EL PROYECTO Y EL ARQUITECTO. A sus cuarenta años Stephen Miller es el subjefe del Gabinete Presidencial de Donald Trump, se le puede considerar también un ideólogo -el ideólogo residente de la Casa Blanca- y además tiene la reputación de ser el personaje no electo más poderoso de Washington. Examinar a Miller su biografía y sus ideas, es una forma de tratar de entender a Trump, al trumpismo y a su proyecto.
Para Miller, el papel que hoy deben asumir Estados Unidos y su gobierno es ni más ni menos que el de encabezar la gran lucha por definir el futuro de la civilización, (Washington Post 22/09/25). Ahora bien, que exactamente entienden Miller por civilización y cuáles son las estructuras y los hábitos culturales de la sociedad norteamericana y mundial por los que deben él y los suyos deben luchar y cuál es el sentido último de esa lucha, no está claro. Sin embargo, no es aventurado suponer que cualquiera que sea el concepto de civilización del trumpismo no corresponde al que tienen la mayoría de los norteamericanos: según The Economist (06/10/25) el 40% de los estadounidenses aprueba la política presidencial pero el 55% la reprueba y el 5% restante está indeciso. Es posible suponer que en el resto del mundo las opiniones desfavorables a lo que el trumpismo entiende por civilización sea mayor.
La falta de una definición clara de cuál es el proyecto civilizatorio de la pax americana en la época de Trump obliga a deducirlo vía el examen del discurso y de las políticas que efectivamente se han puesto en marcha por el actual gobierno norteamericano, pero también echando una ojeada a las biografías de personajes clave del círculo presidencial como es Miller.
Y si bien no tenemos un documento avalado por Trump o elaborado directamente por el subjefe de su gabinete sobre el futuro deseable, la propia carrera de Miller ayuda a perfilarlo. La semblanza del personaje publicada en abril de este año por David Klion en The Nation -una de las publicaciones periódicas más antiguas e independientes de Estados Unidos- presenta al poderoso asesor de Trump como un personaje poco atractivo: no sólo es derechista extremo sino también es poseedor de una personalidad "monstruosa", de ideas tan radicales como simples, banales y brutales, que se ha esforzado en mantenerse en perfecta sintonía con el discurso de su jefe aunque dándole a sus ideas un tono más extremo, lo que hace que, por comparación, la posición pública del presidente en temas como la migración aparezca como menos inicua. Sin embargo, por ser Miller intelectualmente inferior a anteriores consejeros presidenciales de derecha como Henry Kissinger o Condoleezza Rice es que el asesor cuadra muy bien con la visión del mundo y la mentalidad de Donald Trump pues no le hace sombra ni le cuestiona, sino que simplemente le refuerzas sus ideas y prejuicios. Por ejemplo, la idea de separar a los indocumentados de sus hijos menores no es de Trump sino de Miller, el presidente simplemente le dio el visto bueno.
Miller nació en Santa Mónica, en California en el seno de una familia acomodada descendiente de judíos migrantes de Rusia y que como tantas de su clase y región tenía sirvientes hispanos y por tanto el pequeño Stephen tuvo trato cotidiano con latinos, pero siempre en condiciones de subordinación (para Klion, la Santa Mónica de Miller era una sociedad de castas). Ya en la secundaria el Miller adolescente trabó amistad en condiciones de igualdad con un compañero de escuela de origen mexicano, pero según Klion justamente por eso decidió romper abruptamente con él. Ya desde antes de entrar a la universidad de Duke, Miller optó por asumir públicamente un discurso y una conducta notoriamente xenófoba y antinmigrante. De esa manera logró ganarse a pulso un lugar en programas de televisión como un joven y prometedor exponente de la derecha radical. Ya en Washington y afiliado al Partido Republicano, el personaje consiguió ser ayudante de congresistas y desde ahí se sumó, entre otras acciones políticas, al exitoso esfuerzo por impedir la reforma migratoria de Obama que hubiera beneficiado a una parte de la población indocumentada.
En 2016 Miller fue parte de quienes apoyaron a Trump para ganar la candidatura republicana y más tarde la presidencial. Ya con Trump en la Casa Blanca Miller fue speechwriter (redactor de sus discursos) presidencial. Desde ahí maniobró para escalar hasta llegar a ser lo que hoy es: el nacionalista blanco radical y asesor clave de Trump en materia de seguridad nacional y entusiasta impulsor de la idea de poner en marcha "la mayor operación de deportaciones en la historia de Estados Unidos" y que incluyó separar a padres e hijos en el proceso. Y es que para Miller el corazón de la lucha actual por la llamada "civilización" norteamericana consiste en transformar demográfica, económica y culturalmente al país deshaciéndose de varios millones de indocumentados, básicamente hispanos, y por esa vía evitar que Estados Unidos deje de ser lo que se supone que siempre debió ser: un país "de blancos". En la visión de personajes como Miller los afroamericanos son un problema complicado que ya no puede resolverse deportándolos a Liberia, como se consideró hacerlo con los esclavos libertos en 1816, por lo menos hay que evitar que en Estados Unidos los indocumentados acentúen el desvanecimiento de su "blanquitud" original.
