Frankenstein (2025).
Mary W. Shelley se dedicó a pensar una historia. Era el verano de 1816. Europa vivía un complejo proceso de restauración posnapoleónica tras el Congreso de Viena —un año antes, los británicos y los aliados habían vencido al emperador francés en la batalla de Waterloo—. Fue en ese contexto cuando la escritora visitó Suiza junto a su marido, el también narrador Percy Shelley. Ambos fueron vecinos de Lord Byron, cuando el poeta escribía los versos monumentales de “Las peregrinaciones de Childe Harold”. Entonces, una noche de ese húmedo verano, en medio de una reunión, el poeta retó al matrimonio Shelley a escribir una historia de fantasmas.
“Yo también me dediqué a pensar una historia”. Mary Shelley tomó distancia de los arquetipos que los personajes de terror habían adoptado hasta entonces. Decidió ir más allá, establecer una escritura más profunda en cierta oscuridad iluminada por la creaciónliteraria. Imaginó “una historia que hablase a los miedos misteriosos de nuestra naturaleza y despertase un horror estremecedor”.
La noche pasó y la escritora se retiró a descansar. Apoyó la cabeza en la almohada y, sin dormir, la imaginación la poseyó. Contempló un desfile de imágenes. Admiró metáforas proyectadas por su cerebro. Entonces lo vio: el horrendo fantasma de un hombre al parecer inerte, que luego manifestaba signos de vida. Aquel engendro se movía torpe y semivital. Era espantoso, espeluznante, al igual que todo esfuerzo humano por imitar a Dios como creador de vida.
Jorge Luis Borges escribió que, en el siglo XX, la literatura fantástica oscilaba entre dos caminos: el onírico y el científico. Vale regresar un siglo atrás y situarse en el decimonónico para percatarse que ambas aristas laten en el texto que Mary Shelley —una autora para quien escribir consistía en soñar despierta— hilaba en su mente: una criatura fantástica, pero horrenda, creada por un doctor con alma torcida de artista. En la Divina comedia, Dante coloca a los soberbios en el primer círculo del Purgatorio. Allí se arrastran oprimidos por rocas de peso insoportable, como si el ego intentara aplastarlos. ¿Qué mayor grado de soberbia existe que creerse Dios? El texto de Shelley se transformó en la primera obra literaria de ciencia ficción.
Shelley tituló a su historia Frankenstein o el moderno Prometeo. La publicó en 1818. El título refiere al doctor Víctor Frankenstein, un científico que, a partir de reunir miembros de cadáveres humanos, tiene éxito en dar vida a su Criatura. Pero el artista está horrorizado y huye de su monstruosa obra. La rechaza, siente culpa, mientras su creación se dispone a herir al mundo tal como la han herido. Lo de “moderno Prometeo” es un guiño al mito griego: el titán Prometeo roba el fuego de los dioses para dárselo a los humanos y es castigado; lo encadenan a un peñasco y su hígado es devorado por las águilas hasta el fin de los tiempos.
El fuego que roba Prometeo puede representar el conocimiento; los dioses celosos no iban a permitir que los humanos salieran de su ignorancia. Para poetas como el español Luis García Montero, esa llamarada también es un signo de esperanza. Víctor Frankenstein es el moderno Prometeo porque, al igual que el titán, ha hurtado el fuego de los dioses y emplea la ciencia como canal para dárselo a la humanidad: la esperanza de una vida eterna. Su castigo son las consecuencias devastadoras que experimenta durante toda la novela de Shelley.

La figura de Prometeo también fue abordada por el esposo de Mary Shelley. Percey llamó a su poema Prometeo encadenado (1820), tal como la obra del dramaturgo griego Esquilo. En uno de los actos, el personaje Mercurio le pregunta a Prometeo: “¿Si pudieras morar, en tanto, con los dioses, envuelto en dulces gozos?”. Y el titán responde: “Yo no abandonaría este horriblebarranco, este dolor sin tregua”. En Frankenstein, de Mary Shelley, mientras relata sus desventuras, la criatura le expresa a su creador: “Al llegar la noche, trayendo el sueño consigo, sentí un gran temor de que el sueño se apagase”.
