Mis padres tienen más de seis décadas de matrimonio. No se casaron muy jóvenes para la época, pero aun así tuvieron la oportunidad de criar ocho hijos y con ello, una gran descendencia. Sus edades son 88 la de ella, y 90, la de él. Pertenecen a la generación a la que solemos referirnos como “vieja guardia”, cuando todo se cuidaba para que durara.
En la actualidad se banalizan y romantizan tanto el noviazgo como el matrimonio, que se dejan de lado propósitos elementales para el largo plazo: formar una pareja sólida que permita fundar una familia y su descendencia; y así perpetuar la especie, dentro de un marco jurídico y social que la proteja.
¿Cómo le hacían las personas de hace más de medio siglo para comprometerse, de verdad, para toda la vida? Bien sabemos que ha habido de todo: relaciones arregladas sin amor y otras tormentosas; sin embargo, han existido muchas medianamente llevaderas, en las que se van viviendo las realidades que la vida presenta y a las que, en definitiva, los integrantes de la pareja decidieron ponerles cara y enfrentarlas. Nunca se ha sabido de un matrimonio sin dificultades, pues la vida no se puede vivir sin ellas, independientemente de que se tenga todo o se carezca de todo. Siempre habrá retos que afrontar y resolver.
Hoy se critica fuertemente las malas condiciones con las que vivieron muchos matrimonios de antaño; no obstante, tampoco los de hoy viven sobre algodones.
Infinidad de aspectos han cambiado; quizá una de los más significativos es el nivel de tolerancia, al grado de que somos por completo intolerantes, incluso ante nimiedades.
A pesar de la “evolución” vemos que el compromiso entre las parejas es “mientras dure”. Los lazos se rompen con mayor facilidad porque no se eligió bien desde el inicio; no se conocían lo suficiente como para saber si serían buenos socios toda una vida. Y es que, si lo pensamos, nos hemos ido transformando; somos los que nacimos, pero hemos cambiado: aprendizajes y experiencias nos han moldeado y no por ello renunciamos a nosotros mismos, sino sólo a los planes con los que no estábamos comprometidos en verdad, esos que no fueron profundamente reflexionados.
En esta época somos capaces de renunciar al compromiso de la familia que decidimos formar. La ley se modificó tanto que el divorcio dejó de ser un tabú para convertirse en un producto, casi una consecuencia natural del matrimonio. Ni lo primero ni lo segundo resulta positivo.
¿Por qué llegamos a pensar que lomalo es elmatrimonio y no las elecciones erróneas? ¿En quémomento, como sociedad, decidimos que eramejor experimentar (amasiatos) para ver si un día le daríamos la formalidad del contrato nupcial, o más aún, lo elevaríamos a sacramento? Soy testigo de que, después de 62 años, a pesar del deterioro cognitivo de mi madre, cuando mi padre viaja, aún en días de poca consciencia, tiene presente la ausencia de su voz y de su compañía. Han vivido más tiempo uno con el otro que con nadie. La elección del socio es crucial: con esa persona verás nacer a tus hijos e irse un día. Es esa persona la que, por convicción, estará para ti hasta que la muerte los separe.
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