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Reportaje

Hilos de identidad arquitectónica: del sarape al ornamento en el centro histórico de Saltillo

En 2020 se inició una investigación que pretendía profundizar en el análisis visual del sarape para determinar si el símbolo plasmado en esta prenda se transfirió a las fachadas de la arquitectura menor de la ciudad como una reafirmación identitaria.

Imagen: Cortesía Argelia Dávila

Imagen: Cortesía Argelia Dávila

ARGELIA DÁVILA

¿Cómo se entretejen las palabras y las historias?, ¿las imágenes y el pensamiento?, ¿la visión y el imaginario?, ¿nuestra cultura con nuestra identidad? ¿Qué tiene que ver en este sentido la historia? La historia conocida y la que se va hilando en nuestra mente y acciones cotidianas; en las imágenes que, tal como fotogramas, construyen nuestra forma de ver el mundo. 

El sarape y los ornamentos de la arquitectura patrimonial unidos por la imagen es algo difícil de vislumbrar. Sin embargo, en el centro histórico de Saltillo se da este vínculo por medio de patrones y símbolos culturales identitarios. La historia, el arte, la filosofía y la arquitectura son disciplinas que se entretejen para profundizar en el estudio de esta relación visible en el corazón de la capital de Coahuila, en los primeros tres siglos de su fundación y que permanece hasta nuestros días. 

A través de una investigación realizada en 2020, se observó que existe una relación entre el sarape saltillense realizado con el estilo Clásico I y Clásico II y que se confeccionó entre 1800 y 1860, con los ornamentos plasmados en las fachadas de algunas viviendas ubicadas en el primer cuadro de la ciudad y, que según los registros, fueron construidas a finales del siglo XVIII y principios del XIX.

MAPA DE MEMORIAS 

Algunos autores afirman que el mapa no es el territorio; este documento bidimensional que pretende ubicar al ser humano en un espacio tridimensional, desde un sitio cerrado —un edificio, un museo, un centro comercial— hasta una calle, barrio, región, ciudad o país, incluso el mundo. El mapa es una guía y funciona porque permite el traslado de los habitantes entre los lugares. Pero volviendo al territorio, este considera de forma implícita dimensiones tangibles, pero también las que no se pueden tocar o ver. 

Marc Augé, antropólogo francés especializado en etnología —rama de la antropología que estudia y compara las diferentes culturas y pueblos del mundo—, afirma que el mapa es un desencadenador de memorias; muestra y conduce a recuerdos que se vinculan directamente con el sitio que se consulta en este objeto y que, en la actualidad, puede ser físico pero también virtual. Es un vehículo que funge de guía a lugares situados en la memoria como imágenes mentales, tal como lo hacen las fotografías. Aunque el territorio sea desconocido, este mapa mental se transforma y enlaza los acontecimientos para darles sentido. 

Habitar una ciudad implica generar y recordar imágenes asociadas a un tiempo y un espacio específicos. Imagen: saltillodelrecuerdo.blogspot.com
Habitar una ciudad implica generar y recordar imágenes asociadas a un tiempo y un espacio específicos. Imagen: saltillodelrecuerdo.blogspot.com

La actividad de caminar la ciudad entre banquetas, caminos, sendas, calles, vehículos y personas, nos obliga a traslapar la historia con los recuerdos propios y con otras memorias, debido a que, al pertenecer a un territorio o habitarlo, por costumbre, por cotidianidad y repetición, las imágenes que construyen nuestro pensamiento se constituyen en tiempo y en espacio. Son mías pero también nuestras, se trasladan de lo individual a lo colectivo y viceversa, ya que como comunidad se comparten espacios y recuerdos; dicho de otro modo, se comparte historia. 

La vida cotidiana en las ciudades es caótica, apresurada, como un barrido fotográfico. La imagen urbana, los objetos que la conforman y la construyen día a día, memorias que se implantan en nuestro imaginario personal o como conciencia colectiva, perduran en el tiempo aún más que sus propios habitantes. Este imaginario es un testigo que permanece y avala los usos y costumbres de los antepasados recientes o lejanos. 

