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“La bola” revolucionaria

Las masas como motor de cambio

Zapata y Villa, con sus ejércitos, llegando a Ciudad de México tras la toma de Zacatecas. Imagen: Wikimedia Commons

Zapata y Villa, con sus ejércitos, llegando a Ciudad de México tras la toma de Zacatecas. Imagen: Wikimedia Commons

ANA SOFÍA MENDOZA DÍAZ

Vivimos tiempos de polarización. Somos testigos de ello todos los días a través de medios masivos y redes sociales, que por su naturaleza misma, por lo general enfocada en captar la atención del público más que en informar, tienden a priorizar los sucesosmás controvertidos. Poco importa si la polémica nace de un hecho violento o uno simplemente ridículo; lo crucial es dar de qué hablar, así sean conversaciones superficiales o discusiones que no llegan a nada.

Bajo esta lente, todos los movimientos sociales pueden parecer absurdos. Sí, el feminismo en México busca justicia ante los feminicidios, eliminar la brecha salarial, sancionar la violencia de género con todo el peso de la ley, exigir el pago de pensión a losdeudores alimentarios, garantizar derechos reproductivos a todas las mujeres y alcanzar la equidad en lo político, lo laboral y lo doméstico, pero basta con que se viralice el video de una chica con sobrepeso gritando, a través de un megáfono en una marcha del 8M, “¡La cultura de dieta es violencia patriarcal!” para alimentar las burlas por parte de quienes desconocen la amplitud de la lucha feminista. O que un hombre sea agredido en una marcha separatista para que la gente olvide, por ejemplo, las peticiones de los familiares de víctimas de feminicidio.

¿Es necesario reducir todos los problemas que aquejan a la sociedad, como la obesidad y la gordofobia, a una cuestión de género? ¿Son válidas las manifestaciones de violencia indiscriminada —es decir, hacia personas inocentes— durante las protestas ciudadanas? No es difícil encontrar argumentos para llegar a la conclusión, en ambos casos, de que la respuesta es “no”. Pero entonces entran en juego los sesgos individuales y resulta tentador invalidar no sólo las acciones aisladas, sino a todo un movimiento cimentado sobre la búsqueda de justicia e igualdad.

La bola (1972), Artemio Rodríguez. Imagen: McNay Art Museum
La bola (1972), Artemio Rodríguez. Imagen: McNay Art Museum

LA RAZÓN VS EL FERVOR DE LAS MASAS

Es poco realista esperar que todas las personas que conforman una lucha social sean intachables en su razonamiento y en su actuar —especialmente dentro del contexto de una protesta—, simplemente por el hecho de ser humanos con cargas emocionales,  deseos y rasgos de carácter muy distintos entre sí. Habrá incluso quienes ni siquiera comprendan las implicaciones de aquello que supuestamente están defendiendo o exigiendo. Estos últimos casos pueden obstaculizar los avances de activistas más organizados, pero con menos visibilidad.

Las recientes movilizaciones que ha habido en el país contra la gentrificación, sobre todo en la capital, han dejado ver las posturas xenófobas de quienes ven en el extranjero “de a pie” al enemigo. Con consignas como “Pinche gringo, go home”, se ha difundidola idea de que la responsabilidad del encarecimiento de la vivienda recae en los nómadas digitales que llegan a México para vivir más cómodamente al percibir su salario en dólares o euros. Sin embargo, se trata de un problema más complejo que no sesoluciona con expulsar a los extranjeros. Es como si Estados Unidos quisiera eliminar la delincuencia deportando a todos los mexicanos y centroamericanos que trabajan en su territorio. La migración en búsqueda de mejores condiciones de vida es natural,ha existido a lo largo de toda la historia y no tiene por qué estar intrínsecamente ligada ni con la gentrificación ni con la delincuencia.

Mientras las miradas están puestas sobre los “gringos” que trabajan de manera remota desde nuestra nación, el gobierno no ha sidocapaz —o no ha tenido el deseo— de detener proyectos inmobiliarios como Fuentes Brotantes 134, que consiste en la construcciónde viviendas de lujo en el Parque Nacional Fuentes Brotantes, un área natural protegida que se ubica en el pueblo originario de Santa Úrsula Xitla, en Ciudad de México. Esto implicaría, además de la deforestación y la afectación de las especies del lugar, un probable desabasto de agua —evidentemente en los sectores populares de los alrededores, no en la nueva zona residencial— y un encarecimiento de los servicios. Con ello, sería cuestión de tiempo para que los habitantes originales del pueblo deban desplazarse hacia otros sitios más marginados.

