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La dualidad

Quizá la dualidad nos ayude a progresar en el camino del discernimiento, de tal suerte que el eterno conflicto entre deseo y razón, placer y displacer, pueda atemperarse en la realidad de las consecuencias.

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MARCELA PÁMANES

Siempre me he preguntado por qué suceden tantas cosas a un mismo tiempo, pero de manera especial me llama la atención el contraste de las emociones: alegría-tristeza, esperanza-desesperanza, enojo-aceptación. Me queda claro que vivimos en una dualidad constante porque el plano material está estructurado por contrastes que permiten la experiencia, el aprendizaje y la conciencia.

La dualidad —luz y oscuridad, cuerpo y alma, placer y dolor— está presente en muchas tradiciones filosóficas y espirituales. Estoy segura de que esto no es producto de la casualidad; la perfección de la creación me lleva a pensar eso.

Tal vez podamos encontrarle sentido si revisamos el tema desde la posibilidad del desarrollo de la consciencia, esa que nos permite distinguir, elegir y aprender. Quizá la dualidad nos ayude a progresar en el camino del discernimiento, de tal suerte que el eterno conflicto entre deseo y razón, placer y displacer, pueda atemperarse en la realidad de las consecuencias.

Hoy disfruto y mañana padezco, hoy gozo y mañana lloro, hoy compro y mañana debo. El fin del conflicto antónimo pudiera ser que el contraste contribuya a la evolución de una sociedad más humana, menos hedonista, más estoica y menos materialista, propicia para el desarrollo de las virtudes y el espíritu.

Seguro que también hay una relación directa con el libre albedrío. Siempre se ha dicho que vivir en libertad exige responsabilidad y una criticidad adecuada que nos lleve a adelantarnos y ver lo que viene después. Esto no es tan simple porque hay muchos imponderables que escapan del ámbito personal. Obviamente podemos elegir erróneamente, pero esa misma libertad nos da oportunidad de corregir.

Lo que quiero resaltar es que nadie escapa a la dualidad. Hay muchas corrientes espirituales que proponen que ese estado transitorio de vida material tiene como fin alcanzar el estado no dual, el reconocimiento de la unidad, donde los opuestos no caben. Esta ha sido la premisa de corrientes sociopolíticas que persiguen el ideal de acabar con la diferencia de pobres y ricos, de sabios e ignorantes, de pueblo y de clases dominantes, de tradición y modernidad, de justicia y poder. El problema radica en que ante la defensa de esta postura hay un deseo inmanente de dominio, de querer establecer una línea sin considerar la libertad de los otros.

Pero todo lo que es impuesto genera rebelión. Así somos los seres humanos, y mucho más cuando nos resistimos a aceptar que no todo lo que suponemos verdad lo es. Perdemos de vista con mucha facilidad la idea del cambio como manifestación implícita de que podemos estar equivocados. Nuestras creencias a veces son más poderosas que nuestra sapiencia.

Ya lo decía Platón: vivimos atrapados entre lo que percibimos y la realidad; la percepción es limitada. Descartes propuso que el alma piensa y el cuerpo ocupa espacio, y, por lo tanto, somos entes en constante tensión. Solemos pensar que el taoísmo divide en ying y yang la existencia, sin embargo, reconoce en la dualidad el flujo natural del universo.

¿Para qué sirve reconocer la dualidad? ¿Para qué sirve sabernos seres de luces y sombras? ¿Para qué sirve reconocer las emociones negativas confrontadas con las positivas en nuestro interior? ¿Para qué darnos cuenta que todos los días libramos una batalla entre el bien hacer y el mal actuar?

En principio, creo que nos pone en contacto con nuestra humanidad el sabernos seres falibles inmersos en la confrontación, nos permite re-conocernos y reconciliar el alma con el cuerpo, entender la unidad no como una aspiración sino como una realidad alcanzable; solo así podremos ser más amorosos y compasivos. Es inútil seguir creyendo que lo único que importa en la vida es el bienestar propio y no me contradigo al afirmar que procurar el bienestar personal es el inicio del bienestar de otros, porque cuidar lo que pensamos, decimos y sentimos es cuidar a los demás.

Y creo que el trabajo que tenemos por delante es el del silencio que nos pone en contacto con la parte más íntima de nuestro ser; es un trabajo personal alejado del ego y las falsas ilusiones. Podemos si queremos, el problema es que ni siquiera nos lo planteemos.

X: @mpamanes

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