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Gobierno y crecimiento

Luis Rubio

Lord Acton, un historiador y político británico del siglo XIX, escribió que "la libertad depende de la división de poderes, en tanto que la democracia tiende a la unificación del poder" y prosiguió: "la libertad consiste en la división de poderes, el absolutismo en la concentración del poder". Para un gobernante lo que importa es cómo lograr la ponderación que haga posible el progreso de su nación; desde esta perspectiva, no hay asunto más complejo que lograr el equilibrio necesario entre los factores que hacen posible el crecimiento de la economía: qué tanto gobierno vs. qué tanto mercado; qué debe hacer el gobierno (gasto, impuestos, regulación, inversión) vs. qué deben hacer los agentes económicos. Cada sistema social procura su propio equilibrio, pero, a juzgar por los resultados, pocos son realmente exitosos. Esta debería ser la preocupación que anime al gobierno entrando en su segundo año.

En estas discusiones tienden a predominar los extremos ideológicos -quienes abogan por un gobierno dominante frente a quienes prefieren un gobierno mínimo, si no es que inexistente-, pero la evidencia es abrumadora en cuanto a la necesidad de un gobierno funcional con instituciones idóneas para que el crecimiento sea posible. Esto no implica que las instituciones de un país deban ser idénticas a las de otro, sino que tienen que ser adecuadas a las circunstancias específicas, que es lo que explica el enorme contraste entre las naciones exitosas de Asia (entre sí) y con la norteamericana, la chilena o las europeas. No hay dos naciones iguales en su estructura institucional, pero todas las exitosas cuentan con instituciones que satisfacen su objetivo.

Cuando uno analiza los factores de éxito de estas naciones, lo que resulta claro es que la clave radica en que existan las funciones necesarias para que el crecimiento sea factible. Una lección clave es que la modernización económica, y el crecimiento resultante, dependen de la existencia de gobiernos capaces de proteger de manera imparcial los derechos de propiedad y resolver disputas. Más que la democracia, un Estado funcional es lo que hace que pueda prosperar la economía y esa es la razón por la cual el Estado de derecho es crucial, pues sin ello, y sin rendición de cuentas, el gobierno no es más que una dictadura (que igual puede ser eficiente, como la de algunas naciones asiáticas, que ineficiente, como algunos países latinoamericanos y africanos).

Cuando uno compara a diversas naciones, lo que sobresale es la calidad de los gobiernos, o su ausencia. Muchas naciones cuentan con gobiernos muy fuertes que, sin embargo, son incapaces de proveer los servicios más elementales, como ilustra Venezuela. Por su parte, una democracia exitosa requiere un gobierno fuerte, pero limitado de manera efectiva por el Estado de derecho; de ahí lo central de los contrapesos institucionales. Esto puede sonar a teoría, particularmente frente a las recientes reformas en materia judicial y de amparo, pero no me queda duda que pronto se evidenciará lo falaz (y costoso) de los sustentos de la nueva estructura.

En su libro Orden y decadencia de la política, Fukuyama argumenta que el gran éxito de naciones como Alemania radica en que construyó una burocracia profesional antes de que se democratizara, en tanto que Italia y Grecia siguieron el camino contrario: primero se democratizaron sin antes haber edificado un Estado moderno, lo que llevó a que sus gobiernos se convirtieran en una fuente de clientelismo y corrupción. El problema, dice el autor, es que una vez encaminado este proceso es sumamente difícil revertirlo. Cualquier parecido con México es mera coincidencia...

El caso de Estados Unidos es peculiar porque nació como una democracia en forma sin haber construido un sistema de gobierno eficaz, lo que facilitó la alternancia de presidentes y partidos en el poder, pero todo ello en medio de una enorme corrupción tanto política como económica. Sin embargo, a fines del siglo XIX tanto los empresarios como la sociedad civil (que Tocqueville había descrito años antes con gran optimismo) provocaron el desarrollo de un servicio civil (una burocracia eficaz) fundamentado en criterios meritocráticos. Hoy, el embate de Trump está poniendo a prueba toda esa estructura institucional y democrática.

Cuando el llamado desarrollo estabilizador comenzó a hacer agua, a mediados de los sesenta, todos los gobiernos subsecuentes, con la sola excepción del de AMLO, se abocaron a intentar acelerar el crecimiento de la economía. Unos recurrieron al gasto público y al endeudamiento para lograrlo, otros construyeron instituciones que pretendían ser modernas para avanzar el mismo objetivo. La evidencia muestra que algo se avanzó, pero el país sigue sin encontrar un rumbo sostenible. Ahora, frente a nuevos retos tanto internos como externos, la pregunta es si seguiremos probando con teorías y velos ideológicos o comenzaremos a reconocer que existe un gran caudal de experiencia, tanto dentro del país como de lo que se puede observar en el resto del mundo, que permite diferenciar lo que funciona y lo que se requiere, de lo que no funciona y es contraproducente.

Volviendo a Lord Acton, la clave es "ser gobernado no por el pasado, sino por el conocimiento del pasado: dos cosas muy distintas".

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Escrito en: Tauromaquia Corrida de Calaveras

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