Una solución para combatir la gentrificación de raíz sería, pues, establecer políticas públicas que regulen el mercado inmobiliario para favorecer la sostenibilidad y el acceso a la vivienda digna. Con un marco legal adecuado, nadie tendría que verse impactado negativamente por la llegada de extranjeros a su barrio. Pero, entonces, ¿qué se hace con el “ruido” que opaca las voces más “razonables” de los movimientos sociales? La verdad es que, como humanidad, aún no lo hemos descubierto pese a nuestros varios milenios de historia. Sin embargo, esto no significa que todo esté perdido. Mirar al pasado nos revela que, incluso

en medio de la confusión y el desorden, se han logrado transformaciones positivas en el mundo. De hecho, quizá toda revolución requiere de ese caos para concretarse. La Revolución Mexicana es un claro ejemplo de cómo la acumulación de voces, aunque sean dispares, puede llevar al progreso.

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“LA BOLA” EN LA REVOLUCIÓN MEXICANA

Cuando Porfirio Díaz cumplió más de 30 años en el poder, el hartazgo de la población llegó a su límite. A los campesinos se les habían arrebatado sus tierras para destinarlas a los latifundios, los obreros trabajaban bajo

condiciones de explotación, los opositores de la dictadura eran silenciados, la desigualdad económica era cada vez mayor y prácticamente toda la ciudadanía carecía de derechos políticos. La democracia era inexistente.

Este descontento generalizado llevó a una serie de levantamientos armados en 1910, a lo largo y ancho del país, a los cuales se le denominó popularmente como “la bola”, haciendo alusión a lo variopintas que llegaban a ser estas rebeliones. Si bien todos sus integrantes tenían en común el deseo de derrocar a Díaz, no se trataba grupos organizados con metas en común bien definidas.

El artículo El siglo XX mexicano: la bola, la Revolución, la guerra civil apunta que “a menudo los combatientes entraban en “la bola” sin saber exactamente el porqué: por fidelidad a un jefe o por intentar un ascenso social, mejores condiciones de vida”. En una nación mayormente rural y analfabeta es fácil imaginar que el grueso de la población no estuviera al tanto de cuestiones como la macroeconomía o las tendencias políticas globales. Sin embargo, eso no les impedía llegar a una conclusión nacida de su experiencia propia, de su día a día: quien quiera que estuviera a cargo del país los tenía hundidos en la miseria. De ahí que a la bola se unieran indígenas, campesinos, obreros de todo tipo,

estudiantes, amas de casa, niños, exmilitares, expresidiarios y bandidos para intentar beneficiarse de alguna forma, aunque la vida se les fuera en ello. Es lo que pasa cuando se tiene muy poco que perder.

Dicho término, con este significado, fue acuñado por Emilio Rabasa en su novela La bola (1887), donde expone: “La revolución se desenvuelve sobre la idea, conmueve a las naciones, modifica una institución y necesita ciudadanos; la bola no exige principios ni los tiene jamás, nace y muere en corto espacio material y moral, y necesita ignorantes. En una palabra: la revolución es hija del progreso del mundo, y ley ineludible de la humanidad; la bola es hija de la ignorancia y castigo inevitable de los pueblos atrasados. Nosotros conocemos muy bien las revoluciones, y no son escasos los que las estigmatizan y calumnian. A ellas debemos, sin embargo, la rápida transformación de la sociedad y las instituciones. Pero serían verdaderos bautismos de regeneración y adelantamiento, si entre ellas no creciera la mala hierba de la miserable bola”.

A los levantamientos armados durante la Revolución Mexicana se les conocía como 'la bola'. Imagen: GettyImages/ Bettmann
A los levantamientos armados durante la Revolución Mexicana se les conocía como "la bola". Imagen: GettyImages/ Bettmann

Razón no le faltaba al autor si revisamos el caos que hubo durante y después de la Revolución Mexicana. Un millón de muertos y las desavenencias entre los caudillos son tan sólo algunos de los tropiezos que tuvo un movimiento que, en realidad, nunca estuvo unificado. Una vez derrotado Díaz, salieron a flote las diferencias: la traición de Victoriano Huerta hacia Francisco I. Madero; laseparación de Emiliano Zapata y Francisco Villa de Venustiano Carranza; la división interna entre los constitucionalistas, etcétera.

