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Recuerdos de una vida olvidable

Grandeza efímera

MANUEL RIVERA

En ocasiones la gloria o el momento al cual se aspiró, aun sin reconocer tal ambición, llega por sorpresa, caminando de puntillas para acercarse al oído que comunica con el ego y elevar las fantasías de quien pregona ser diferente, pero parece igual a los demás y sin ningún mérito escala hasta donde quien sí lo tiene jamás llegará.

Esta historia comienza en la redacción de un periódico en los años 80, cuando un joven reportero recibió una sencilla encomienda: acompañar al alcalde de Monterrey en su viaje a San Antonio, Texas, y no despegársele ni un momento. En español coloquial, la orden pudo traducirse en "échale a perder sus vacaciones al presidente municipal".

Aunque no tenía nada en contra del funcionario y era buena la relación con su administración, el periodista aceptó el encargo convencido de que era su deber hacerlo.

Una de sus primeras acciones en la ciudad texana fue acompañar al alcalde Óscar Herrera para saludar a su homólogo Henry Cisneros, quien orgullosamente recordaba que desde 1836 era la primera persona de origen mexicano que gobernaba San Antonio.

En un gesto de cortesía, en su oficina Cisneros invitó a Herrera para que participara en el desfile cívico que coincidía con la visita del alcalde regiomontano, convocatoria que fue aceptada y el reportero hizo también suya.

El día del evento, el periodista abordó junto con el alcalde viajero y el secretario particular de este un flamante automóvil negro que seguía a otro similar en el que iba Cisneros encabezando la parada civil.

Sin embargo, siempre atento con su casi paisano, el mayor de San Antonio se detuvo y pidió que su colega mexicano lo acompañara, provocando que el joven intruso y el asistente de Herrera continuaran solos el desfile en un vehículo identificado como el del visitante de México.

Ni el reportero ni el empleado municipal tuvieron corazón para no devolver en su trayecto los efusivos saludos de la muchedumbre, en su mayoría de origen mexicano y en la que algunos creían vitoreaban a un alcalde del país del que migraron. El informador no sólo cumplió con su encargo, sino que, sin buscarla, conoció la gloria por un día.

Tan banal relato llevaría a un par de conclusiones: en el mundo de la política lo que parece no siempre es, y nada cuesta en ese universo alentar las expectativas de los demás, sobre todo si no las paga uno.

A eso llegué tras infiltrarme en el desfile.

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