LA ARQUITECTURA COMO LENGUAJE 

Las ciudades están compuestas por varios elementos: edificios, casas, calles, avenidas, parques, espacios públicos o privados que, a su vez, se encuentran conformados por materiales, objetos, geometrías, una disposición específica, morfologías definidas, un estilo arquitectónico, volumetrías e incluso ornamentos. Es necesario hacer hincapié en las fachadas: esta cara pública de un bien inmueble que refleja su utilidad, los modos y maneras de construir, los gustos y preferencias de una época, los intereses y cotidianidades. 

Pero no solamente el patrimonio edificado forma parte del imaginario urbano o de nuestra conciencia colectiva, entendida esta como una elaboración reiterada de imágenes, contornos o símbolos que derivan en la construcción social e histórica de un lugar, incluyendo sus tradiciones, costumbres y modos de vestir porque, según los expertos, la ciudad es un territorio que se transita, se habita, se padece, se disfruta y se interpreta. 

En 2020, en el contexto de una tesis doctoral, se inició en Saltillo una investigación que pretendía profundizar en el análisis visual del sarape, traído a este territorio por los primeros pobladores, para determinar si el símbolo plasmado en esta prenda de importancia nacional se transfirió a las fachadas de la arquitectura menor de la ciudad como una reafirmación de la identidad y su permanencia. 

Vista aérea del centro histórico de Saltillo, Coahuila. Imagen: ihg.com
Vista aérea del centro histórico de Saltillo, Coahuila. Imagen: ihg.com

El impacto de esta investigación recae en que no se habían encontrado estudios previos sobre la relación entre el sarape y los ornamentos de los edificios patrimoniales construidos en un periodo de tiempo determinado. Es un ícono que se inscribe en las fachadas del centro histórico como parte del imaginario de una zona que trasciende en el tiempo, afianzando su permanencia no solamente como textil sino como ornamento arquitectónico. 

De esta manera, en el proceso de urbanización de las ciudades, así como en su devenir histórico, existen cambios en su morfología, economía y política, entre otros aspectos. Los avances tecnológicos, los nuevos materiales y las actualizaciones en los modos de construir y de administrar la ciudad, guardan en sus centros históricos memorias que permanecen o se olvidan. No obstante, el pasado une e identifica, de ahí su importancia. 

En este sentido, Aldo Rossi, arquitecto y diseñador italiano, considerado uno de los principales exponentes del movimiento posmoderno, afirma que la ciudad es en su historia. Es decir, es un entramado de eventos, sucesos, imágenes, materiales, traza urbana, costumbres y tradiciones que permean a través de los años y quedan instalados en sus habitantes. El imaginario se alimenta de todo lo anterior y se puede llegar a materializar de diversas maneras, una de ellas se encuentra en los elementos de la arquitectura. 

Se dice que la escritura es la materialización del pensamiento. En este sentido, la arquitectura es también un lenguaje que se vale de otros símbolos para comunicar; por lo tanto, es materialización tridimensional del pensamiento. 

Heidegger, considerado el pensador y filósofo occidental más importante del siglo XX, afirma que el lenguaje de las estructuras arquitectónicas esenciales proviene de lo que hace que sean una cosa que reúne. Es decir, la arquitectura —como elemento creador de atmósferas que materializan deseos y satisfacen necesidades físicas, pero también esenciales (espirituales)— transforma al espacio urbano en objeto portador que narra el pensamiento por medio de sus elementos tridimensionales inscritos en un marco geográfico, dotándolo de significados por su relación histórica. Estos se convierten en saeta para sus habitantes. 

Los componentes físicos o metafísicos de la ciudad establecen el enlace entre los símbolos expresados en las fachadas y la cultura que también se expresa en un textil, o como dice el filósofo: “En cuanto a que lenguaje, la arquitectura habla o muestra”. Por lo tanto, los elementos que conforman el espacio urbano conforman una narrativa, es decir, la arquitectura es la forma más tangible donde se representan la cultura y la tradición de un lugar.

La considerada arquitectura menor también es patrimonio histórico porque refleja las tradiciones de los habitantes de una ciudad. Imagen: Cortesía Argelia Dávila
La considerada arquitectura menor también es patrimonio histórico porque refleja las tradiciones de los habitantes de una ciudad. Imagen: Cortesía Argelia Dávila

Tal como en los caracteres tipográficos de las palabras, los muros, los materiales, los vanos, la forma de la techumbre, las puertas, los umbrales y sus ornamentos se vuelven los signos de un lenguaje visible, palpable y perceptible, que al igual que una poesía, generan una emoción y evocan memorias. 