Sobre el acto creativo, Mary Shelley escribe en la introducción a la edición de Frankenstein publicada por Standard Novels: “La invención, hay que admitirlo humildemente, no consiste en crear del vacío, sino del caos; en primer lugar hay que contar con los materiales; puede darse forma a oscuras sustancias amorfas, pero no se puede dar el ser a la sustancia misma […] La invención consiste en esa capacidad de aprehender las posibilidades de un tema; y en poder moldear y formar ideas sugeridas por él”. La Criatura de Frankenstein es la metáfora de la creación.
¿Qué puede desencadenar una novela como la de Mary Shelley? Además de la revolución literaria que significó, su narrativa ha traspasado los años y el cine ha sido una de las plataformas más relevantes para su postergación. La adaptación cinematográfica de 1931 dirigida por James Whale mostró la caracterización de la criatura que hoy en día es tan popular y marcó pauta en el cine de terror. Hay otra adaptación de 1958 dirigida por Terence Fisher. Cabe mencionar el desafortunado proyecto de 1994 dirigido por Kenneth Branagh y protagonizado por Robert De Niro. La criatura también aparece como personaje secundario en otras películas como Van Helsing (2004), de Stephen Sommers.
El cine es una danza de imágenes, pero “estas imágenes, cada una de las cuales aporta un fuerte estímulo, carecen de significado hasta que las mentes crean los enlaces entre ellas por su capacidad para la metáfora”, escribe J. Dudley Andrew sobre las teorías de montaje de Eisenstein, en su libro Las principales teorías cinematográficas (1978). Ahora hay que trasladarse a los años sesenta, a un hogar en Guadalajara, la capital del estado mexicano de Jalisco, donde un niño, futuro cineasta de genio admirable, leyó porvez primera la novela de Shelley y montó metáforas en su mente.
La Divina comedia en genovés y esas imágenes dantescas lo sacudían y perturbaban.
Guillermo del Toro veía a su tía abuela como su abuela y, cuando falleció su tío Julio y ella quedó sola, le tocó ser testigo de su desconsuelo. Se lo narra al crítico Leonardo García Tsao en el libro Guillermo del Toro. Su cine, su vida y sus monstruos (Grijalbo,2021): “Cada noche me repetía que pensaba que se iba a morir y yo vivía en el terror absoluto”. Y en ocasiones ella le llamaba por teléfono: “A ver si amanezco; a ver si no el Señor me recoge y me lleva con tu tío Julio”. Entonces, Guillermo, preocupado, le llamaba cinco o diez minutos. Se angustiaba si ella no respondía. Esa morbidez, asegura, permeó su imaginación infantil.
El hoy cineasta siempre fue un chico curioso de sus miedos. Solía bajar a las catacumbas del Templo Expiatorio de Guadalajara. En ese inframundo neogótico, junto a otros niños, se aproximaba a los nichos abiertos para ver si encontraba algún cadáver. Si tenía suerte, veía dos pies con la suela carcomida por los bichos; podía apreciar los huesos y músculos secos.

UN NIÑO LLAMADO GUILLERMO
“El tiempo es un / revelador de positivas / que luego vemos proyectadas / en la pantalla de la vida”, inicia el poema “Cinegrama” (1930) de Antonio de Obregón. El 9 de octubre de 1964, Estados Unidos detonó su bomba atómica número 388 en el desierto de Nevada. Ese mismo día, en Guadalajara, el cineasta Guillermo del Toro vio por vez primera la luz del mundo. ¿Quién diría que elllanto de aquel niño anunciaría la llegada de un genio?
Años después, su padre ganó la lotería y se dispuso a viajar con su madre por Europa. Guillermo, junto a su hermano, se quedaba en casa de sus tíos abuelos: Josefina Camberros y Julio Sierra. Su tío Julio coleccionaba la revista El mundo ilustrado, donde se incluía El buen tono, una historieta con elementos fantásticos y surrealistas que a Guillermo le influyeron. También el cómic Fantomas le resultaba interesante.
