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Instrumento del despotismo

JESÚS SILVA-HERZOG

Con la suciedad que se ha vuelto rutina, la presidenta cambió de fiscal. Ha dado una muestra de poder y nos ha reiterado que ni la ley ni las formas institucionales le importan. Terminó antes de tiempo el periodo del primer fiscal dizque autónomo por así convenir a la presidenta. Se invocó un cambio burocrático para justificar una renuncia con graves motivos. Se usó de nuevo el servicio exterior como bodega de desechos y chequera que paga deudas y compra silencios.

No hablo del fiscal que se va. Digo solamente que retrata al primer gobierno morenista la designación de este hombre envuelto en escándalos que usó el poder como instrumento de sus venganzas personales y herramienta para satisfacer su vanidad. Para el relevo llega un soldado precedido por una trayectoria igualmente cuestionable. Porque se ha normalizado lo aberrante, se olvida que Ernestina Godoy plagió el trabajo que presentó para recibirse como abogada. Lo documentó Guillermo Sheridan con toda claridad. La abogada responsable de perseguir delincuentes se hizo abogada con un delito. Mucho dice de la descomposición de nuestro debate el que ese hecho que descartaría a cualquier persona para asumir una responsabilidad pública en una sociedad mínimamente exigente, sea ignorado en la nuestra como si fuera algo irrelevante. Cosas de estos tiempos: el relevo de un plagiario es otra plagiaria.

Ernestina Godoy estaba imposibilitada para asumir la fiscalía de la Ciudad de México cuando lo dispuso Claudia Sheinbaum. No fue obstáculo, por supuesto, porque la ley no detiene al arbitrario que tiene todas las cuerdas del poder. Claudia Sheinbaum tronó los dedos, cambió la ley para abrirle la puerta. Con ese impudor se hace y deshace la ley en estos tiempos. Si el amigo no cumple los requisitos para ocupar un cargo, no hay problema. Se le nombra interino, se reforma el artículo enfadoso y se nombra al amigo. ¿Qué respeto por la ley puede tener una funcionaria que recibe el beneficio de leyes hechas a su medida?

Los defensores de Godoy elogian sus resultados en la Ciudad de México. Hablan de su eficacia, de la benéfica coordinación con quien hoy es el secretario de seguridad federal. Presentan números que indican un descenso considerable en los delitos. Hay elementos positivos en su desempeño, pero su tabla de resultados es más compleja. El rezago en las carpetas de investigación, la magnitud de la impunidad en la capital de la república hablan de todo menos de eficacia. Pero el gran problema de Godoy son esas calificaciones reprobatorias, sino el uso abiertamente político de su poder. Defender a los suyos y castigar a los contrarios con el látigo del Estado. Cuando era opositora, por supuesto, exigía una fiscalía autónoma, distante de los partidos, a salvo de las subordinaciones. Esa convicción terminó en el momento en que empezó a ejercer el poder poniendo a la fiscalía al servicio de su movimiento y las órdenes de su jefa.

En la Ciudad de México la fiscal Godoy se dedicó a hacer coro a los dictados de la Jefa. A una mujer a la que se le cayeron las aspas de su lavadora en las vías del metro la acusó de sabotaje cuando la paranoia de la precandidata presidencial gritaba que sus enemigos querían perjudicarla. Ante las muertes de la Línea 12 del Metro, la fiscal tuvo la actitud contraria. Detuvo las investigaciones cuando subían los escalones burocráticos. En lugar de exigir la comparecencia de la directora del metro, consiguió que no se le molestara. 26 muertos y la directora bien cuidada por la fiscal. El New York Times documentó el espionaje que Godoy organizó desde la fiscalía para seguir los movimientos de opositores, críticos y aliados. Quien hoy ocupa la Fiscalía General, es responsable de haber ejecutado el plan de venganzas de Gertz Manero. La complicidad de Godoy en esta inconcebible perversidad la pinta de cuerpo entero. Ernestina Godoy fue capaz de inventar delitos y encarcelar a una mujer inocente para entregarle una ofrenda al hombre a quien ahora remplaza.

La llegada de Godoy a la fiscalía no es preocupante. Es temible. Los opositores, los críticos, los miembros del movimiento que llegaren a separarse de la línea trazada en la cúspide tienen buenas razones para temer a la nueva fiscal. El despotismo tiene en ella un instrumento despiadado.

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