El filósofo Mauricio Beuchot afirma: “los símbolos de las personas —metáforas y metonimias— se manifiestan y expresan en sus edificios, son las dos caras de la analogía que nos hacen ver lo que de belleza y de notable hay en las calles de una ciudad”, y agrega que existe la posibilidad de leer un edificio tal como se puede leer un texto. Entonces podemos considerar el patrimonio construido como un documento histórico, como portador de cultura y expresión de identidad, y echar mano de diversas disciplinas para su lectura y análisis.

CENTROS FUNDACIONALES 

Los centros fundacionales que pertenecen a cualquier asentamiento humano son fenómenos complejos, sobre todo en América Latina, pues se modifican por diversas razones: deterioro, problemas de identidad, modernización, etcétera. Según los expertos, los residentes que aún permanecen en estos espacios de la ciudad se enfrentan a grandes carencias derivadas de, por un lado, las políticas de preservación, y por otro, el progreso. 

Las tendencias innovadoras de urbanización plantean problemáticas relacionadas con la densidad de población, como la accesibilidad al centro de las ciudades. En este contexto, la principal premisa de la investigación antes mencionada defiende que los elementos simbólicos del patrimonio arquitectónico del centro histórico de Saltillo — representados en algunas de sus fachadas— provienen de la permanencia de un símbolo ya expresado históricamente en una prenda textil: el sarape, pero que se traslada a un soporte arquitectónico como un recurso de identidad, como parte de la evolución y adaptación de este símbolo cultural presente en el imaginario colectivo. 

Así pues, las expresiones arquitectónicas inmersas en un territorio determinado forman parte de su lenguaje, conformado por signos que se establecen y se reconocen a través del tiempo. Una manera de identificarlos es mediante la analogía o el ícono que establece vínculos de comunicación entre quien lo observa y quien lo creó. Dichos vínculos pueden ser históricos, culturales o sociales, y se alojan en el imaginario configurando una identidad. 

Podría decirse que la noción de centro histórico nace de la Carta de Atenas (1931), que proponía la conservación de monumentos históricos. Imagen: Facebook/ Lico Zertuchev
Podría decirse que la noción de centro histórico nace de la Carta de Atenas (1931), que proponía la conservación de monumentos históricos. Imagen: Facebook/ Lico Zertuchev

A pesar de que el concepto de centro histórico es relativamente nuevo, ya que nace en la década de los sesenta del siglo XX, ya existía una idea del concepto desde la Carta de Atenas en 1931, donde se propone la preservación y conservación de monumentos destacados en el paisaje citadino. Debido a esto, se reconoce que el patrimonio edificado no solamente se conforma por los monumentos históricos, sino también por el espacio construido que forma parte de la vida de una comunidad. Así pues, diversos autores afirman que, debido a la complejidad de los centros fundacionales, es necesario incluir las diferentes dimensiones de los procesos urbanos para poder resolver las problemáticas de conservación y regeneración de las ciudades, no solamente privilegiando la conservación de los monumentos, esos grandes y elocuentes edificios de arquitectura religiosa y civil, sino también la arquitectura menor o la vivienda que forma parte del paisaje cotidiano y posee un valor histórico y tradicional.  

Para comprobar la premisa, se planteó la posibilidad de recurrir a planteamientos filosóficos, así como a la creación de una metodología de análisis visual que tomara en cuenta los imaginarios urbanos. Se capturaron más de cien fotografías de detalles y ornamentos en la arquitectura menor del primer cuadro de Saltillo. Posteriormente fue necesario acotar el análisis a tres calles principales, que fueron elegidas por su relevancia histórica y su relación con la fundación de la ciudad: Hidalgo, Bravo y Juárez. Las primeras dos corren de sur a norte, la segunda de oriente a poniente. 

Estas vías se estudiaron a través de tres niveles basados en el método Panofsky de análisis visual, contextualizando la imagen en un espacio-tiempo, no solamente desde el punto de vista del investigador, sino ubicándola en un territorio y época específicos, con todo el abanico cultural, artístico, arquitectónico, histórico y constructivo que conlleva entrelazar las diversas disciplinas requeridas para esta investigación en particular. Se tomaron en cuenta la historia de la fundación de la ciudad y la evolución tecnológica a la que ha estado sujeta desde entonces, como la llegada del ferrocarril y el desarrollo urbano. 

