ADOPTAR
Siempre supe que quería ser madre. Pensaba que si no podía tener hijos propios los buscaría a través de la adopción. El proceso es riguroso, pues está diseñado para proteger la vida y el bienestar del menor. Paradójicamente, ningún padre biológico enfrenta tantas evaluaciones, entrevistas y filtros como quienes desean adoptar.
El encuentro con un hijo adoptado implica más que un trámite legal: se requiere establecer un vínculo con él. Todo niño -incluso el recién nacido- llega con una historia previa. Los nueve meses de gestación están marcados por la salud, emociones y circunstancias de la madre biológica: deseo o rechazo, violencia o seguridad, nutrición o carencia. Esas improntas sensoriales existen, y por eso, cuando los padres adoptivos se deciden a recibir a un bebé, además del deseo y el amor, necesitan preparación emocional, paciencia y apertura.
Hace unos días unos amigos que están en proceso de adopción, me platicaban de algunos de los trámites y requisitos que deben cumplir: ser mayores de 25 años y tener al menos 17 años más que el menor; comprobar solvencia económica, física y emocional; presentar cartas de motivos, estudios socioeconómicos, evaluaciones psicológicas, entrevistas, cursos obligatorios, ausencia de antecedentes penales y la definición -siempre difícil- del menor que están dispuestos a recibir: edad, género, si aceptarían hermanos o niños con necesidades especiales.
En México el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) y la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes regulan la adopción. Entre 2014 y 2023 se registraron 2,076 adopciones, pero miles de menores con situación jurídica resuelta siguen en espera de una familia. Las principales razones son: procesos largos, requisitos estrictos, preferencia por bebés, estigmas hacia adolescentes y grupos de hermanos o menores con enfermedades o discapacidades.
Las razones que llevan a separar a un niño de su familia de origen -abandono, violencia, abuso, negligencia, pobreza extrema, problemas penales de los padres, muerte, migración o desamparo- dejan huellas profundas. Quienes adoptan deben estar preparados para acompañar esas heridas. La crianza adoptiva exige estrategias concretas: contacto piel a piel, establecer rutinas y responder con rapidez al llanto en el caso de los bebés; juego terapéutico y límites cálidos entre los dos y seis años; contención frente a preguntas acerca de su origen y apoyo escolar en la edad intermedia; y, tratándose de adolescentes, un equilibrio entre autonomía, escucha y terapia.
La adopción es, sin duda, una gran muestra de amor, solidaridad y empatía. Una noble labor que nos hace recordar la importancia de buscar la seguridad de los niños y las niñas que viven en estados de vulnerabilidad, además de la gran responsabilidad que implica criar y acompañar a un ser humano en su proceso de vida.