El 26 de septiembre de 2014, 43 estudiantes de Ayotzinapa fueron desaparecidos en Guerrero. Once años después, su ausencia sigue siendo símbolo de la crisis de desapariciones que suma más de 130 mil casos en México. Cada aniversario se enlaza con la lucha incansable de las miles de familias buscadoras, que no dejan de exigir verdad y justicia.
Durante la primera quincena de septiembre se realizó en Coahuila la Búsqueda Nacional en Vida, una jornada que reunió a familias de distintas partes del país. Una semana se concentró en Torreón y otra en Saltillo. El propósito fue claro: recorrer centros penitenciarios y anexos para ampliar las posibilidades de localizar a los desaparecidos. En cada actividad se entrecruzaron la esperanza y la angustia, pero también la convicción de que la memoria y la búsqueda no podían detenerse.
En La Laguna, las visitas al Centro Penitenciario Varonil de Torreón y al Femenil de San Pedro de las Colonias marcaron el ritmo de las jornadas. Con la colaboración de las autoridades, las dinámicas siguieron un mismo patrón: las personas privadas de la libertad eran formadas en canchas o explanadas; frente a ellas se desplegaban fichas, fotografías y lonas con los rostros de los desaparecidos. Detrás de esas imágenes se encontraban las familias, sentadas y expectantes, atentas a cada gesto, cada mirada, cada pausa que pudiera convertirse en una pista. Algo similar ocurrió en los anexos de la región.
El papel de las familias es profundamente humano.
No se limitan a mostrar imágenes: buscan activar la memoria de quienes las observan. “¿La conoces? ¿La has visto en una fiesta, en un hotel, en algún lugar? Acuérdate bien, eso nos podría ayudar”, insisten con firmeza.
Estas frases no son solo preguntas, son llamados al recuerdo y a la empatía, intentos de transformar una duda vaga en una información que pueda abrir un camino.
Aun así, la búsqueda está llena de ambigüedad. Los recuerdos pueden ser difusos, las coincidencias frágiles, las pistas se deshacen en la confusión de tiempos y lugares. Las familias comparan tatuajes, peinados, fechas y sitios, y cargan con la frustración de que no siempre todo encaja. Lidian con recuerdos vagos, con silencios incómodos y con la posibilidad de que una aparente identificación no sea más que una ilusión. Sin embargo, no se detienen.
Cada día de búsqueda implica también un desgaste enorme: físico, emocional, espiritual. Caminan entre pasillos oscuros, rejas y portones, enfrentan miradas desconfiadas y trámites que entorpecen. Y aun así, repiten con una convicción que atraviesa el cansancio: “No nos vamos a cansar hasta encontrarles a todas y todos”.
La Búsqueda Nacional en Vida realizada en Coahuila nos recuerda que la desaparición no es un drama privado, sino una herida colectiva. Once años después de Ayotzinapa, los rostros de los 43 se suman a los miles que siguen sin volver a casa. Su ausencia, como la de todos los desaparecidos, nos falta a todos.
¡Hasta encontrarles a todxs!