La intención: responder y analizar el contexto histórico, así como los símbolos que provienen de las tradiciones textiles. Fue necesario analizar las costumbres que confieren identidad a la zona de interés para comprender mejor estos símbolos utilizados en diversos soportes, donde presentan una abstracción, es decir, una “simplificación” en su forma, pero guardando la proporción y la relación visual a través del tiempo y por medio de la adaptación a la arquitectura. 

Sarape tradicional saltillense. Imagen: Cortesía Argelia Dávila
Sarape tradicional saltillense. Imagen: Cortesía Argelia Dávila

Para lograr lo anterior, se realizó una indagación sobre la historia del sarape y la posible relación del símbolo de diamante representado en el textil con las figuras encontradas a manera de ornamento en las fachadas del centro histórico. 

Un ejemplo análogo de esto es el Ojo de Dios, símbolo proveniente del pueblo wixárika. Adolfo Narvaez, investigador de la Universidad Autónoma de Nuevo León, afirma que cuando el imaginario de los habitantes de un lugar es llevado a la cultura expresiva visual, este se cristaliza en objetos. En este caso, las artesanías wixárikas muestran, en su morfología romboide, una concepción del mundo y de un territorio. 

CONSTRUCCIONES TEXTILES 

Relacionar lo textil con lo arquitectónico no es novedad. A finales del siglo XIX, un arquitecto apellidado Semper, que además era teórico y docente, estableció que el inicio de la construcción procede de técnicas textiles. Los elementos limítrofes (podríamos denorminarlos muros) de estos espacios, así como sus ornamentos y patrones decorativos, tienen su origen en técnicas textiles que se han perpetuado a lo largo de la historia. 

Semper afirma que el tratamiento artístico en la arquitectura no consiste precisamente en decorar por encima de construir, sino en lograr que se produzca una trasmutación del material y de las artes técnicas. En pocas palabras, otorgaba autonomía y capacidad a la envolvente arquitectónica para transmitir códigos, independientemente del soporte, los cuales permiten la incorporación de nuevas tecnologías, evitando así su extravío. 

Entonces, para la parte práctica de la investigación se realizó un recorrido, tanto histórico como visual, utilizando la técnica del flaneur, término francés popularizado por Baudelaire en el siglo XIX y que describe a una persona que deambula por la ciudad. En este caso, el propósito era observar las fachadas, realizar una pesquisa analítica y profunda de sus símbolos, mirando el entorno con actitud de contemplación y mucha curiosidad. Desentrañando, descartando materiales y técnicas, intuyendo posibilidades y estudiando formas en el contexto de un territorio. 

FACHADAS QUE CUENTAN HISTORIAS 

Las viviendas estudiadas se ubicaron en esta zona desde la fundación de la ciudad, cuando comenzó su crecimiento, transformación y desarrollo, ubicados todos dentro del perímetro del centro histórico. Porque al habitar la ciudad, esta se percibe no como una totalidad, sino como segmentos que se asocian a imágenes, memorias, sensaciones y emociones que se vivieron en un tiempo y espacio determinados.

Las fachadas reflejan la identidad de su propietario o constructor en el espacio público. Imagen: Cortesía Argelia Dávila
Las fachadas reflejan la identidad de su propietario o constructor en el espacio público. Imagen: Cortesía Argelia Dávila

Por lo tanto, además de ser un lienzo donde se entretejen y proyectan las tradiciones y costumbres de quienes la habitan, la urbe es también un repositorio de imágenes reconocibles que se transforman, símbolos arraigados en el espacio y en el tiempo, un documento histórico tridimensional con elementos icónicos que conforman el lenguaje y la narrativa de un espacio urbano, que, como menciona Heidegger, habla. Es decir, comunica, entre otros medios, por su fachada. 

Definida como el límite entre el interior y el exterior de un edificio, la fachada generalmente es concebida como la cara frontal del inmueble. En ella se pueden observar, por medio de sus materiales y sus formas, sus elementos compositivos o estéticos. Con frecuencia los materiales de los que está hecha responden como barreras de protección, pero, además, en ella encontramos el rostro del edificio, la materialización del pensamiento o de la identidad de su propietario o de su constructor expresada hacia lo público. Se convierte así en una referencia a la memoria, sobre todo cuando esta arquitectura patrimonial evoca imágenes e identidades de un territorio particular que se distingue de otros gracias a los elementos que contiene. 

