Imagen: Ramón Sotomayor
La literatura llegó a su vida de manera transgeneracional. Recuerda a su bisabuela, quien era escritora y vivía en Morelia. Karla Zárate (Ciudad de México, 1975) habla de ella con emoción y cierto lamento; en ese entonces, las mujeres debían publicar con seudónimo, ocultar su nombre ante el celo masculino. Karla creció con los diarios de su bisabuela, con sus poemas, con los textos que publicaba en los periódicos. Hoy sus novelas son un homenaje a su recuerdo.
Sentada en una jardinera de la Universidad Iberoamericana Torreón —donde se celebra el primer Encuentro Literario de Autoras, evento organizado por Otroras y al que fue invitada—, Karla Zárate revela más páginas de su infancia. Describe la bibliotecaen casa de sus padres, su encuentro con El viejo y el mar (1951), de Ernest Hemingway, la sacudida que le ocasionó el oleaje de esa historia. Leer, asegura, le parece transgresor.
“Entonces lo empecé a leer y le platiqué a una maestra de la primaria que lo estaba leyendo. Su respuesta fue: ‘No leas eso porque no es para tu edad’. ¿Y qué hice yo? Lo contrario. Por eso asocio leer y escribir como algo transgresor”.
Algo parecido le sucedió en la secundaria. Karla dio con la novela Un hilito de sangre (1991), del escritor mexicano Eusebio Ruvalcaba. La leyó en dos días. Se la llevó a una amiga. Le dijo: “¡Tienes que leer esto!”. Después hubo una polémica con el libro: la historia de León, un adolescente de 14 años que explora temas como la sexualidad y se escapa de sus padres para perseguir a su amor platónico, aunado a su vocabulario común, incluso soez, causó controversia entre los conservadores e intentaron censurarla.
“Con esto se comprueba más que leer y escribir sí tiene algo que transgrede. Justamente es lo que hago y con lo que escribo; yo quiero mover al lector, yo quiero incomodar al lector. Por eso quizás mis textos se caracterizan por ser crudos”.

Karla Zárate acudió a otras olas, y decidió hacer su tesis sobre Orlando (1928), de Virginia Woolf. Encerrada en un cuarto propio, la autora también escribió sobre Cuerpo náufrago (2005), novela de Ana Clavel. Ambas obras abordan, entre otras temáticas, el cambio de género y la transexualidad. “¿Qué es ser hombre? ¿Qué implica ser mujer? ¿El sexo o el género son condicionamientos biológicos o sociales?”, interroga Karla. Son preguntas sobre la migración en los cuerpos, exploración de territorios que más adelante abordaría en otros contextos.
En Rímel (2013) propone la historia de dos hermanos cuyos sexos se difuminan en la distancia de la lectura. En Llegada la hora (2019) narra la vida de un cocinero chicano con raíces michoacanas, encargado de cocinar la última cena a los reclusos condenadosa muerte en una prisión de Texas (la Allan B. Polunsky Unit). En [De] mi piel (2023) incluye una serie de cuentos donde el cuerpo cobra protagonismo. Este mes de octubre se publica El invierno llegó sin avisar (2025), su nueva novela, que muestra el ímpetu inspirador de su bisabuela. Karla Zárate es una pluma de vigente rebeldía.
Respecto a tu tesis sobre Orlando, de Virginia Woolf, ¿qué tanto ella y estas ideas del cuarto propio te han marcado en tu carrera? (aunado a que tu bisabuela tenía que publicar bajo pseudónimo).
Totalmente. De mi bisabuela también tengo sus diarios. Justo en [De] mi piel tengo un texto donde cuento esto. Empecé a escribir un diario a los 14 años, y de ahí hasta que me casé, porque una se casa o escribe un diario. Luego me divorcié. Actualmente estoy retomando el hábito del diario. Me fascinan los diarios de Virginia Woolf, el diario de Kafka, el de Pizarnik, el de Patricia Highsmith. Esos diarios son casi mis libros de cabecera. En el sentido de que consulto, ¿qué estaba escribiendo Virginia Woolf un 3 de octubre como hoy? Esa parte me gusta mucho; conectar el tiempo y el espacio de aquellos autores con el mío.