Del Toro es una de esas mentes creativas que fueron influenciadas por la figura de la abuela. Su caso recuerda al poeta chileno Raúl Zurita y su abuela Veli, de origen italiano, quien le leía de pequeño pasajes de También fue voluntario en el Hospital Civil de Guadalajara, ubicado junto al panteón victoriano de Belén. Y como para salir del nosocomio tenía que pasar por la morgue, en esos traslados vio un montón de fetos abortados; la perturbadora imagen le daba golpes en el rostro. Era una epifanía complementada por los cadáveres de ancianos que había en la sala. El principio y el final de la vida le desataron el pensamiento.
En el capítulo 4 de Frankenstein, el doctor Víctor Frankenstein narra cómo, embriagado por la filosofía natural, su ambición y su deseo de comprender la descomposición del cuerpo humano, pasaba noches en criptas y osarios, observando cómo los gusanos devoraban los cadáveres.

“Hay algo en la desnudez de un cadáver que es lo más existencial que existe, la cara de un cadáver es completamente irreproducible en el cine. ‘Está muerto’, piensas: ‘No’, porque hay algo que cambia, que es consustancial a estar vivo y es inexplicable, porque es un cambio mínimo inmediato. En la piel hay una deshidratación inmediata. Se vuelve opaca, cerosa, los ojos se opacan: la deshidratación es lo que llevó a la leyenda de que el pelo y las uñas seguían creciendo. No es verdad, la piel se encoge y expone la nariz del folículo piloso y la base de las uñas. Los dientes también se revelan, porque los labios se repliegan”,le comparte el cineasta a Leonardo García Tsao. Tal vez desde muy joven, Guillermo del Toro siempre tuvo algo del doctor Frankenstein.
Entonces el niño tapatío se dedicó a leer. Entre los siete y catorce años absorbió lecturas de Víctor Hugo, Oscar Wilde, y Robert Louis Stevenson. Luego se encontró con los cuentos de Edgar Allan Poe traducidos al español por Julio Cortázar. Abrió más libros, más páginas. A los dieciséis años ya había leído además las obras de Henry James, Mark Twain, Charles Dickens, Bram Stoker, Ambrose Bierce y Guy de Maupassant. Pero el primer texto gótico que leyó fue Frankenstein, de Mary Shelley.
Años más tarde, Del Toro declararía en una entrevista para el sitio web Collider: “Frankesntein es la novela que más ha influido en mi vida. Es una historia sobre el rechazo, la soledad y la necesidad de amor”. Y también compartiría al diario británico The Guardian: “El monstruo de Shelley no es el villano. Es el espejo de nuestra humanidad”.
LA CRIATURA HABITA EN CADA MONSTRUO
A Guillermo del Toro le es imposible no hacer historias porque está lleno de ellas. Por un lado alberga la paranoia de la imaginación y, por el otro, la agudeza infantil de preguntarse “¿y entonces?”. Cada uno de sus guiones es una combinación de miedo y deseo deamor. Todos abren con una voz en off, en referencia a los cuentos de hadas. Hay que saber ver para poder contar. Hay que trastocar la realidad y desprenderse de su aburrimiento, porque como él lo ha dicho: “la realidad tiene muy mala narrativa”.
Del Toro recuerda que su padre había comprado una cámara súper 8 y un proyector. En las tiendas de tabaco vendían carretes de películas famosas de súper 8, las cuales tenían tres minutos de duración. El futuro tres veces ganador del Premio Oscar aprendió a ponerlas en el proyector. Aguzó su sensibilidad ante la pantalla. Notó lo que era una película, las diferencias entre cada cuadro. Luego tuvo una idea. Se dirigió a la farmacia y compró rollos de súper 8. Los metió a la cámara de su padre y empezó a filmar. Encuadró muñecos de El planeta de los simios. Fue su primera película.
“La mandé a la Farmacia Guadalajara y me dijeron: ‘Vuelve dentro de 10 días porque se manda a México’. El carrete llegó en su sobre Kodak Mexicana, lo abrí y cuando lo proyecté dije: ‘¡Yo hice esto!’. Así fue como lo descubrí. Nunca había sentido esa emoción, es la más grande”, le narra el cineasta a Leonardo García Tsao.
