Sheinbaum está ante la disyuntiva de seguir alimentando la hermandad que encubre o romper con ella. En este caso, la lealtad no salva, destruye.
asta dónde está dispuesto a llegar Andrés Manuel López Obrador para proteger a quien ha llamado su hermano, Adán Augusto López? ¿Hasta dónde obligará a Claudia Sheinbaum a tolerar los peligros de lealtades que ciegan? En Los hermanos Karamazov, Dostoyevski pone en boca de Alyosha la defensa incondicional de su hermano Dmitri: "No es para mí juzgar el crimen de mi hermano. Tengo que amarlo, aunque haya matado, aunque se haya convertido en un monstruo, aún es mi hermano". Esa fidelidad redentora, esa devoción casi religiosa, termina empujando a todos los Karamazov al abismo. Y en México estamos ante la misma historia. La de gobiernos que dicen estar construyendo el "segundo piso de la transformación", pero no limpian a fondo el fango sobre el cual se levanta.
El caso de Adán Augusto López y Hernán Bermúdez Requena, recién arrestado en Paraguay, es paradigmático. Es el hilo del que podría desenredarse toda una madeja de complicidades tejidas durante años en Tabasco. ¿Y quién era jefe político cuando estas redes florecieron? El García Luna de la 4T. El gobernador que fungió más como facilitador que como fiscalizador. Hermano-barredor de la actividad de la "barredora". Tapadera institucional.
Y el problema es que ese encubrimiento no se limita a Bermúdez Requena. El tabasqueño está vinculado con la red de huachicol fiscal, con la creación de empresas fantasma, con Mefra Fletes que participa en el robo y distribución ilegal de combustible, con notarías irregulares utilizadas para el desvío de recursos. Su carrera política está cruzada por la sombra de la corrupción: desde la relación con Saúl Vera Ochoa -empresario huachicolero y concesionario de muelles en Tampico- hasta el dispendio en su campaña como corcholata presidencial. Desde el apoyo multimillonario a Andrea Chávez hasta el avión militar que le "prestó". Nada de esto ha sido investigado a fondo. Nada de esto ha tenido consecuencias. Detrás de cada señalamiento aparece la misma muralla: la mano protectora de López Obrador.
Sin embargo, el arresto de Bermúdez Requena cambia el tablero. Claudia Sheinbaum ha querido presentarse como distinta: la Presidenta que sí enfrenta a criminales, la que no se doblega ante los pactos de impunidad. Por eso su gobierno ha resaltado la captura y ha tratado de usarla como muestra de compromiso. Incluso la aprehensión del sobrino del ex secretario de la Marina demuestran que no ha dudado en tocar a la Fuerzas Armadas, el mismo pilar que AMLO convirtió en constructor, policía y poder fáctico del país.
Pero la contradicción es evidente: mientras Bermúdez es aprehendido, su antiguo jefe político sigue operando como vocero de Morena en el Senado, intocable, incuestionable. Sheinbaum se ha conformado con las respuestas evasivas y resbalosas de Adán Augusto. Se pone a disposición de las autoridades. No tiene nada que responder. Y el caso queda ahí.
La pregunta es inevitable: ¿puede realmente Claudia tocar al hermano de AMLO? Hay quienes creen que su cruzada contra el huachicol fiscal y el arresto de Bermúdez son señales de que está dispuesta a ir más lejos que López Obrador en el combate a la corrupción. Que está dispuesta a liberarse de la tutela del caudillo, marcar su propio rumbo, construir su propia legitimidad. Quizás la Presidenta sí quiere ampliar los márgenes de su libertad con respecto a su padre político. Quizás está comenzando a corregir las partes más oscuras de su legado. Pero la libertad tiene límites. Adán Augusto parece ser uno de ellos.
Steinbeck lo advirtió en Al este del Edén: la protección de un hermano culpable acaba destruyendo a ambos. Sófocles lo gritó en Antígona: la lealtad mal entendida frente a un hermano que violó la ley conduce a la ruina de toda la familia. Shakespeare lo plasmó en Enrique V: el encubrimiento y la negación envenenan reinos enteros.
Hoy la protección cuatroteísta a Adán arrastra a su movimiento al mismo destino de los Karamazov: la degradación moral, la contradicción fundacional. Sheinbaum tiene ante sí la disyuntiva de seguir alimentando la hermandad que encubre o romper con ella. En este caso, la lealtad no salva. La lealtad destruye. Si Claudia la hija no se atreve a tocar al hermano del expresidente, su discurso anticorrupción quedará reducido solo a eso. Se volverá víctima de un amor fraterno que se transforma en complicidad, y la complicidad en ruina.