EDITORIAL caricatura editorial Columnas Editorial

Columnas

Palabralia

La autonomía

J. SALVADOR GARCÍA CUÉLLAR

Esta palabra, muy usada entre nosotros, tiene varios significados. Según el contexto puede tratarse de autonomía de algún robot, que no necesita del hombre para realizar sus actividades, o bien, autonomía económica de algún joven que ya no necesita de sus padres para sostenerse porque tiene suficientes ingresos. Los contextos pueden ser varios, pero ahora lo voy a entretener con la consideración de la autonomía desde una perspectiva ética.

La palabra procede del adjetivo griego Autós, que significa Uno mismo, y Nomos, que, también en griego, quiere decir Norma, entonces la autonomía es la capacidad para darse reglas a uno mismo, sin injerencia ajena.

Ser autónomo es responsabilizarse de sí mismo, y en contraste vemos que un niño depende de sus padres (es heterónomo) precisamente porque ellos asumen la total responsabilidad sobre lo que le suceda.

En el caso del derecho, se trata de la capacidad que tiene toda persona para formular y desarrollar su proyecto personal de vida de acuerdo con sus propios ideales de felicidad siempre que no perjudique a otros, según las definiciones de algunos libros consultados. Sin embargo, el filósofo Emmanuel Kant se ocupó de manera muy intensa a reflexionar sobre la autonomía, y nos legó un desarrollo filosófico muy sugestivo sobre este concepto.

Kant dice que la autonomía es la capacidad de la voluntad para darse a sí misma su propia ley moral, sin depender de inclinaciones sensibles o autoridades externas. Es la capacidad de actuar según principios racionales que uno mismo se ha dado, en lugar de ser impulsado por sus propios deseos o presiones externas.

Por otra parte, nos habla de las categorías a priori, formas del conocimiento humano que todos tenemos y determinan el modo en que percibimos el mundo, entre éstas está el imperativo categórico, un mandato interno que nos presenta el deber de actuar conforme proposiciones que, según nosotros mismos, se convierten en leyes universales. En otras palabras, actuamos de forma autónoma y moralmente correcta cuando elegimos hacer lo que todos deberían hacer en la misma situación, sin importar las consecuencias o los deseos individuales.

Si, en la madrugada, en una calle solitaria, usted maneja un vehículo y se encuentra ante un semáforo en rojo, podría pasarse el alto bajo su responsabilidad, pues sabe que no habría consecuencias negativas por ese acto. Pero también, si es verdaderamente autónomo, se obligaría a acatar el reglamento porque, según usted y su autonomía, se está sometiendo a una ley que todos debemos obedecer sin importar las consecuencias o sus deseos de desobediencia a ese reglamento en particular. En caso de que desobedezca al imperativo categórico y se pase el rojo aunque nadie lo vea, estaría comprometiendo su autonomía porque depende de sus deseos individuales, pues lo único objetivo y verdaderamente acatable es la obediencia a la ley por el solo hecho de que debe hacerse así. Según Emmanuel Kant, la persona autónoma actúa como debe hacerlo por el deber mismo, no por motivaciones personales ni conveniencias.

La autonomía tiene un cariz de libertad, y en el pensamiento grecorromano se consideraba que el hombre no actuaba con autonomía, sino que seguía lo que ya estaba marcado por el destino, y lo escrito sucedería a pesar de que se hicieran esfuerzos por eludir lo mandado por los dioses. Estas ideas aparecen en casi todas las obras clásicas, por ejemplo, Edipo Rey asesinó a su padre y compartió el lecho con su madre, aunque su progenitor mandó a un esclavo a que lo matara, y aunque él mismo tratara de apartarse de su destino. En Grecia y Roma el hombre era heterónomo porque seguía la ley del destino.

Con el cristianismo, libertad y autonomía tuvieron auge como temas recurrentes en la literatura y la teología moral, pues se pensaba que el hombre tenía libre albedrío para elegir entre el buen y el mal comportamiento, lo que da sentido al premio del cielo y al castigo infernal.

Pero luego, a finales del siglo XIX el médico austriaco Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis, nos dice que nuestra autonomía es una ilusión, pues dependemos de traumas, historia personal y presiones sociales para comportarnos. Esta teoría desarrollada en el siglo veinte, en muchos sentidos sigue teniendo vigencia, aunque algunos pensadores siguen defendiendo el carácter autónomo de la persona humana.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en: Palabralia columnas editorial

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 2422051

elsiglo.mx