En la introducción a su ensayo La imaginación, Jean-Paul Sartre describe cómo observa una hoja blanca sobre la mesa, luego aparta la mirada y la dirige hacia la pared gris de la habitación. La hoja de papel ya no está más en el encuadre, pero sigue ahí, no ha desaparecido. Algo similar ocurre cuando se contempla un material cinematográfico: sus imágenes no se esfuman de lamente; se adhieren al inconsciente y acompañan en ese scouting continuo que representa la existencia humana.
Y es que, como escribe Guillermo Sucre en su ensayo Borges el poeta (1967): “El arte es mirar los fenómenos esenciales del hombre —tiempo, muerte, fugacidad, olvido— y expresarlos con imágenes que conciernen a todos, que son por ello mismo ineludibles”.
Para Guillermo del Toro, la creación cinematográfica va más allá de las teorías y reglas impuestas con el pasar de los años. Va más allá de la academia, de lo que “debiera ser”, de las críticas y los golpes en el ego. Se trata de mantenerse estoico, soportar los vendavales, de amarrarse a un mástil como Ulises ante el canto de las sirenas. De no arrepentirse y de dar la cara ante la propia creación, para saber actuar cuando esta, como la Criatura al doctor Frankenstein, reclame: “Tú eres mi creador, pero yo soy tu amo”.
Al contrario que el doctor Víctor Frankenstein, Guillermo del Toro no es esclavo de su pasión, sino su aliado. La construcción psicológica de sus monstruos es sumamente compleja e innovadora. Estos no representan villanos, sino que encarnan héroes y dejan ver sentimientos como la compasión, que en la actualidad escasea en la desolada alma humana.

Así lo compartió el mexicano en 2018, en una clase magistral ofrecida junto a Leonardo García Tsao durante el Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG): “A mí me interesan los monstruos. Los súperheroes que me gustan son monstruos: Hellboy,Hulk, el Demonio de Jack Kirby, Deathman, etcétera, etcétera. No me interesan los cuates caucásicos con capita y calzones. No entiendo. No entiendo qué hacen. No entiendo qué hacen en sus horas libres. ¿Qué hacen cuando no está cayendo un edificio? ¿Van a los tacos o limpian el uniforme? ¿Qué hacen?”.
Parece que, para Guillermo, el cine es un secreto que desea desentrañar y los monstruos de sus películas guardan en su interior algo de la criatura del doctor Frankenstein. Por ejemplo, Hellboy es un demonio salido de un portal provocado por los nazis, quienes mezclaban ciencia y magia negra. Tras una batalla, el bebé demonio es perseguido por soldados estadounidenses, pero rescatado y criado por el profesor Broom, quien demuestra que la empatía y el amor pueden abrazar incluso a aquello que sale del inframundo. Hellboy corrió con mejor suerte que la criatura de Frankenstein porque fue amado.
El monstruo acuático de La forma del agua (2017) es secuestrado por el gobierno estadounidense, que se dispone a estudiarlo y experimentar con él. Pero, al escapar, gracias a una empleada muda con quien forja una relación, se ve en un mundo desconocido y comienza a explorarlo. Aquí la similitud con la Criatura de Frankenstein: ambos se encuentran en una realidad contra sus voluntades.Avanzan en su descubrimiento, se maravillan ante lo que ven, pero también causan daño a otros seres.
Y está Pinocho, protagonista de su último trabajo cinematográfico. Ante la desaparición de su hijo, el carpintero Geppetto desea recuperarlo y una de sus marionetas cobra vida. Pero el títere es caprichoso y malcriado, algo torpe en esa tarea de descubrir el mundo. El texto fue escrito por Carlo Collodi en la penúltima década del siglo XIX. La adaptación de Guillermo del Toro se sitúa en la Segunda Guerra Mundial.
“Situada durante el periodo de Mussolini en Italia, es preguntarte: los humanos que actúan como títeres, ¿qué son? Y los títeres que actúan como humanos, ¿qué son? A mí me interesaba mucho que no fuera a favor de las buenas costumbres y la estructura. Lamayoría de los Pinochos son ‘si eres desobediente, es malo’. Para este es bueno ser desobediente, es bueno no seguir órdenes. La mayoría de los Pinocho es ‘si te transformas en niño de carne y hueso, entonces eres verdadero’ y yo no creo en esa transformación. Y creo que para ser quien eres, no tienes que traicionar tu naturaleza”, dijo el cineasta en entrevista virtual con Estrella Araiza durante el FICG de 2022.
