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LAS BUSCADORAS Y EL LABERINTO DEL ESTADO

WALTER SALAZAR

LAS BUSCADORAS Y EL LABERINTO DEL ESTADO

La desaparición de una persona no solo fractura familias; también dilucida el modo en que el Estado administra deliberadamente su responsabilidad frente al dolor. En Las buscadoras: la lucha de las mujeres laguneras por la verdad, la justicia y la memoria, que escribí junto a Erika Soto, documentamos cómo la tragedia personal se convierte en motor de acción colectiva, pero también cómo este proceso impulsa a las familias, sobre todo a las mujeres, a ingresar en un laberinto institucional diseñado para desgastar, no para resolver.

En la Región Lagunera, la mayoría inició la búsqueda como se "supone" debe hacerse: denunciar, acudir al Ministerio Público, esperar la llamada que nunca llega, insistir, volver a insistir. Pronto descubrieron que no enfrentaban simples desajustes burocráticos, sino un entramado que protege la inacción: expedientes que se extravían, agentes que cambian cada semana, declaraciones contradictorias, sospechas de complicidad y una constante revictimización. Así, el Estado conlleva una presencia doble: por un lado, discurso de legalidad; por el otro, una fuerza que obstaculiza, oculta y diluye.

El antagonismo (buscadoras y Estado) se profundiza cuando ellas descubren que deben hacer lo que las instituciones están obligadas a realizar: rastrear, excavar, investigar, leer indicios, tocar puertas, etc. Este desplazamiento de funciones no es accidental: configura una pedagogía de abandono donde el Estado cede responsabilidades, pero conserva el control del discurso, exigiendo confianza mientras responde con evasivas. En cada reunión, las mujeres llegan con datos y preguntas urgentes, y reciben a cambio tecnicismos, promesas vacías y silencios que delatan más que cualquier informe; para ellas la verdad es una necesidad vital, mientras que para el Estado representa un riesgo político. En esa asimetría se encarna el antagonismo central.

Sin embargo, el Estado no solo abandona: también teme. Teme a la persistencia de las buscadoras que, con su sola presencia, exponen la profundidad de la descomposición institucional. Teme a quienes desmantelan el relato oficial mostrando que las desapariciones no son anomalías, sino síntomas de un sistema que ha normalizado la impunidad. Por eso intenta administrar su enojo, reducir su fuerza, burocratizar la esperanza. Pero las buscadoras han aprendido a resistir incluso esas formas sutiles de silenciamiento.

Al final, su lucha es una pregunta incómoda dirigida al centro mismo del poder: ¿cómo puede un Estado que produce impunidad ofrecer justicia? Las buscadoras, con sus cribas, carpetas y nombres encarnan una respuesta distinta: la verdad no vendrá desde arriba. Vendrá desde abajo, desde quienes sostienen la memoria, desafían al olvido y enfrentan al Estado dentro y fuera de su terreno. En un país donde la vida se vuelve cifra, ellas construyen humanidad. En esa insistencia se abre una grieta en medio del horror, la certeza de que no habrá silencio mientras haya quien siga buscando.

¡Hasta encontrarles a todes!

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