En Orlando, esta parte que es transición, ambigua, todo esto del género, está marcado. Me fascinó cómo aborda esos temas Virginia Woolf, y cómo habla justo de un no lugar. Orlando es hombre, pero amanece mujer. Se cuestiona mucho cuál es su rol, y lo ligo unpoco con mis novelas, porque justo hablo de la condición humana, que es ambigua y a veces muy poco coherente; andamos vacilando de un lado a otro, cuestionándonos.
Por ejemplo, en Rímel, que es mi primera novela, tiene esta historia de dos hermanos que ya no sabes ni quién es quién, si es hombre, si es mujer. Estos espacios que a veces en la vida diaria pensamos que no están, los he encontrado en la literatura, y es donde yo me he encontrado un lugar que me gusta habitar.
Mi segunda novela, Llegada la hora, va de este cocinero chicano, que no es ni de aquí ni de allá. Habla de ¿qué es esto de ser un hijo de unos padres de otro lugar, justo como mis abuelas. En esta novela todo el tiempo estamos hablando de la vida y de la muerte, que desde el psicoanálisis, es la pulsión de vida y la pulsión de muerte, que nos jalan de un lado a otro todo el tiempo.

Antes de abordar tus novelas, quisiera preguntar por otra lectura que has tenido: La invención de la soledad (1982), de Paul Auster. ¿Qué tanto la escritura es un oficio solitario?
Sin duda es un oficio solitario. Yo no puedo escribir si hay gente alrededor, no me concentro. De hecho, me gusta mucho la música y la disfruto, pero yo no escribo con música porque me distraigo. Entonces, sí necesito mi espacio, sí necesito mi cuarto propio, esoque Virginia Woolf plantea en ese texto precioso, que yo siempre he creído que es un libro que deberían de poner como obligatorio en las secundarias o en las prepas de México. Yo sé que estamos hablando ya de un tiempo pasado, de la primera ola del feminismo, pero creo que necesitamos, hombre o mujer, me da igual, un espacio propio donde trabajar. Sí, es algo solitario escribir, pero claro que dialogas con los personajes desde otro lugar; me encantaría que me acompañaran y se sentaran conmigo a echar un café. Es un ejercicio que puede ser interesante. Hace poco me preguntaban, ¿qué prefiero, el psicoanálisis o la literatura? Yo lo que he encontrado en esto es que al final todos estamos queriendo o intentando contar historias, nuestra propia historia.
¿De dónde viene tu influencia por el psicoanálisis?
En primer semestre de la carrera de literatura, el maestro Batista nos puso a escribir una novela para la calificación final. En ese entonces, para mí, escribir 50 cuartillas era algo impensable. En esa novela todo ocurre dentro de un psiquiátrico. Algo estaba germinando. Después, en Rímel hay un personaje que es psiquiatra, psicoanalista. Para esta novela tuve que leer muchos informes psiquiátricos sobre bipolaridad, esquizofrenia. Entonces ya me estaba empapando en el tema. Pasó el tiempo y en el doctorado, quien fue mi directora de tesis, Gloria Prado, todo el tiempo nos incluía lecturas de Freud, de Lacan, y yo iba leyendo desde un lugarbien distinto, porque no tenía pensado estudiar de una forma más seria el psicoanálisis. Un día, en una de estas decisiones que se toman de una forma quizás no tan consciente, dije: “¿Y si me formo como psicoanalista?”. Ya había terminado el doctorado y pues estaba en contacto con el psicoanálisis. Me sentí muy insegura porque todos los que estaban conmigo estudiando eran psicólogos o pedagogos, y yo venía de letras. Pero me animé y ahora no lo veo como oficio separado, sino como algo que se nutre en Freud, quien tiene muchos casos clínicos, por supuesto, pero habla mucho de Shakespeare, de Goethe, de todos estos personajes... Edipo, Hamlet ni se diga. Entonces, digo que no está peleado, que al contrario, son cosas que compaginan y que se enriquecen una a la otra. Y me he sentido muy bien en ese lugar. Como siempre, habitando dos lugares.
