Un día cualquiera, Fernando García y Saida González salen a las calles de Gómez Palacio armados con un celular y con la determinación de exhibir lo que muchos prefieren no ver: la ciudad no está diseñada para ellos...
Él está en silla de ruedas, y ella, al tener una complicación motriz, usa andadera. Se instalan al exterior de la Soriana Hamburgo en Gómez Palacio para grabar un video, buscan promover “Ponte en mis zapatos, no te pongas en mi lugar”, una campaña que gestaron para exigir que los cajones azules de los estacionamientos públicos sean respetados.
En esa línea, también a través de sus videos intentan retratar cómo todos los días tienen que nadar en un mar de indiferencia y enfrentar la infraestructura de una ciudad que no los incluye.
No pasa mucho tiempo para que su cámara capte a un hombre estacionarse dentro de un cajón azul, para después bajar y dirigirse al centro comercial caminando sin ninguna dificultad.
En el video se observa cómo Fernando lo encara y cuestiona por qué decidió estacionarse ahí si su vehículo no contaba, al menos de forma visible, con una placa o con el permiso para poder hacerlo.
“Tú te estás poniendo ahí, y no tienes discapacidad, o ¿Sí tienes discapacidad?”, se oye decir a Fernando en el material audiovisual.
El ciudadano lejos de reconocer que su acción era incorrecta, se enoja y decide no mover su vehículo argumentando que “estamos en México”, dando entender que se trata de un país sin reglas donde él demuestra que puede estacionarse donde sea, aun así, perjudique la movilidad y trastoque los derechos de las personas con discapacidad.
Todo queda registrado en un video que el usuario @ferchogarciavega esparce por Tik Tok. El material audiovisual se viraliza. Hasta el 14 de mayo registraba 4.3 millones de vistas. Su denuncia ciudadana se hace escuchar dentro del ágora virtual.
Quizá, Fernando y Saida no imaginaron que su video se volviera trending topic, y que la mala actitud de ese ciudadano, más que perjudicarlos, los ayudaría a mediatizar su campaña de inclusión, porque después de que algoritmo hiciera lo suyo, varios medios de comunicación locales los han buscado para conocer y contar su historia.
Uno de ellos fue este diario que además de entrevistarlos, también los acompañó una mañana de sábado a dar una “simple” vuelta por el centro de Gómez Palacio, esto, sólo para demostrar que en sus zapatos: lo rutinario puede tornarse titánico.
PERDER LA MOVILIDAD DE UN DÍA PARA OTRO
Fernando García de la Vega tenía 32 años cuando su vida cambió abruptamente. Recuerda que era noviembre del 2007 cuando sobrevino la tragedia.
Él detrás del volante, su esposa Carmen, su hija Alejandra de nueve años, su hijo Fernando de cinco, y una bebé que aún estaba en el vientre de su madre, se accidentaron en el periférico de Gómez Palacio.
La lluvia y las obras que en ese momento realizaban en la vialidad provocaron que su camioneta patinara, se volcara y que todos salieran disparados. A Fernando la camioneta le cayó encima, dejándolo con las costillas y la columna vertebral rotas.
Ahora recuerda el suceso y más que lamentar, agradece que su familia resultara ilesa. Sobre todo, porque su esposa Carmen pudo dar a luz a la bebé que gestaba en ese momento y a la que después llamaron Victoria.
La nombraron así porque, me dice Fernando, para ellos fue eso, una victoria, un símbolo de vida en medio de aquel desastre vial que los encaró con la muerte. Desde entonces, él no puede mover las piernas y tiene que usar silla de ruedas.
“Para mí la discapacidad nunca ha sido un castigo, sino un modelo de motivación”, expresa Fernando que hoy con la herida madura, sabe que el accidente no fue más que el inicio de una misión que, así como en el video de TikTok, lo ha impulsado a levantar la voz para defender los derechos de las personas que sufren alguna diversidad funcional en La Laguna.
Como dato, según Luis Alfredo Medina, coordinador de investigación del Consejo Cívico de las Instituciones Laguna, el 17 por ciento de la población en la Comarca Lagunera tiene alguna discapacidad, limitación o problema mental.
En concreto, compartió Medina, son 235 mil 436 los laguneros que viven en esta condición, la mayoría de ellos, puntualizó, son mayores de 40 años.
Para Fernando los datos anteriores ya no hablan de una minoría, por ello, el visibilizar a esa parte de la población se ha vuelto su misión y una lucha que actualmente realiza presidiendo el Consejo Estatal para el Desarrollo de Personas con Discapacidad, una organización sin fines de lucro conformada por, al menos, unas 500 personas con capacidades diversas.
Una de ellas es justamente Saida González, que, en su caso, perdió el control de su cuerpo a la edad de 17 años. No recuerda con precisión el momento exacto, pero sí cómo de manera sorpresiva cayó en el hospital sin poder ser diagnosticada, hasta la fecha, por algún especialista.
