Creer hoy que la democracia es la mejor forma de gobierno no es distinto de la fe medieval en el derecho divino de los reyes. Las ideas de igualdad, derivadas del cristianismo, son incompatibles con las leyes de la evolución que privilegian la supervivencia del más apto (y, por tanto, de los más inteligentes). La Ilustración inició una etapa de decadencia que nos ha conducido a la decadencia y al caos. Si seguimos obstinados en sostener la democracia liberal es porque hemos sido adoctrinados para ello por un conjunto de fuerzas e instituciones, dominadas por pequeñas élites burguesas: las universidades, los medios de comunicación tradicionales, las burocracias gubernamentales. Es decir, La Catedral. La principal meta de los Nuevos Reaccionarios (NRx) consiste, pues, en derruirla.
Entre 2007 y 2013, Curtis Yarvin, un excéntrico programador y emprendedor embebido de la cultura libertaria de Silicon Valley, publicó estas y otras afirmaciones semejantes en un blog titulado Unqualified Reservations bajo el seudónimo de Mencius Moldbug. Su conclusión era que el Estado moderno es un sistema operativo corrupto, plagado de errores y fallos en su software (bugs), que debía ser reinicializado por completo (reboot), eliminando sus elementos dogmáticos -sus planteamientos democráticos- para tratar de alcanzar un nuevo modelo, administrado como si fuera una gran empresa, en la que los ciudadanos fueran una suerte de accionistas y los gobernantes los mejor calificados (es decir, aquellos con IQ más alto). Según Yarvin, solo aquellos que se atrevan a tomar la píldora roja -en referencia a la alternativa planteada en The Matrix- serán capaces de darse cuenta del engaño que supone la fe en la democracia moderna.
Las idea de Yarvin, leídas apenas por un pequeño círculo, se amplificaron una vez que fueron adoptadas por Nick Land, un filósofo británico de la Universidad de Warwick, quien les confirió un aura un tanto más académica y respetable. En su libro Ilustración oscura (2012), una recopilación de los artículos publicados en su propio blog, Outside In, lleva aún más lejos la tesis de que la democracia y la igualdad social no son sino fantasías teológicas, defendidas por La Catedral, el término que toma de Yarvin. El primer paso para construir una organización social verdaderamente eficaz, que conduzca a la humanidad hacia el irremediable progreso tecnológico, consiste en destruir este gigantesco aparato ideológico -su enfoque suena casi gramsciano- y sustituirlo por otro basado en el conocimiento científico. Ello significa, en su óptica, tomar siempre en cuenta las desigualdades genéticas presentes entre los seres humanos.
Las propuestas de Yarvin y Land parecerían meras fantasías cyberpunk, tan provocadoras como inanes, si no fuera porque constituyen uno de los sustratos ideológicos que animan y permitieron la llegada al poder de Donald Trump -el político carismático, carente de una sola idea propia, a su servicio- y la puesta en marcha de buena parte de su agenda. Diseminadas por Peter Thiel, el fundador de Pay Pal, uno de los gurús de Silicon Valley, antiguo socio de Elon Musk y mentor de JD Vance, sus ideas han conseguido filtrarse en el centro de la agenda trumpista. Si bien los seguidores de la NRx de Yarvin y los de la Ilustración oscura de Land afirman no sentirse identificados con la llamada Alt-Right -la otra corriente de pensamiento en el centro del movimiento MAGA-, cuyo supremacismo blanco y sus conexiones con las bases evangélicas desdeñan, la consideran una suerte de avanzada en el necesario proceso de demolición de La Catedral.
La batalla campal de Trump contra las grandes universidades estadounidenses -Harvard en primer término- y contra los grandes medios de comunicación -en particular el New York Times-, así como el desmantelamiento del departamento de educación y el despido masivo de funcionarios, no podría entenderse sin este sustrato. Presenciamos, sin apenas darnos cuenta, esta feroz guerra contra La Catedral: el decidido intento de la ultraderecha por borrar las raíces democráticas e igualitarias de Occidente.