¿Y cómo es que a partir del psicoanálisis construyes personajes como Lissa y Kin, los hermanos de Rímel?
Esa novela la escribí hace más de diez años. Hoy, a posteriori, ahora sí usando los términos psicoanalíticos, me pregunto qué estaba pensando entonces. Tal vez que no hay una sola versión de las cosas, que todo se abre a una interpretación. Eso es lo que yo le digo a mis pacientes: “Yo no sé qué pasa allá afuera, yo no sé, ni conozco a tu mamá realmente. A mí me interesa saber a quién me traes aquí tú. Esa mamá de la que me hablas aquí es otra y probablemente se parezca a la de allá afuera”. Es lo que me interesa. Siempre hay que cuestionar. Lissa, Kin, ¿quién tiene la razón? ¿Quién tiene la verdad? Pues ninguno. Vamos a cuestionar, a ver cómo los dos se entremezclan con sus propias historias. De hecho, al final ya no sabes si uno fue la invención del otro, si de verdad eran hermanos o si fueron una fantasía del otro. Es en ese lugar donde me gusta jugar.

En esta novela usas un elemento como el diario. Retomando tus palabras, ¿qué enriquece el diario como género literario y cómo te ayuda a crear tu literatura?
Es muy difícil, porque a veces se cree, o hay quien piensa, que el diario es para uno mismo. Y sí lo es, por supuesto. Hay que escribir las cosas como son, y no es fácil. Es como ir a terapia, es como ir a psicoanálisis, ahí tienes que encuerarte. El diario para mí es un ejercicio de introspección, de relatar, justo, seguir contando mi historia, contándomela a mí, porque ¿a quién le van a interesar mis diarios? O por ejemplo, tengo un diario desde hace muchos años de puros sueños. Entonces, si acaso, le interesa a mi psicoanalista, pero ¿a quién más? Entonces más allá de eso es voltear a verte a ti mismo a través de lo que escribes. No suelo releerlos tanto, porque no es fácil, no es fácil vernos ahí en la escritura, pero me divierte, me gusta. Es un buen ejercicio, unhábito también.
Y empleas diarios en Rímel, ¿es como una ventana hacia la intimidad de los personajes?
Claro. Creo que hay otra voz, hay una... una temporalidad. ¿Qué escribí hoy, que es 3 de octubre? Ahí se actúa el personaje. ¿Qué estará pensando de lo que pasó allá afuera? O qué está pensando de lo que él está, en ese momento, reflexionando, de lo quesucedió, de lo que va a suceder. Las fantasías también ahí se cuelan. Entonces, como te das cuenta, y yo también al hablarlo: “Si yo pienso en mi bisabuela, ¡qué momento fundamental para mí, ser quien en la familia tuvo acceso a esos diarios íntimos!”. Ahora, en mi nueva novela que sale este mes, regreso a esos diarios de la bisabuela.
La frase que inaugura Llegada la hora es tremenda: “He comprendido que la muerte es el verdadero oficio de los hombres”. ¿Qué visión sobre la muerte plasmaste en esa novela?
Justo fue un conflicto el no tomar una postura, porque no se trata de estar a favor o no de la pena de muerte. Se trata de explorar más allá de lo evidente. Yo cuando estaba escribiendo sobre el cocinero Guadalupe, pensaba ahí la paradoja: “Estoy alimentando a los que van a morir mañana. Entonces vale la pena darles de comer, ¿o no?”. Y es donde él juega: le piden un pescado asado y se los da empanizado o incluso podrido, al fin ya se van a morir. Pero entonces los está alimentando. Y me encantó explorar eso porque meterte al sistema penitenciario de Polunsky fue todo un viaje. Y claro que hay denuncia. Por supuesto que hay denuncia social, política, qué se hace con estos hombres que realmente están desahuciados. ¿Merecen un buen trato o no? Y es todo lo que explora mi personaje. Es un hombre, su nombre es John y Guadalupe. Ahí está un sincretismo de las dos culturas.

También recuerda mucho a la imagen bíblica de Jesús con sus discípulos en la última cena.