“Ningún doctor supo qué fue lo que me atacó realmente”, me dice la mujer que ahora tiene 35 años.
Le llegaron a decir que fue un virus, o también algo que comió. Lo único que tiene claro es que, por alguna razón, su cerebelo se dañó y de pronto dejó de coordinar los movimientos de sus extremidades.
Desde entonces su cuerpo obedece tarde las órdenes, “por eso camino lento, y me muevo lento”, me comparte.
Al principio usó silla de ruedas, luego se adaptó al andador. Y así, de un día para otro, el entorno que antes parecía normal se transformó en un campo de obstáculos: calles rotas, rampas inexistentes, autos estacionados en lugares prohibidos, escalones, banquetas invadidas por el comercio, y un largo etcétera.
Sin tener opción, Saida tuvo que adaptarse a su nueva normalidad, y en un cruce del destino se topó con Fernando. Desde su trinchera y cada uno atravesando sus desafíos, pensaron en alzar la voz y exigir mejores condiciones para quienes no pueden moverse, escuchar, hablar, ver o desenvolverse sin complicaciones en sociedad.
Sus experiencias se traducen a un mensaje fuerte pero posible: nadie está exento de sufrir alguna discapacidad. Ellos lo experimentaron de manera repentina, por distintas razones, un día, a los dos su cuerpo dejó de responderles.
Ahora, el sólo hecho de salir a la calle les representa un gran desafío. Dice Saida, nadie lo piensa hasta que le pasa, antes, ella se desplazaba sin problema, incluso así se cruzara con una alcantarilla abierta, una calle invadida o con alguna escalera. Ahora no puede simplemente esquivar, y cruzar fácil la avenida. Antes no, pero ahora sufre de forma acentuada los desperfectos urbanos de su ciudad.
“Cuando estás bien no te fijas que la calle está fea, pero después te das cuenta de cada detalle, y batallas mucho para moverte”, compartió.
Está consciente de que las ciudades no se construyen para incluirlos, por eso aprovecha este medio de comunicación para hacer un llamado de respeto y dignidad hacia las personas con discapacidad.
Su experiencia la convirtió en un agente de cambio. Ahora, así como Fernando, Saida, como secretaria del Consejo Estatal para el Desarrollo de Personas con Discapacidad, lucha no sólo por una movilidad digna, sino también por abrir camino y levantar la voz por quienes no pueden hacerlo.
UN RECORRIDO TITÁNICO
Me reúno con Saida y Fernando en la Plaza de Armas de Gómez Palacio. La idea es que recorramos una parte del sector “en sus zapatos”, esto para registrar cuán difícil se vuelve la movilidad para ellos.
No pasa mucho para toparnos con calles en mal estado que hacen que la silla de Fer se tambalee y Saida corra el riesgo de caer. La mayoría de los establecimientos, al menos en la manzana que forman las calles Morelos, Independencia, Victoria y Centenario, no cuentan con rampas de acceso y los que sí tienen, están mal hechas.
En una farmacia Fernando hace el intento de subir a una rampa, “está muy inclinada”, expresa mientras toma vuelo para intentar escalarla.
“De qué sirve que tengan la intención si de todas maneras no sirven”, me dice y pienso que tiene razón, porque, quizá, el encargado del establecimiento piense que al colocar esa rampa, de alguna manera lo vuelve un comercio inclusivo, pero, de verdad de qué sirve que la rampa esté ahí, si Saida tampoco pudo usarla.
En ese sentido le pregunto si existe alguna ley que ampare su movilidad en el estado, es decir, por ejemplo, que regule ese tipo de rampas.
Fernando me dice que sí, que sí existe pero que: “se trata de una ley muerta”.
Se llama Ley de Accesibilidad para el Estado de Durango y, al buscarla en internet leo que tiene como objetivo garantizar la accesibilidad para personas con discapacidad o movilidad limitada en el estado.
Esto incluye, dice, el acceso a entornos físicos, edificaciones, espacios públicos, información y comunicaciones, transporte, y la eliminación de cualquier forma de discriminación.
Asimismo, establece que los edificios públicos y privados deben cumplir con criterios de diseño universal y accesibilidad, incluyendo rampas, elevadores, señalización accesible, y ajustes razonables para personas con discapacidad.
Pero… una “simple” vuelta a la manzana por el centro de Gómez Palacio bastó para darme cuenta que al menos Saida y Fernando, viven una realidad muy alejada de esa norma.
La travesía del recorrido continúo con Fernando intentando entrar a un banco ubicado sobre la calle Victoria. El reto era grande, porque, aparte de que había mucha gente haciendo fila, también habría que superar 10 grandes escalones sin ayuda de ninguna rampa.
El hombre en silla de ruedas ya había experimentado ese problema: aunque es cliente de ese banco, nunca ha podido ingresar a esa sucursal porque, simplemente, no hay acceso para él.
