosque sombrío. Allí está la tumba de Giselle. Aparecen las willis. Myrtha, su reina, entra con un velo encima y baila de puntas sobre el escenario, dando la sensación de que flota como lo que es, un fantasma.

Hilarion irrumpe, pero es abordado por las wills, quienes lo hacen bailar hasta la muerte. La danza de las willis es celebrada por el público. Es turno de que el fantasma de Giselle salga de su tumba y se una a ellas. Pero las mujeres toman prisionero a Albrecht, quien acudió al sepulcro atormentado por la culpa. Giselle se percata y aun desde el otro mundo se dispone a salvar a su amado.
La tortura de las willis hacia Albrecht provoca otra de las escénicas icónicas de ballet, cuando el duque hace 28 entrechat-six, es decir, en 28 ocasiones salta y cruza con velocidad las piernas en el aire. El público vuelve a aplaudir. Al final, Giselle logra salvarlo y retorna a su tumba. Él se ha quedado solo y llora al bajar el telón. Tras los aplausos que se extienden, el elenco del Ballet de Monterrey sale para agradecer al respetable.