Claro. También un personaje que me genera muchísima ternura, toda esta parte de la infancia. A ver, vuelvo a lo mismo: cuéntametu historia. Te digo a ti, me digo a mí misma, le digo a mis pacientes, le digo a mis personajes “¿Qué pasó en la infancia?”. La tenemos bien idealizada y es dura. Este es un personaje muy solo. Un personaje que vivía la violencia por parte del papá y mucha culpa con la mamá, una mamá indefensa, enferma. Y por otro lado, es este hombre simpatiquísimo, chicano, que aprende a arreglárselas solo. Y sí, ahí está¿ con los compañeros de cocina, que son sus “compañeros de celda”, entre comillas, pero están ahí todos metidos en un lugar cerrado.
Y resalta de esta idea que la muerte es gula, porque la alimentamos a veces sin querer y sin necesitarlo.
Sí, diario estamos ahí, jugándonosla, ¿no? Sí, nos vamos a morir todos. No sé si mañana o en diez años, pero ahí estamos malabareando igual, lo mismo: la pulsión de vida y la pulsión de muerte. Comer es vida, pero ¿y la muerte? Ahí ya no se come nada. Ahí ya estamos en un lugar diferente. Yo sí creo que nos vamos a morir y ya está, ya no hay nada más allá.
Hablamos de dos novelas. Tienes un libro de cuentos. ¿Cómo te desenvuelves en ambos formatos, en ambos géneros?
En realidad yo empecé escribiendo cuentos. Desde chiquitita tengo ahí mis cuentos, y publiqué cuentos como resultado de un taller literario. Y me sentí muy bien ahí. De hecho yo le preguntaba a amigos novelistas: “¿Cómo le haces para escribir una novela?”. Yo moría por escribir una novela; tenía mucho qué decir, pero no sabía cómo. Y ellos me contestaban: “¿Cómo le haces tú para escribir cuentos?, es mucho más difícil un cuento”. Entonces, bueno, a mí me gusta jugar entre los dos. El cuento se me acomodamucho. Tengo una columna en El Cultural y es otro ejercicio, porque, uno, tienes que entregar cada tanto, tienes que tener “X” caracteres, porque hay que acomodarse en el espacio del periódico. Entonces, trato de decir lo que tenga que decir de una forma en la que me sienta bien. También es justo hablar de aquello que muchas veces callamos. Vuelvo al psicoanálisis. Lo que se habla en el consultorio son las cosas que afuera nos cuesta mucho trabajo, incluso no hay palabra a veces para decir las cosas. Trato de ponerle palabra, de alguna forma, en la ficción, en el relato, mezclada, por supuesto, con lo autobiográfico. Es ahí donde me he encontrado con los géneros.

Hoy participas en el primer festival que se hace en Torreón exclusivamente de mujeres escritoras. ¿Qué te genera este tipo de iniciativas que vienen de mujeres para difundir la literatura femenina, y que, de alguna forma, platiquemos de tu obra gracias a esto?
En definitiva, más allá de ser una mujer, soy una persona que escribe. Pero con toda la historia que yo puedo rescatar de mí, de mi vida familiar… pues ahí está mi bisabuela, que no podía poner su nombre por distintos motivos, que porque si le gustaba, por lo que quieras. Pero había cierta censura. Y esos diarios, que no se publicaron nunca, llegaron a mis manos, y yo en cierta forma les di voz. Entonces me encanta estar en un festival así, porque sí traemos una carrera larga todavía, dura, pero pues ahí está nuestra voz. Estamos escribiendo y hablando cada vez más, y sin miedo. Yo siempre digo, escribamos lo que se nos dé la gana.
Por último, ¿qué nos puedes adelantar sobre tu nueva novela?
Sale con Editorial Planeta. Se llama El invierno llegó sin avisar, y justo hablo sobre escribir. Hablo de un personaje que es unaescritora frente a otra. A una le cuesta mucho escribir, a la otra le sale muy sencillo. Lo que sucede en el medio editorial. Las rivalidades entre mujeres. Aparecen ahí también los diarios de mi bisabuela.
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