Fue la misma gente que al percibir que quería subir la que se ofreció a cargarlo, y así, del mismo modo, lo descendió al asfalto del centro de Gómez Palacio, una zona que podrá ofrecer de todo, menos inclusividad.
Lo último que Fernando quería mostrar era que el transporte público también los excluye de todo al no contar con ninguna unidad amigable para las personas con discapacidad.
“En La Laguna no existe ni un solo camión con rampa, lo cual es un problema grave de movilidad”, expresó.
Para hacer la prueba, a ras de carretera, Fernando detuvo a un camión de La Termo, el chofer le dijo que no tenía rampa para que subiera, y que nadie lo podía subir.
“¿Con quién puedo hablar de este problema?”, preguntó el hombre en silla de ruedas que sabía, con anticipación, que no encontraría ninguna respuesta…
SEGÚN LA ACADEMIA, CÓMO LOGRAR LA INCLUSIÓN URBANA
Además de la Ley de Accesibilidad para el Estado de Durango, me entero que también está vigente la Ley para el Desarrollo y la Inclusión de las Personas con Discapacidad, además de otras reformas que han sido implementadas para garantizar los derechos y la inclusión plena de las personas con discapacidad.
Se trata de normativas que se diseñan para que las personas como Saida y Fernando vivan mejor, sin embargo, ellos mismos expresaron a este diario que en sus casos, y en los de al menos 500 personas más que conforman el Consejo Estatal para el Desarrollo de Personas con Discapacidad, no existe la inclusión, ni tampoco una infraestructura urbana solidaria que facilite su movilidad y el acceso a los espacios públicos.
En ese sentido, me pregunté, aparte de las legislaciones, ¿Cuál sería el inicio para comenzar a construir ciudades más inclusivas?
Para dar respuesta a esa cuestión, entrevisté a dos académicos de la Universidad Tecnológica de Torreón (UTT), institución que lleva al menos 13 años realizando un esfuerzo de inclusión urbana.
Jacqueline Dávila Silva, subdirectora de Servicios Académicos, y Gerardo Martínez Martínez, jefe del Departamento de Servicios Estudiantiles, impulsan desde las aulas un modelo de inclusión basado en el diseño universal.
Ambos académicos coinciden en que la inclusión urbana no puede limitarse a cumplir normativas mínimas, sino que debe convertirse en una cultura compartida y permanente.
“Estamos muy faltos de espacios donde las personas con discapacidad puedan transitar con la misma libertad y dignidad que el resto. En muchos lugares hay rampas, sí, pero no están bien hechas: están muy inclinadas, mal diseñadas o bloqueadas”, señaló Dávila Silva.
En el caso de la UTT, la universidad emprendió hace 13 años un proyecto integral para convertirse en un campus inclusivo. Con el acompañamiento de instituciones como la Universidad Tecnológica de Santa Catarina (referente nacional en accesibilidad) se realizó un diagnóstico para adaptar las instalaciones con base en principios de accesibilidad universal.
“Implementamos rampas con las medidas correctas, pasillos amplios, baños adecuados, puertas automáticas, guías podotáctiles, orugas salvaescaleras y sillas eléctricas. También tenemos ventanillas y lavamanos adaptados, y toda la señalética necesaria”, explicó Martínez.
Actualmente, la universidad atiende a 11 estudiantes con discapacidad (10 con discapacidad motriz y uno con discapacidad auditiva), quienes reciben becas del 100 por ciento. Desde el ingreso, la institución identifica las necesidades de cada alumno y mantiene un seguimiento cercano para asegurar su permanencia y bienestar.
Pero el impacto va más allá del campus. A través de sus vínculos con empresas, dependencias gubernamentales y sectores educativos, la UTT busca replicar estas buenas prácticas en la sociedad.
“Compartimos nuestro modelo con empresas, secretarías, ayuntamientos… No basta con que estas adecuaciones existan dentro de una institución, deben permear en todos los espacios públicos”, dijo Dávila.
Ambos académicos coincidieron en que La Laguna aún tiene un largo camino por recorrer en materia de inclusión urbana.
“La infraestructura no basta si no hay conciencia. Se hacen rampas, pero no se les da mantenimiento. Se despegan las guías podotáctiles y nadie las repone. Hay que entender que estos espacios son vitales para otras personas, y respetarlos es parte del cambio cultural que necesitamos”, concluyó Martínez.
Hasta aquí se puede escribir que: en La Laguna la inclusión urbana aún es una promesa escrita en leyes que pocos leen y menos cumplen, y que la batalla por alcanzarla la realizan tan sólo unos cuantos, así como Fernando y Saida, ciudadanos que, desde su trinchera y con un celular en la mano, exponen que su lucha no es por privilegios, sino por algo tan simple como urgente: el derecho a moverse con dignidad.

El poder del algoritmo: El video que retrata la indiferencia urbana alcanza más de 4 millones de vistas en TikTok, amplificando su exigencia de respeto y accesibilidad. (Daniela Cervantes)