EL CONTEXTO MUNDIAL. En el contexto externo los Estados Unidos de Trump parecieran empeñados en seguir aprovechando al máximo su posición de potencia dominante para evitar o al menos retardar un cambio del actual sistema de poder unipolar.
Es verdad que los años de la Guerra Fría (1947-1991) fueron también años de una bipolaridad, pero peligrosa y sometida a tensiones extremas como ocurrió en la coyuntura de 1962 -la crisis de los misiles en Cuba- cuando el mundo estuvo al borde de la catástrofe nuclear. Sin embargo, y visto en retrospectiva, para países como México esa tensión entre dos grandes potencias -Estados Unidos y la URSS- también tuvo efectos positivos pues abrió a países como el nuestro espacio para ejercer su soberanía. En nuestro caso pues obligó a Estados Unidos a moderar sus instintos imperiales y aceptar que México mantuviera una posición diferente frente a Cuba en una organización creada y dominada por Washington como es la OEA.
La Guerra Fría llegó a su fin con la disolución de la URSS y el sistema internacional se tornó claramente unipolar con Estados Unidos como su eje. Esa transformación ha propiciado situaciones en donde la super potencia ha podido empeñarse en juegos de poder suma cero sin correr gran riesgo, es decir en juegos donde lo que Estados Unidos se propone ganar todo lo que la otra parte v a perder.
Es verdad que hoy Rusia aún puede desafiar a Washington en Ucrania, a la que considera parte irrenunciable de su zona de seguridad. Y también lo es que Pekín puede retar a Estados Unidos en el Mar de China y que ese país en algún futuro quizá no muy lejano puede llegar a ser el otro eje de una nueva bipolaridad -tiene los recursos para ello - pero aún no es un contrapeso efectivo de la política de Washington como lo fue la URSS.
En nuestro continente un ejemplo extremo de la unipolaridad de la pax americana es precisamente Cuba, pues ya sin el apoyo de la URSS la isla por su historia, sus dimensiones, su estratégica localización geográfica y su negativa a ceder a las demandas de Washington -cambiar su régimen-, se ha visto sometida a una presión económica extrema de enormes costos sociales y económicos. En esas condiciones el gran espacio de autonomía o soberanía que había ganado con su revolución frente a Estados Unidos hoy casi lo ha perdido. El aflojar o apretar el lazo que ahoga a Cuba depende absolutamente del juego que las fuerzas políticas dentro de Estados Unidos quieran jugar y sin importar cuantas veces en la ONU se haya demandado a Washington que deje de someter a la isla a presiones que ya se prolongan por décadas. En el pasado el gobierno de Barak Obama optó por relajar la presión sobre la isla caribeña pero la administración de Trump la volvió a imponer e incluso aumentar sin importarle la crítica de la comunidad internacional.
Otro ejemplo incluso más dramático por lo brutal que puede llegar a ser el actual juego internacional norteamericano de suma cero es el de Gaza. Desde 1948 la comunidad internacional ha propuesto como una solución al conflicto árabe-israelí en Palestina la creación de dos estados nacionales en lo que fue el Mandato de Palestina otorgado a Inglaterra tras la Primera Guerra Mundial. Bajo ese marco y de inmediato tomó forma el Estado de Israel, pero no así el palestino. En la coyuntura actual, Washington ha vacilado entre apoyar abiertamente el proyecto de Israel en su uso de la violencia extrema para expulsar o eliminar a la población árabe de Gaza e incorporar todo su territorio a su Estado nacional o dar un vago apoyo a la idea de los dos estados. En un sistema mundial unipolar como el actual el apoyo de buena parte de la comunidad internacional al derecho de los palestinos a tener su propio Estado ha resultado, hasta ahora, casi irrelevante y el fiel de la balanza, por ahora, lo tiene Trump.
QUE CONCLUIR. Para México el reto de desarrollar un proyecto nacional de izquierda en el marco de una pax americana claramente de derecha extrema es un reto cotidiano y mayúsculo, pero hay que intentarlo, con prudencia, inteligencia y voluntad política.
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