José Luis Ramírez revive su legado piñatero en Lerdo cada diciembre
Hay objetos que parecen inofensivos pero que cargan una épica discreta. La piñata es uno de ellos: colorida, frágil en apariencia, condenada a morir a golpes y, aun así, en ciertos rincones, perdura obstinadamente.
En la colonia San Isidro en Lerdo, todavía se fabrican piñatas que no se rinden al primer garrotazo. Piñatas que, como algunas tradiciones, se resisten a morir.
Mientras la mayoría de las que circulan en la región nacen de moldes de cartón (eficientes, rápidas, desechables), aquí sobreviven manos que trabajan despacio y con oficio. Manos que pegan periódico con engrudo, que esperan el secado natural como quien espera que fermente una masa, y que entienden que una piñata no debe romperse de inmediato.
José Luis Ramírez González es heredero de un oficio que solo despierta en diciembre, pero que nunca deja dormir del todo.
La ironía es evidente: José Luis no vive de romper tradiciones, sino de fabricar postes para la Comisión Federal de Electricidad. Su empleo formal está rodeado de acero, medidas exactas y procesos industriales. Pero cuando llega diciembre, cambia toda esa dinámica por el papel, la línea de producción por un espacio improvisado donde nacen estrellas, canastas y figuras huecas que terminarán colgadas en patios, calles y casas.
"El oficio de piñatero tendrá unos ocho o nueve años que me lo enseñó mi tío", narró el comerciante mientras ofrece sus productos coloridos en la esquina de Lerdo.
Su tío le transmitió la técnica y, sin decirlo del todo, la responsabilidad. "Nos decía que no dejáramos de vender, que no dejáramos de hacer piñatas, porque era una tradición muy bonita, una tradición de los mexicanos". El tío ya no está, pero cada capa de papel funciona como una conversación pendiente.
A diferencia de otros miembros de su familia que viven del oficio todo el año, José Luis solo se dedica a la piñata navideña. No por necesidad económica, sino por convicción. La antítesis es clara: en un mundo donde casi todo se hace para sobrevivir, él fabrica piñatas para recordar. "Es más por cuidar la tradición", dice, aunque eso hoy lo tenga vendiendo en el frío.
Hechas de periódico
Las piñatas de San Isidro tienen una característica que las delata: están hechas completamente de periódico. Nada de cartoncillo. "Aquí no usamos cartón", aclaró.
Y eso no es un detalle menor. Las industriales se rompen rápido, como fuegos artificiales sin eco. Estas no. Son macizas, tercas, hechas para resistir. Como antes. Como si la piñata, en lugar de sacrificarse enseguida, quisiera obligarnos a participar un poco más en el ritual.
Cada pieza se construye capa sobre capa, con engrudo y paciencia. No hay atajos ni procesos acelerados. El tiempo es parte del diseño. "No se rompen a los primeros golpes", dice José Luis, sabiendo que esa resistencia también construye comunidad: más risas, más intentos, más manos esperando turno.
El trabajo, además, no es solitario. Su esposa y sus hijas participan en la hechura. Todos le entran. Su casa se convierte en un pequeño taller, y el oficio en una herencia viva.
'Hay que hacerle la lucha'
En su punto de venta hay piñatas chicas, medianas y grandes. No presume especialidades ni modas pasajeras. Hace lo que siempre se ha hecho, bajo un principio simple y exigente: hacerlo bien y hacerlo como antes. " A pesar del frío -"está haciendo frillito", dice- José Luis cada diciembre sigue. "Hay que hacerle la lucha". La frase, tan común como reveladora, resume la realidad de muchos oficios tradicionales: sobreviven no por apoyo institucional ni campañas culturales, sino a base de pura voluntad.
Quien busque piñatas tradicionales para este último día de diciembre y quiera ayudar a José Luis a hacer perdurar su legado, puede encontrarlo en la calle Sinaloa, entrada a Las Cruces, frente al Oxxo. Ahí, entre periódico, engrudo y recuerdos familiares, la piñata deja de ser un objeto efímero y se convierte en algo más raro: un legado que, como estas piñatas, no se rompen a la primera.