Sin embargo, a pesar del choque entre las facciones revolucionarias, poco a poco se fueron concretando los cambios que habrían de definir al México moderno y que derivaban de los principales reclamos sociales, no sólo de los intelectuales y dirigentes políticos y/o militares, sino de las masas de gente anónima, es decir, los más afectados por el status quo del Porfiriato.

Y tal vez aquí esté la paradoja que no tomó en cuenta Rabasa: no hay revolución sin “bola”, y viceversa. Es difícil imaginar una División del Norte o un Ejército Libertador del Sur sin líderes como Villa y Zapata, pero también hubiera sido imposible que estos caudillos llegaran lejos sin un numeroso contingente que los respaldara.

LA FUERZA DE LAS MASAS

Unos años antes de que Rabasa publicara su novela, Gustave Le Bon, psicólogo francés, escribió Psicología de las masas (1895), donde analiza el comportamiento de las multitudes. Muchas de sus observaciones mantienen su validez hasta nuestros días, aunque lo cierto es que su visión era incluso más pesimista que la del autor mexicano.

Para Le Bon, las masas eran la peor debilidad de la civilización porque abolían el autocontrol individual. De hecho, ni siquiera confiaba en “el pueblo”, por lo que era un ferviente opositor de la democracia, a la cual consideraba una amenaza para el orgullonacional y para el poder del ejército (él mismo había sido militar). Sus tendencias conservadoras explican por qué veía a la muchedumbre como un peligro: tiene el potencial de ser agente de cambio.

El sociólogo William Davies explica, en su ensayo Estados nerviosos (2019), los principales mecanismos a través de los cuales operan las masas según Le Bon. Uno de ellos es “la completa sensación de poder que generan las congregaciones de gran magnitud, lo cual anima a los individuos a participar en actividades que en otro contexto se considerarían temerarias, inmorales o bochornosas”. Si bien el francés se refería a esta característica como algo por completo deplorable, no se puede pasar por alto que una persona, por sí sola, probablemente no se animaría a levantar la voz contra aquello —sea una institución, un gobierno, un sistema económico, etcétera— que la oprime, la explota o la violenta. Pero cuando se trata de un levantamiento colectivo es diferente, porque entonces se usan los “cuerpos humanos para hacer que un movimiento político sea insoslayable”.

Siendo abiertamente sexista y racista, a Le Bon le hubieran molestado en demasía, por ejemplo, las marchas organizadas por Martin Luther King en pro de los derechos civiles. Ante la mirada pesimista del psicólogo del siglo

XIX, Davis propone que “la dinámica de grupo contribuye a reconectar la política con profundas necesidades humanas, ya que trae los sentimientos compartidos —incluida una vulnerabilidad compartida— directamente al dominio público”.

La colectividad puede trasladar al dominio público las necesidades y problemas compartidos de la población. Imagen: El Universal/ Francisco Rodríguez
La colectividad puede trasladar al dominio público las necesidades y problemas compartidos de la población. Imagen: El Universal/ Francisco Rodríguez

TRANSFORMACIÓN

Durante la Revolución Mexicana era común recurrir al término “bola” cuando se buscaban los culpables de los destrozos y saqueos que dejaban a su paso los levantamientos armados. Era imposible identificar a los individuos que habían participado directamenteen la destrucción de un sitio, por lo que aludir al gentío era lo más sencillo.

Sin embargo, también valdría la pena responsabilizar a “la bola” de haber impulsado el movimiento antirreelección, la educación en zonas rurales, la reforma agraria, los derechos laborales, etcétera.

Sí, la ignorancia de las masas puede desviar la atención de cuestiones importantes y, con ello, entorpecer las transformaciones sociopolíticas. Sin embargo, sin el poder colectivo las luchas sociales tal vez se estancarían de forma indefinida, incluso  infinitamente. Podría decirse que es una relación simbiótica que, a pesar de su imperfección, mantiene al mundo en marcha.

amendoza@elsiglo.mx

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