Algunos salidos de cómics, otros de cuentos de hadas y otros más de los rincones más oscuros de su mente, los monstruos de Guillermo del Toro muestran las contradicciones de la naturaleza humana tal como la Criatura de Frankenstein —esas mismascondiciones que ahuyentaron a su creador cuando pareció verse en un espejo—. Pero en ellos incluye el libre albedrío. Es decir, tienen la opción de decidir. Quizá la Criatura de Frankenstein, tan ansiosa por amar, también pudo elegir entre el mal y el bien,pero jamás lo supo y sólo reaccionó al rechazo.
“Las películas que hago son todas sobre la capacidad de escoger, el libre albedrío, cómo puedes escoger o no hacer algo y cómo lo que escoges te define”.
Los monstruos de Del Toro son la representación de lo marginado y rechazado por ser distinto. Son el miedo que se percibe ante el otro y la violencia que se desata ante ello. Son la resistencia ante un mundo insensible, el diálogo, el razonamiento que da frenteal totalitarismo y la arrogancia.
UN NUEVO FRANKENSTEIN
Netflix tiene programado el estreno en su plataforma de la película Frankenstein (2025), dirigida por Guillermo del Toro, para el próximo 7 de noviembre. En cines estará disponible desde el 23 de octubre. La producción de 120 millones de dólares (aproximadamente dos mil 205 millones 48 mil pesos mexicanos) cuenta con un elenco encabezado por Oscar Isaac (Víctor Frankenstein), Jacob Elordi (la Criatura), Christoph Waltz (Halander) y Mia Goth (Elizabeth).
Según declaraciones del propio Guillermo del Toro, el proyecto se filmó en 120 días. Para ello se construyó un set en Toronto, Canadá, y hubo locaciones en Reino Unido: Aberdeen y Edimburgo, en Escocia y Lincolnshire, en Inglaterra. Recientemente seha anunciado que el director y los actores Oscar Isaac y Jacob Elordi visitarán México para promocionar el largometraje. Será a principios de noviembre cuando se presenten en la capital del país. ¿Qué características tiene la nueva criatura de Frankenstein? Esa tarea tendrá que resolverla el espectador.
En la pasada edición del Festival Internacional de Cine de Venecia, la película fue todo un éxito. Antes, en el Festival de Cannes, Del Toro reveló detalles de la obra durante una clase magistral junto al compositor Alexandre Desplat. Eso aumentó las expectativasante la creación del tapatío. Es inevitable. Cada que anuncia un nuevo proyecto, el mundo cinematográfico se cimbra. Las cosas del mundo no dejan de emitir simulacros, acuña la filosofía de Epicuro.

Hasta el momento, el tráiler oficial y los avances publicados por Netflix confirman belleza en la narrativa poética de la novela de Shelley a través de las imágenes de Del Toro. Respecto al lenguaje audiovisual, se observan escenarios góticos. La atmósfera es oscura. Predominan los colores fríos. Mientras que los cálidos, sobre todo el rojo, se emplean para acentuar algunos objetos. Como si se tratase de un verso de Edgar Allan Poe, la cinta parece estar atrapada en una noche plutónica.
La Criatura filmada por el mexicano posee “recuerdos de otros hombres”. Es presa de una antigua confusión. También hay un mensaje: “Sólo los monstruos juegan a ser Dios”. Se entiende que el verdadero monstruo de la historia es el doctor Frankenstein y no la Criatura. “El monstruo de Shelley no es el villano. Es el espejo de nuestra humanidad”. El argumento exige análisis más profundos: ¿Son culpables los padres por los actos de sus hijos? ¿Es culpable una nación por los ciudadanos que crea? En un mundo tan tumultuoso, agitado, intolerante y bélico, más vale replantearse el presente y construir un futuro que experimente el amor y no se entregue a la ira. Un futuro que mantenga intacta su inocencia y su derecho a soñar, que no sea un Prometeo devorado por las águilas.
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