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La dicha inicua de perder el tiempo

Las horas no transcurren, sino que hiperventilan entre los miles de autos que también se asfixian, atrapados sin salida, entre las cotidianas manifestaciones que impiden el paso en cualquier calle.

La dicha inicua de perder el tiempo

La dicha inicua de perder el tiempo

ADELA CELORIO

El tiempo es la forma en que la naturaleza evita que todo suceda al mismo tiempo.

Los domingos, misa, primos y juegos. Largas sobremesas en las que los adultos, familia, amigos, vecinos, siempre frente a una mesa bien provista y algunas botellas de vino, hablaban, discutían, se malentendían y se volvían a entender. La vida transcurría sin apuro y cada estación del año tenía su particular densidad.

Enero aparecía ligero, nuevecito y limpio con sus trescientos sesenta y cinco días para estrenar. Para darle su toque de magia, aparecían los Santos Reyes. Febrero se presentaba ventoso, loco, y marzo otro poco. En abril, la tierra despertaba jacarandosa con el regocijo de la primavera, y el mes de mayo, con gran inocencia y alegría, los niños llevábamos flores a la virgen y obsequiábamos a nuestras madres los horribles trabajos manuales que hacíamos para ellas en el colegio.

Cálido y luminoso, propicio para que los enamorados aparecieran cualquier noche a cantar bajo el balcón de la amada: “el día que me quieras, tendrá más luz que junio”. Julio nos acercaba al mar, y en agosto metíamos los pies en la playa más cercana, o al menos nos mojábamos a manguerazos.

En septiembre, uniformadas, desfilábamos por las calles y era un honor pertenecer a la escolta y cargar la bandera. Trajes de china poblana y el jarabe tapatío le daban música y color al mes de la patria.

Octubre se deslizaba plácidamente hacia noviembre, en que con cempasúchiles, incienso y veladoras encendidas, honrábamos a nuestros difuntos. Había tiempo para leer las mil 112 páginas de Los hermanos Karamazov, y Guerra y paz de Tolstoi, más breve, con sólo 937 páginas.

Añoro el tiempo en que gozábamos la dicha inicua de perder el tiempo. El rey de los meses era el ceremonial diciembre Familia, luces, posadas, romeritos, bacalao. Hoy, el tiempo es rápido y furioso, una vela que arde por los dos extremos. Las horas no transcurren, sino que hiperventilan entre los miles de autos que también se asfixian, atrapados sin salida, entre las cotidianas manifestaciones que impiden el paso en cualquier calle. Plantones, marchas, ruido. Patrullas, bomberos, camionetas blindadas que nos arrojan a un lado para abrir paso a los lujosos vehículos que transportan a los humildes siervos de la nación.

Nuestros días sufren severos ataques de ansiedad en las colas del banco, de la gasolinera, de cualquier oficina de gobierno, donde, sin encontrar solución, las horas que no deciden suicidarse necesitan respiración asistida. Los meses se van por la alcantarilla.

Apenas llegamos a agosto cuando aparecen las brujas, calaveras, calabazas y niños que ya no piden su calaverita, sino su Jalogüin. Pinos navideños anticipan la Navidad desde mediados de agosto. Apenas conseguimos trepar la empinada cuesta de enero y ya casi alcanzamos la noche del calendario. Qué bueno que termina, porque este 2025 ya enseñó el cobre. Aceptémoslo, esto es lo que hay, y no hay vuelta atrás.

Como no quiero ser aguafiestas, pacientísimo lector, lectora, los invito a postergar. Lo que no se hizo hasta ahora, deberá esperar al año próximo. De momento lo que toca es hacer un paréntesis para abrazar al mundo. Seamos generosos, total, los abrazos son lo poquísimo que va quedando gratis. Demos gracias a Dios: sobrevivimos en un mundo que no la tiene fácil.

Disfrutemos la temporada rapidito, porque todo se pasa, y en un abrir y cerrar de ojos estaremos en el 2026, que vaya usted a saber. Procrastinemos sin culpa para darle su tiempo a la compañía y al afecto que le debemos a la gran temporada del año. El espacio sagrado para mantener vivas nuestras tradiciones y creencias compartidas.

celorio.santa@gmail.com

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