La arquitectura patrimonial se convierte entonces en un testimonio tridimensional “históricamente significativo” que contribuye a garantizar el origen, tiene una función antropológica y da seguridad en el presente para proyectarse hacia el futuro por medio de su lenguaje. 

Entonces, ¿cómo llega este símbolo del diamante plasmado en la prenda textil más famosa de nuestro país, a las fachadas del centro histórico de Saltillo? A fuerza de la repetición, del afán de los pobladores de imponer su identidad en lienzos perdurables y tangibles como son los objetos arquitectónicos. Pero no como una violencia explícita, imposición voluntariosa o forzosa, sino como un elemento sutil, que se abstrae en su forma debido al material con el que se construye y se refleja en los muros de la vivienda como una suerte de “encarnación del símbolo”. 

Según los expertos, todo artista se encuentra vinculado con su espacio y tiempo, lo cual le brinda determinadas posibilidades visuales que se encuentran en movimiento a diferentes velocidades. Además, afirman que los ornamentos que parecieran ser meramente decorativos, se encuentran frecuentemente asociados con un significado preciso. Esto nos indica que una forma geométrica puede representar algo figurativo, aunque su similitud a simple vista sea vaga o imprecisa. 

Los patrones propios del sarape se repiten en numerosas fachadas del centro histórico de Saltillo. Imagen: Cortesía Argelia Dávila
Los patrones propios del sarape se repiten en numerosas fachadas del centro histórico de Saltillo. Imagen: Cortesía Argelia Dávila

La cultura determina el vínculo entre las formas y los significados, los cuales no pueden aislarse de las reacciones emocionales. Las imágenes que se presentan en las ciudades contienen en sí mismas significados que varían dependiendo del observador y su historia personal y colectiva, es decir, de su identidad. 

El territorio y sus pobladores de cualquier época, en conjunto con sus elementos tangibles e intangibles heredados de sus ancestros, dejan a su paso inscripciones o vestigios, un mapa que muestra un pasado histórico donde se arraiga la memoria. La ciudad es un espacio que puede leerse a través de los símbolos que contiene en sí misma, y esto la hace identificable de las demás. Sus elementos la delinean y la conforman, volviéndose un universo de símbolos que significan algo para quienes habitan estos espacios, una manifestación de la identidad que da respuesta a planteamientos funcionales traducidos en objetos culturales que se manifiestan hacia el exterior. 

Visibilizar, preservar y analizar estos elementos testimoniales es fundamental. La trasposición de estos símbolos de identidad colectiva que se trasladan de un soporte a otro, evidentemente manifestados en muchas de las fachadas de la zona, es importante en un contexto de crisis actual. 

Así como la palabra texto proviene del latín textere, que significa tejido, la prenda representativa de Saltillo, el sarape, es un tejido no solamente de fibras, hilos, degradados y colores, sino que también amalgama un conjunto de saberes, costumbres, creencias y tradiciones que se expresan a través de su materialidad, la cual evolucionó, se adaptó y atravesó las fronteras de la trama y la urdimbre del maestro tejedor para trasladarse a las manos del maestro de obra, mostrándose en su arquitectura como ornamento y como elemento de identidad, como materialización del pensamiento. Un revestimiento (tela, tejido o muro) que puede habitarse como límite físico, pero también como un límite simbólico que define el carácter y la identidad del entorno. 

El epitelio, la piel, el cobijo o el resguardo de una comunidad se ancla en el inconsciente colectivo. Su historia se plasma en su arquitectura, porque filosóficamente el significado de historia es la completitud del humano, su existencia y sus creaciones, lo material, lo inmaterial, su vida espiritual, su cultura. 

Las manifestaciones textiles o arquitectónicas que forman parte del patrimonio cultural, los patrones que reflejan la identidad de sus habitantes desde la llegada de los primeros pobladores, evolucionan y permanecen en el imaginario colectivo, se adaptan a los materiales disponibles y están presentes hoy en nuestras calles. De ahí la importancia de su visibilización, conservación y preservación en estos días en que la crisis de nuestros centros históricos es un tema que nos preocupa y, sobre todo, nos ocupa.

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Escrito en: Argelia Dávila sarape arquitectura arquitectura menor centro histórico de Saltillo saltillo ornamento arquitectónico

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